"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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domingo, 21 de octubre de 2012

Santa Ana Schäffer, 5 de octubre

Ana Schäffer, misionera desde la cama
La historia de la alemana Ana Schäffer es de las que impresionan. La nueva santa es paisana del papa Benedicto XVI. Nació en un pequeño pueblo de Baviera llamado Mildestetten en febrero de 1882, en el seno de una familia numerosa y muy humilde. 

A los cuatro años se quedó huérfana de padre, y aunque en la escuela era una de las mejores alumnas, a los 13 empezó a trabajar como empleada doméstica. Silenciosa, humilde y piadosa, su verdadera vocación, no obstante, era la de ser religiosa. 

De hecho, albergaba la esperanza de que parte del dinero que ganaba le permitiera comprar el ajuar para poder profesar. Su sueño, sin embargo, se vio truncado de golpe el 4 de febrero de 1901. Se hallaba trabajando en la casa en la que servía, cuando el cañón de la estufa, situado encima de una olla donde hervían la ropa, se soltó de la pared. 

Ella intentó volver a colocarlo en su sitio, con tan mala fortuna que resbaló y cayó en el agua hirviendo. Se le quemaron las dos piernas hasta la altura de las rodillas. Pronto se vio que las heridas, además de dolorosas, eran muy graves. De hecho, los médicos de varios hospitales no fueron capaces de curarla y, con apenas 19 años, la muchacha quedó inválida y postrada en una cama.

Aunque inicialmente se rebeló contra ese destino, pronto se dio cuenta de que incluso en el lecho podía ser de utilidad en la evangelización. Al fin y al cabo, aún podía escribir, y coser, y sobre todo, rezar, rezar por todos aquellos que se lo pidieran. Pronto empezó a recibir cartas de gente necesitada de amor y de consuelo. 

Le llegaban, no solo de su país, sino también de Austria, de Suiza, de América... Así vivió el resto de su vida, en medio de atroces sufrimientos, hasta su muerte el 5 de octubre de 1925. Pasó, en total, 24 años encerrada en una habitación, a la que bautizó como “el taller del dolor”, y con las “tres llaves” que Dios le había concedido para “abrir las puertas del Cielo”: “mis sufrimientos, la aguja y la pluma”. Ana Schaeffer, la hija del carpintero de Mildestetten, fue misionera desde la cama. Juan Pablo II la beatificó el 7 de marzo de 1999. 

El 21 de octubre de 2012 fue canonizada por Benedicto XVI

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