A los 15 años fue admitido como religioso en el
convento de los Padres Dominicos en Constanza. Su apellido era Von Berg,
pero como su padre era descuidado borrachín y en cambio la mamá era
una santa, el joven tomó el apellido materno que era Susso.
En la comunidad encontró como profesor un
místico muy famoso que influyó en él de manera inmensa. Era el Padre
Eckart, cuyos consejos seguían muchas personas con gran entusiasmo.
Enrique decía: "El Padre Eckart demuestra tan gran sabiduría que
parece como si Dios no le hubiera ocultado nada".
Los datos que vamos a narrar enseguida están
extraídos de la "Autobiografía" del propio Enrique Susso.
Los primeros años de religioso no fue muy
fervoroso, pero luego un día empezó a oír continuamente este mandato:
"Renuncie a todo lo que no lo ayude a conseguir la santidad".
Y se repetía tan frecuentemente este mandato en su mente que se propuso
empezar una vida espiritual verdaderamente seria.
El demonio intentó disuadirlo y desanimarlo con
consideraciones de prudencia humana, haciéndole ver que esa conversión
era demasiado rápida y que no sería capaz de perseverar en el bien. El
se dedicó a pedir a Dios la sabiduría celestial. Y repetía las
palabras del libro de la Sabiduría: "Señor, envíame la
sabiduría que procede de tu trono. Tú sabes que soy muy joven, sin
experiencia y de pocos años. Pero si Tú me mandas la sabiduría podré
perseverar". Y pedía al Espíritu Santo el don de Consejo y la
virtud de la prudencia, y así logro perseverar. En adelante durante
toda su vida será un admirador constante de la Sabiduría Eterna, y
recomendará a sus discípulos el pedir mucho a Dios el don de la
sabiduría. Y les repetía las palabras del Libro Santo: "Sabiendo
que no tendría la sabiduría si Dios no me la concedía, me dediqué a
pedirla en oración, y me fue concedida".
Su amor a la Virgen María era inmenso y predicaba
constantemente su devoción.
Publicó el libro titulado "Sabiduría
Eterna", el cual fue sumamente famoso y muy popular por varios
siglos.
Al principio de su conversión, creyó Enrique que
debía dedicarse a mortificaciones muy fuertes y así lo hizo. Sus
ayunos, vigilias, azotes y demás penitencias llegaron a causar asombro
y casi acaban con su vida. Pero según cuenta en su
"Autobiografía", una iluminación del cielo le comunicó que
en vez de estas mortificaciones buscadas por él, debía más bien
dedicarse a aceptar con buena voluntad los sufrimientos que Dios iba a
permitir que le llegaran. Y fue entonces cuando empezaron a llegarle
penas tremendas.
Los enemigos del alma trataban de atacarle de mil
maneras. Le llegaban los pensamientos más impuros y las imaginaciones
más indecentes. Y una melancolía o sentimiento continuo de tristeza
que trataba de desanimarlo del todo. Y luego las tentaciones contra la
fe. Y como si no bastara todo esto, le llegó la convicción de que él
estaba destinado a condenarse para siempre.
Afortunadamente había tenido un buen profesor y
se fue en busca del sabio Padre Eckart y le contó todo. "El famoso
místico me consoló y logró sacarme de aquel infierno en el cual
estaba viviendo". Y volvió a su alma la paz. Una vez más se
cumplía lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfarán los
que saben pedir consejos". Pero ahora le iba a llegar un tercer
tormento.
Una voz interior le dijo: "Hasta ahora has
sufrido ataques venidos del interior. Ahora empezarán los ataques que
llegan desde el exterior". Y así sucedió. Pronto empezó a
experimentar la ingratitud y la pérdida de los amigos y de la buena
fama. Sus paisanos se dividían en dos clases: los fervorosos y los
relajados. Los fervorosos querían que se cumpliera exactamente los
deberes de piedad. Entre ellos estaban Enrique Susso, su profesor Eckart
y el gran predicador Taulero. Pero los otros eran mayoría y empezaron a
perseguir a Susso.
Durante
37 años había recorrido campos y ciudades predicando. Había obtenido
curaciones milagrosas. En pleno sermón vieron su rostro rodeado de
resplandores. Pero insistía muy fuertemente en que había que dedicarse
con toda seriedad a la santidad, y esto no agradaba a los relajados. Y
entonces se valieron de la calumnia.
Se valieron de un muchacho mentiroso para inventar
que él había cometido sacrilegios. Logró comprobar que era inocente.
Luego inventaron que Enrique había tratado de envenenar a una persona.
Pronto se supo que eso era mentira. Lo acusaron de haber inventado un
milagro, pero los mentirosos quedaron al descubierto. Fueron tantas las
acusaciones que tuvo que huir por un tiempo a Holanda. Allá lo acusaron
de haber escrito herejías contra la fe. El logró probar que todo lo
que había escrito estaba de acuerdo con nuestra santa religión.
Luego le llegó otro sufrimiento: su hermana, que
era religiosa, perdió el fervor y se retiró de su comunidad. Enrique
ofreció por ella una grave enfermedad que él tuvo que sufrir, y con
este sufrimiento logró que la prófuga volviera otra vez al convento
donde pasó santamente sus últimos años.
Enrique estaba dirigiendo espiritualmente a una
mujer que lo engañaba diciéndole que ella se estaba convirtiendo de su
mala vida. Pero cuando el santo sacerdote se dio cuenta de que aquella
mujer le mentía, se negó a seguirle dando dirección espiritual.
Entonces ella en venganza inventó el cuento de que él era el padre de
una criatura que ella tenía. Y algunos hasta creyeron porque el
religioso demostraba mucha caridad para con el pobre niño. Entonces el
Superior General de la Comunidad mandó hacer una severa investigación
y se supo que todo eran cuentos de aquella perversa mujer.
Fue nombrado Enrique como superior de un convento
de Padres Dominicos y aquel convento estaba terriblemente endeudado. El
nuevo superior en vez de dedicarse a pedir limosnas o a conseguir
empréstitos lo que hizo fue recomendar a sus religiosos que se
dedicaran a celebrar con mayor fervor la santa misa y a rezar con mayor
fe y devoción. Muchos se burlaban de él diciendo que era un hombre que
no ponía los pies en la tierra y que se imaginaba que con rezos se
pagaban las deudas. Pero poco después un hombre rico sintió una
inspiración interior de que debía ayudar a aquel convento y llegó con
veinte libras de monedas de plata y con esto se pagaron todas las
deudas.
Los últimos años los pasó el Padre Enrique
dedicado a dar dirección espiritual a las religiosas, especialmente a
las dominicas, las cuales lo consideraban un verdadero hombre de Dios y
un guía espiritual sumamente acertado.
Le ofrecieron altos puestos pero una iluminación
interior le dijo que si quería llegar a altos puestos en la santidad
tenía que huir de los cargos que producen muchos honores. Y por eso se
mantuvo siempre entre los más humildes y desconocidos aunque su
sabiduría y sus escritos y su santidad lo hacían resplandecer ante
muchísimas gentes piadosas que lo admiraban fervorosamente.
Murió en 1365, y dicen que su cuerpo permaneció
muchos años incorrupto. Pero después el templo donde estaba enterrado
pasó a poder de los protestantes y no se volvió a saber de sus restos.
Tuvo muchas visiones y se le apareció la Santísima Virgen María a traerle mensajes celestiales. En una de sus visiones
preguntó qué medios debería emplear para alcanzar más fácilmente la
santidad y la salvación y le fue respondido: "Negarse a sí mismo;
no apegarse a las criaturas; recibir todo lo que sucede, como venido de
la mano de Dios, y ser infinitamente paciente y amable con todos, aún
con los que son ásperos e injustos en su modo de tratarlo a uno".
San Alfonso de Ligorio al meditar en las
mortificaciones y en los sufrimientos de este hombre de Dios exclamaba:
"Qué pequeños nos sentimos nosotros ante estos campeones tan
valerosos para sufrir todo por amor de Dios y por la salvación de las
almas".
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