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El mandamiento que falta
Los católicos muchas veces se
avergüenzan cuando, al hablar con protestantes o con sectarios, éstos les
reprochan el emplear imágenes de Jesucristo, la Virgen María o de los santos
tanto en el culto como en sus devociones personales. Dicen que está prohibido
en la Biblia por la ley de Dios.
¿Es esto verdad o no? Para contestar
esto deberíamos primero preguntarles “en que parte de la Biblia dice que solo
hay que creer en la Biblia”.
Pero sigamos su juego y veamos que dice
la Biblia.
Cuenta el libro del Éxodo que cuando
Moisés, conduciendo al Pueblo de Israel por el desierto, llegó a los pies del
monte Sinaí. Yahvé se presentó en medio de truenos, relámpagos, temblor de
tierra y densas nubes, y le entregó los 10 mandamientos.
Todos conocemos la lista. Pero pocos
saben que en realidad el segundo mandamiento decía “No te harás imagen ni
escultura alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo
en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás
ante ellas ni les darás culto porque yo Yahvé soy un Dios celoso” (Ex. 20,4-5)
¿Entonces es cierto?
Lo
que la ley decía
Si seguimos leyendo la Biblia, esto
parece confirmarse. En efecto, en muchas otras ocasiones se prohíbe a los
israelitas fabricar imágenes y figuras, tanto de Yahvé como de cualquier otra
divinidad. Por ejemplo, el Levítico, tercer libro de la Biblia, ordenaba: “No
se harán ídolos ni imágenes, ni colocarán piedras grabadas para postrarse ante
ellas” (26,1)
En otra parte se dice más
exhaustivamente: “No vayan a pervertirse y a hacer esculturas con figura
masculina o femenina, o de bestias de la tierra, de aves que vuelan por el
cielo, de reptiles que serpean por el suelo, ni de peces que hay en las aguas
debajo de la tierra” (Dt. 4,16-18). Era tan grave este hecho, que se pena con
la maldición: “Maldito sea el hombre que haga con sus manos un ídolo esculpido
o fundido, pues eso repugna a Yahvé” (Dt. 27,15).
Como se ve, estaba prohibida por la Ley
de Dios toda representación vegetal, animal o humana en el culto.
Siguiendo este precepto, muchas iglesias
cristianas actualmente rechazan las imágenes en su culto, y critican a quienes
las emplean.
Lo
que el pueblo vivía
Sin embargo, a pesar de las categóricas disposiciones
bíblicas, no se ve que el pueblo hebreo haya prescindido absolutamente de
imágenes. Varios pasajes bíblicos muestran que éstas eran toleradas y hasta
permitidas en el Antiguo Testamento. Más aún: en algunos casos Dios mismo
ordenó la construcción de imágenes sagradas.
Por ejemplo, durante la travesía en el
desierto, cuando Yahvé mandó fabricar el
arca de la alianza, cofre sagrado donde se guardaban las tablas de la Ley, ordenó que a cada lado se pusiera la imagen
de oro de un querubín, ser angélico con rasgos mitad animales y mitad
humanos (Ex. 25,18). Por su parte, el
candelabro de siete brazos que se colocó en el interior de la Tienda
Sagrada tenía grabadas flores de
almendro (Ex. 25,33).
Estas obras no eran ocurrencias humanas.
Según la Biblia el propio Dios había llenado de su Espíritu al artista Besalel,
concediéndole habilidad y pericia para idearla (Ex. 31,1-5).
También en otros episodios de la
historia de Israel vemos a personajes piadosos emplear sin ningún recelo
imágenes y objetos representativos para el culto. Gedeón, por ejemplo, uno de
los jueces de Israel más importantes, fabricó con anillos y otros objetos de
oro una figura de Yahvé, a la que los israelitas le tributaron culto (Jc. 8,24-27).
Y Miká, un ferviente y piadoso yahvista, hizo una efigie de plata de Yahvé y
estableció un santuario para darle culto (Jc. 18,31). Hasta el mismo rey David, amado y bendecido de Dios, tenía en
su casa sin escrúpulos imágenes divinas (1Sam. 19,1-13).
Un
templo sin prejuicios
Arca de la Alianza |
Los
capiteles
de las columnas del Templo tenían forma
de azucenas, y doscientas granadas esculpidas se apiñaban alrededor de cada una
(1Re 7,19-20). Los recipientes para las abluciones litúrgicas estaban revestidos con imágenes de leones, bueyes y
querubines (1Re 7,29). Todo con el consentimiento del propio Dios.
Y por si esto fuera poco, una enorme serpiente de bronce que había labrado Moisés en el desierto por
orden de Yahvé para sanar a cuántos, mordidos por oficios, la miraran, estuvo
doscientos años expuesta en el Templo hasta que el rey Ezequías la eliminó (2Re
18,4).
Cuando
el Templo de Jerusalén fue destruido en el siglo VI a.C., el profeta Ezequiel tuvo una visión del templo futuro.
Y de él describe los querubines y
palmeras que lo iban a adorar (Ez. 41,18).
Era pues prodigiosa la cantidad de
imágenes, pinturas, esculturas y decorados que colmaban el grandioso Templo de
Yahvé e Jerusalén.
Ni
una sola voz de censura
Y a pesar de aquel segundo mandamiento nunca hallamos en la Biblia a ningún
profeta antiguo que censura las imágenes. Ellos, que eran los centinelas de
Dios, que alzaban la voz ante cualquier pecado del pueblo, que no permitían la
menos desviación, durante siglos guardaron silencio.
Ni
siquiera los formidables Elías y Eliseo, acérrimos defensores de la ortodoxia,
las reprobaron. Tampoco Amós, cuya
única misión fue la de ir a predicar al Templo de la ciudad de Betel donde
habían puesto la estatua de un toro adornando el altar de Yahvé, habló en contra de las imágenes. Solo
recriminó el lujo, la avaricia y la crueldad del pueblo, sin aludir al becerro
del Templo.
¿Qué pasaba entonces con la prohibición?
No parecía estar en vigencia. O al menos no aparentaba ser tan absoluta.
¿Por qué? ¿Cuál era el motivo en que se
basaba la exclusión de las imágenes? En realidad la Biblia no da ninguna razón,
y el pueblo de Israel nunca afirmó que conocía los motivos. Un solo texto, en
el libro del Deuteronomio, intenta dar una explicación, y dice: “No vayan a
hacerse ninguna escultura porque no vieron ninguna figura el día en que Yahvé
les habló en el monte Horeb (otro nombre del monte Sinaí) de en medio del fuego”.
Es decir, cuando Dios les había hablado en el monte, ellos sólo oyeron su voz
sin ver imagen alguna.
Pero ésta no es una verdadera
explicación. Es solo un motivo histórico, que nos lleva a volver a preguntar:
¿Y por qué no apareció aquel día ninguna imagen en el monte Sinaí? Y quedamos
sin respuesta.
La
razón sospechada
Aunque la Biblia no lo diga, podemos
conjeturar el motivo de la prohibición de las imágenes, gracias a nuestros
conocimientos del ambiente religioso antiguo.
Todos los pueblos que estaban en
contacto con Israel consideraban que la imagen no solo era un símbolo de la
divinidad, sino que la propia divinidad habitaba allí de manera real. La imagen
era el mismo dios representado.
Así, según esta mentalidad primitiva
oriental (fetichismo), en la imagen de la deidad residía un fluido personal
divino. Cuando alguien hacía una imagen, el dios debía venir a residir en ella,
ya que toda imagen –según esa mentalidad primitiva- de algún modo hacía una suerte
de epiclesis, es decir, un llamado al dios para que viniera a habitarla. Era
una especie de doble de la divinidad simbolizada.
Por eso la Biblia cuenta que cuando
Raquel, esposa de Jacob, le roba los ídolos a su padre Labán, éste se queja de
que “le han sustraído sus dioses” y no “las imágenes” (Gn. 31,30). Y en la
historia del ya mencionado Miká, éste acusó a la tribu de los danita de haberle
robado su dios cuando éstos se marchan solo con la imagen (Jc. 18,24).
Ahora
si la voz de censura
Se comprende, entonces, lo fácil que era
caer en un concepto mágico de la divinidad para esas tribus primitivas. Para ellos:
tener la imagen a su disposición era tener los poderes del dios a su voluntad,
ejercer una especie de dominio sobre él, manejarlo a su antojo, poseer un dios
a la medida humana.
Y esto podía poner seriamente en peligro
la identidad de Yahvé. Él se manifestaba libre y espontáneamente donde quería,
muy por encima de las fuerzas de sus criaturas, y dirigiendo el curso de la
historia según su parecer.
Durante el tiempo en que esta idea no se
vio amenazada, no hubo dificultad. Pero a partir del siglo VIII a.C., el pueblo
de Israel cayó fuertemente en la tentación. Entonces los profetas hablaron. ¡Y
cómo!
Oseas fue el primero que denunció los
sacrificios e incienso que ofrecían el pueblo a las imágenes de divinidades
extranjeras, creyendo así poder obtener sus favores.
Isaías, un poco más tarde, ridiculizará
despiadadamente su culto mágico. Con la mitad de un árbol, dice, hacen fuego
para calentarse y un asado para saciarse, y con la otra mitad hacen un dios, lo
adoran, y le dicen: “Sálvame pues tú eres mi dios” La sátira es sangrienta.
Jeremías y Ezequiel, en el siglo VIII
a.C., censurarán hasta el símbolo más leve de la divinidad, como ser una piedra
o un pedazo de madera, para que no creyeran así poder manejarla.
Aún no había llegado el tiempo en el
cual el hombre podía adorar a Dios en figura humana.
Cuando
Dios fabrica imagen.
Pasaron los siglos. El ambiente griego fue
haciendo a los hombres menos dados a la magia y más influidos por el
pensamiento filosófico aportando la razón a la fe. Esto contribuyó a disminuir
la idea fetichista de las imágenes divinas poniéndolas en su correcto lugar.
Además se aporta la idea de que no
existen divinidades distintas para otras naciones. Los Israelitas comprenden
que solo Yahvé es el único Dios verdadero para todos. Por lo tanto cualquier
imagen, altar, oración, o culto que se celebrara en cualquier lugar o lengua,
sólo a él estaban destinados. Así el peligro de creer que se adoraba a dioses
extraños desapareció.
Entonces el propio Dios, que se había
mantenido invisible hasta ese momento, frente a una etapa más madura de la
humanidad quiso hacerse una imagen para que todos lo pudieran contemplar. Y si
en la Antigua Alianza se había revelado al pueblo sin imagen, en la Nueva
Alianza consideró imprescindible tener una y ser visto. Por eso en la noche de
Navidad los ángeles darán a los pastores esta señal de la nueva revelación: “verán”
a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Dios mismo deseó ahora, cuando ya no había
peligro, acercarse a los hombres mediante una figura, la de Cristo, para que lo
vieran, oyeran, tocaran, sintieran. Dios se hizo imagen.
Ya
no más
San Pablo, que había vivido un tiempo
cumpliendo la antigua Ley, comprendió muy bien la nueva disposición al hablar de
“Cristo, al imagen de Dios”(2Cor 4,4).Y en un hermoso himno canta que Cristo “es
la imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Jesús hablando un día con el apóstol
Felipe, le anticipó: “El que me ve a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14,8).
Por lo tanto, si Dios mismo ha querido
dejar de permanecer oculto y hacerse ver en una imagen, ¿Quiénes somos nosotros
para prohibir representarlo?
Como se ve, el mandamiento sobre las
imágenes en el Antiguo Testamento tenía una función pedagógica, y por lo tanto
temporal.
Transcurridos los siglos y llegada la
madurez de los tiempos, al pasar el peligro fetichista pasó también el
mandamiento. Así lo entendieron los cristianos desde muy antiguo. Por eso
empezaron a hacer imágenes de Cristo y representar escenas de su vida, ya que
ayudaban al pueblo a acercarse a Dios. Los cementerios y los templos, se poblaron
de éstas representaciones artísticas por el valor pedagógico que tienen y como soporte
de la oración. Con el tiempo, se convirtieron en “la Biblia; el Catecismo de
los niños y los iletrados” que por siglos eran la mayoría ya que pocos sabían leer
y el costo de los textos fue además inalcanzable hasta la invención de la
imprenta.
Al mismo tiempo, cuando ellos enumeraban
los mandamientos, salteaban siempre el segundo a la par que desdoblaban el
último en dos para que siguieran siendo 10. Las listas de mandamientos que nos
llegaron escritas desde el siglo IV ya no incluyen la prohibición. Porque es la
época en que la Iglesia deja de ser perseguida y al ser tolerada puede sentarse
a poner por escrito el magisterio, que antes fuera transmitido mayoritariamente
de forma oral debido a la persecución de los emperadores romanos. Es llamativo
que muchas sectas modernas intenten conservarlo cuando, en cambio, nada cuestionan
el cambio establecido en esa misma época sobre el último mandamiento que
consideraba a la mujer un objeto equiparada al buey o a una cosa y aceptaba la
servidumbre o esclavitud.
Hoy la prohibición de idolatría pasa por
otros lugares como bien recuerda constantemente el magisterio de la Iglesia. Pasa
por el hedonismo o culto al cuerpo, por el materialismo, por el culto al
dinero, al poder, al placer, etc. en fin, la prohibición del mandamiento debe
interpretarse en ese sentido dándole a Dios el lugar que se le debe: “Sobre
todas las cosas”.
Hasta el mismo Lutero
Los protestantes, cuando se separaron de
la Iglesia fundada por Jesucristo para formar sus propias iglesias en el siglo
XVI, reaccionaron contra los excesos en el culto de las imágenes y provocaron
la destrucción de muchas de ellas. Como había ocurrido entre los cismáticos y el
episodio iconoclasta.
Sin embargo Lutero, el iniciador del
protestantismo no fue tan intolerante. Al contrario, reconoció la importancia
que tenían.
En una carta fechada en 1528 escribía: “Considero
que lo referente a las imágenes, los símbolos y las vestimentas litúrgicas… y
cosas semejantes, se deje a libre elección. Quien no los quiere, los deje de
lado. Aunque las imágenes inspiradas en la Escritura o en historias
edificantes, me parecen muy útiles”. Y en otro pasaje dice que: “las imágenes
eran el Evangelio de los pobres”.
Lutero intuyó muy bien lo que otros
protestantes no quieren aún entender: Que no se trata de adorar una imagen –hay
que ser muy tonto para pensar eso- sino de adorar a Dios mediante el estímulo
que la imagen puede ofrecer. Quien mira la foto de su madre sabe que la foto no
es su madre. Sin embargo le ayuda a pensar en ella.
Creer que cuando alguien se arrodilla
frente a una imagen está malgastando la adoración que debe darle solo a Dios,
es tener aún la mentalidad primitiva, seguir pensando que dentro de éstas hay
un flujo de otras divinidades y no haber evolucionado del pensamiento del
Antiguo Testamento.
Si aún aplicáramos literalmente ese
mandamiento, como algunos protestantes pretenden, ni siquiera podríamos ver la
televisión o ir al cine, usar internet ya que se inicia con un “ícono” (imagen
en griego), poseer una foto o video familiar o usar billetes o moneda. Historietas
o dibujos, aún aquellas que cuenten la vida de Jesús, o esos dibujos o fotos
que traen las revistas cristianas. Porque estaríamos “haciendo imágenes” según
las técnicas modernas.
También es habitual que los protestantes
usen representaciones sensibles de frases bíblicas. Hay supermercados en donde
se venden tazas, lapiceras, imanes para heladeras, pulseras, etc. con frases
bíblicas.
Todas ellas son representaciones sensibles
y a nadie –en su sano juicio- se le ocurriría achacarles que sean idólatras por
comprarlas y exhibirlas en sus hogares o lugares de trabajo. Ellos no se las
cuestionan porque son de su propio gusto, pero al fin son imágenes sensibles igual.
Les ayuda a recordar a Dios en actividades cotidianas. Sin embargo y porque no
son de “su gusto” critican y peor aún condenan a quien tiene una estampita o
lleva una medalla al cuello o tiene una cruz en la pared de su casa. Objetos
que cumplen la misma función que ellos buscan en la taza o lapicera.
Muchos protestantes duermen con la
Biblia abierta sobre sus cuerpos para que la palabra de Dios los proteja
mientras duermen.
La
imagen obligatoria
Cuando Jesús, el Hijo de Dios, tomó
fisonomía humana. Se encarnó. Mostró el carácter temporal del mandamiento en
cuestión y la utilidad de las representaciones sensibles para la catequesis y
la oración.
Lo que impresionó a los contemporáneos
de Jesucristo era que “lo hemos visto, lo hemos contemplado, lo hemos tocado”,
como decía Juan (1Jn. 1,1)
Si bien hay que evitar la superstición y
los errores en el empleo que de ellas hacemos, educándonos en la fe, conociendo
lo que creemos; superando la etapa infantil tal como hemos contado pasó con el
pueblo de Dios; nunca podemos basarnos en la Biblia para prohibir las
representaciones sensibles, como erróneamente pretenden algunos cultos protestantes.
De todas formas hay una imagen que no
podemos dejar de “fabricar”: La imagen de Cristo en nosotros.
Pablo, escribiendo a los romanos dijo
que: Dios los eligió primero y los destinó a reproducir la imagen de Cristo en
sus propias vidas” (8,29). No labrar esa imagen sería malograr nuestro destino.
Cada acción, cada obra que realizamos, cada
contribución a la justicia, al bien común, a la solidaridad, a la formación en
la fe, a la evangelización. Cada acción que atraiga a Cristo a aquellos que
encontremos en las periferias existenciales, va cincelando radiante, exacta,
precisa, la imagen de Jesucristo en nuestras vidas. Al final debe salirnos
igual a Él. A su imagen. Jesús mismo lo había pedido: “Sean perfectos, como el
Padre del Cielo es perfecto” (Mt. 5,48).
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