ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké
Sábado 15 de septiembre de 2012
Sábado 15 de septiembre de 2012
Beatitud,
Hermanos Obispos,
Señor Presidente,
queridos amigos:
Hermanos Obispos,
Señor Presidente,
queridos amigos:
«A vosotros gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de Jesús
nuestro Señor» (2 P 1,2). El pasaje de la carta de San Pedro que
acabamos de escuchar expresa bien el gran deseo que llevo en el corazón desde
hace mucho tiempo. Gracias por vuestra calurosa acogida, gracias de todo corazón
por vuestra presencia tan numerosa esta tarde. Agradezco a Su Beatitud el
Patriarca Bechara Boutros Raï sus palabras de bienvenida, a Mons. Georges Bou
Jaoudé, Arzobispo de Trípoli y Presidente del Consejo para el apostolado de los
laicos en el Líbano, y a Monseñor Elie Hadda, Arzobispo de Sidón de los Griegos
melquitas y Vicepresidente de dicho Consejo, así como a los dos jóvenes que me
han saludado en nombre de todos vosotros. سَلامي أُعطيكُم (Mi paz os doy)
(Jn 14,27), nos dice Jesucristo.
Queridos amigos, vosotros vivís hoy en esta parte del mundo que ha visto el
nacimiento de Jesús y el desarrollo del cristianismo. Es un gran honor. Y es una
llamada a la fidelidad, al amor por vuestra región, y especialmente a ser
testigos y mensajeros de la alegría de Cristo, porque la fe transmitida por los
Apóstoles lleva a la plena libertad y al gozo, como lo han mostrado tantos
santos y beatos de este país. Su mensaje ilumina la Iglesia universal. Y puede
seguir iluminando vuestras vidas. Entre los Apóstoles y los santos, muchos
vivieron periodos difíciles, y su fe fue la fuente de su valor y de su
testimonio. Que encontréis en su ejemplo e intercesión la inspiración y el apoyo
que necesitáis.
Conozco las dificultades que tenéis en la vida cotidiana, debido a la falta de
estabilidad y seguridad, al problema de encontrar trabajo o incluso al
sentimiento de soledad y marginación. En un mundo en continuo movimiento, os
enfrentáis a muchos y graves desafíos. Pero ni siquiera el desempleo y la
precariedad deben incitaros a probar la «miel amarga» de la emigración, con el
desarraigo y la separación en pos de un futuro incierto. Se trata de que
vosotros seáis los artífices del futuro de vuestro país, y cumpláis con vuestro
papel en la sociedad y en la Iglesia.
Tenéis un lugar privilegiado en mi corazón y en toda la Iglesia, porque la
Iglesia es siempre joven. La Iglesia confía en vosotros. Cuenta con vosotros.
Sed jóvenes en la Iglesia. Sed jóvenes con la Iglesia. La Iglesia necesita
vuestro entusiasmo y creatividad. La juventud es el momento en el que se aspira
a grandes ideales, y el periodo en que se estudia para prepararse a una
profesión y a un porvenir. Esto es importante y exige su tiempo. Buscad lo que
es hermoso y gozad en hacer el bien. Dad testimonio de la grandeza y la dignidad
de vuestro cuerpo, que es «para el Señor» (1 Co 6,13b). Tened la
delicadeza y la rectitud de los corazones puros. Como el beato Juan Pablo II, yo
también os repito: «No tengáis miedo. Abrid las puertas de vuestro espíritu y
vuestro corazón a Cristo». El encuentro con él «da un nuevo horizonte a la vida
y, con ello, una orientación decisiva» (Deus
caritas est, 1). En él encontraréis la fuerza y el valor para avanzar
en el camino de vuestra vida, superando así las dificultades y aflicciones. En
él encontraréis la fuente de la alegría. Cristo os dice: سَلامي أُعطيكُم (Mi
paz os doy). Aquí está la revolución que Cristo ha traído, la revolución
del amor.
Las frustraciones que se presentan no os deben conducir a refugiaros en mundos
paralelos como, entre otros, el de las drogas de cualquier tipo, o el de la
tristeza de la pornografía. En cuanto a las redes sociales, son interesantes,
pero pueden llevar fácilmente a una dependencia y a la confusión entre lo real y
lo virtual. Buscad y vivid relaciones ricas de amistad verdadera y noble.
Adoptad iniciativas que den sentido y raíces a vuestra existencia, luchando
contra la superficialidad y el consumo fácil. También os acecha otra tentación,
la del dinero, ese ídolo tirano que ciega hasta el punto de sofocar a la persona
y su corazón. Los ejemplos que os rodean no siempre son los mejores. Muchos
olvidan la afirmación de Cristo, cuando dice que no se puede servir a Dios y al
dinero (cf. Lc 16,13). Buscad buenos maestros, maestros espirituales,
que sepan indicaros la senda de la madurez, dejando lo ilusorio, lo llamativo y
la mentira.
Sed portadores del amor de Cristo. ¿Cómo? Volviendo sin reservas a Dios, su
Padre, que es la medida de lo justo, lo verdadero y lo bueno. Meditad la Palabra
de Dios. Descubrid el interés y la actualidad del Evangelio. Orad. La oración,
los sacramentos, son los medios seguros y eficaces para ser cristianos y vivir «arraigados
y edificados en Cristo, afianzados en la fe» (Col 2,7). El Año de
la fe que está para comenzar será una ocasión para descubrir el tesoro de
la fe recibida en el bautismo. Podéis profundizar en su contenido estudiando el
Catecismo, para que vuestra fe sea viva y vivida. Entonces os haréis testigos
del amor de Cristo para los demás. En él, todos los hombres son nuestros
hermanos. La fraternidad universal inaugurada por él en la cruz reviste de una
luz resplandeciente y exigente la revolución del amor. «Amaos unos a otros como
yo os he amado» (Jn 13,35). En esto reside el testamento de Jesús y el
signo del cristiano. Aquí está la verdadera revolución del amor.
Por tanto, Cristo os invita a hacer como él, a acoger sin reservas al otro,
aunque pertenezca a otra cultura, religión o país. Hacerle sitio, respetarlo,
ser bueno con él, nos hace siempre más ricos en humanidad y fuertes en la paz
del Señor. Sé que muchos de vosotros participáis en diversas actividades
promovidas por las parroquias, las escuelas, los movimientos o las asociaciones.
Es hermoso trabajar con y para los demás. Vivir juntos momentos de amistad y
alegría permite resistir a los gérmenes de división, que constantemente se han
de combatir. La fraternidad es una anticipación del cielo. Y la vocación del
discípulo de Cristo es ser «levadura» en la masa, como dice san Pablo: «Un poco
de levadura hace fermentar toda la masa» (Ga 5,9). Sed los mensajeros
del evangelio de la vida y de los valores de la vida. Resistid con valentía a
aquello que la niega: el aborto, la violencia, el rechazo y desprecio del otro,
la injusticia, la guerra. Así irradiaréis la paz en vuestro entorno. ¿Acaso no
son a los «artífices de la paz» a quienes en definitiva más admiramos? ¿No es la
paz ese bien precioso que toda la humanidad está buscando? Y, ¿no es un mundo de
paz para nosotros y para los demás lo que deseamos en lo más profundo? سَلامي
أُعطيكُم (Mi paz os doy), dice Jesús. Él no ha vencido el mal con otro mal, sino
tomándolo sobre sí y aniquilándolo en la cruz mediante el amor vivido hasta el
extremo. Descubrir de verdad el perdón y la misericordia de Dios, permite
recomenzar siempre una nueva vida. No es fácil perdonar. Pero el perdón de Dios
da la fuerza de la conversión y, a la vez, el gozo de perdonar. El perdón y la
reconciliación son caminos de paz, y abren un futuro.
Queridos amigos, muchos de vosotros se preguntan ciertamente, de una forma más o
menos consciente: ¿Qué espera Dios de mí? ¿Qué proyecto tiene para mí? ¿Querrá
que anuncie al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida
consagrada o el matrimonio? ¿Me llamará Cristo a seguirlo más de cerca? Acoged
confiadamente estos interrogantes. Tomaos un tiempo para pensar en ello y buscar
la luz. Responded a la invitación poniéndoos cada día a disposición de Aquel que
os llama a ser amigos suyos. Tratad de seguir de corazón y con generosidad a
Cristo, que nos ha redimido por amor y entregado su vida por todos nosotros.
Descubriréis una alegría y una plenitud inimaginable. Responder a la llamada que
Cristo dirige a cada uno: éste es el secreto de la verdadera paz.
Ayer firmé la Exhortación Apostólica
Ecclesia in Medio Oriente. Esta
carta, queridos jóvenes, está destinada también a vosotros, como a todo el
Pueblo de Dios. Leedla con atención y meditadla para ponerla en práctica. Para
que os ayude, os recuerdo las palabras de san Pablo a los corintios: «Vosotros
sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todo el
mundo. Es evidente que sois carta de Cristo, redactada por nuestro ministerio,
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra,
sino en las tablas de corazones de carne» (2 Co 3,2-3). También
vosotros, queridos amigos, podéis ser una carta viva de Cristo. Esta carta no
estará escrita con papel y lápiz. Será el testimonio de vuestra vida y de
vuestra fe. Así, con ánimo y entusiasmo, haréis comprender a vuestro alrededor
que Dios quiere la felicidad de todos sin distinción, y que los cristianos son
sus servidores y testigos fieles.
Jóvenes libaneses, sois la esperanza y el futuro de vuestro país. Vosotros sois
el Líbano, tierra de acogida, de convivencia, con una increíble capacidad de
adaptación. Y, en estos momentos, no podemos olvidar a esos millones de personas
que forman la diáspora libanesa, y que mantienen fuertes lazos con su país de
origen. Jóvenes del Líbano, sed acogedores y abiertos, como Cristo os pide y
como vuestro país os enseña.
Quiero saludar ahora a los jóvenes musulmanes que están con nosotros esta noche.
Agradezco vuestra presencia que es tan importante. Vosotros sois, con los
jóvenes cristianos, el futuro de este maravilloso País y de todo el Oriente
Medio. Buscad construirlo juntos. Y cuando seáis adultos, continuad a vivir la
concordia en la unidad con los cristianos. Porque la belleza del Líbano se
encuentra en esta bella simbiosis.
Es necesario que todo el Oriente Medio, viéndoles, comprenda que los musulmanes
y los cristianos, el Islam y el Cristianismo, pueden vivir juntos sin odios,
respetando las creencias de cada uno, para construir juntos una sociedad libre y
humana.
He sabido además que están entre nosotros jóvenes venidos de Siria. Quiero
deciros cuanto admiro vuestra valentía. Decid en vuestras casas, a vuestros
familiares y amigos, que el Papa no os olvida. Decid en vuestro entorno que el
Papa esta triste a causa de vuestros sufrimientos y lutos. Él no se olvida de
Siria en sus oraciones y es una de sus preocupaciones. No se olvida de ninguno
de los que sufren en Oriente Medio. Es el momento en que musulmanes y cristianos
se unan para poner fin a la violencia y a la guerra.
Para terminar, volvámonos a María, la Madre del Señor, Nuestra Señora del Líbano.
Ella os protege y acompaña desde lo alto de la colina de Harissa, vela como
madre por todos los libaneses y por tantos peregrinos que acuden de todas partes
para encomendarle sus alegrías y sus penas. Esta tarde, confiamos a la Virgen
María y al Beato Juan Pablo II, que me precedió aquí, vuestras vidas, las de
todos los jóvenes del Líbano y de los países de la región, especialmente de los
que sufren la violencia o la soledad, de los que necesitan consuelo. Que Dios os
bendiga a todos. Y ahora, todos juntos, la imploramos:
السّلامُ عَلَيكِ يا مَرْيَم... .
السّلامُ عَلَيكِ يا مَرْيَم... .
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