San Cornelio y San Cipriano
Mártires
A San Cipriano le rogamos que ruegue a Dios para que
los que somos seguidores de Cristo,
no sintamos nunca vergüenza de ser cristianos,
y proclamemos siempre y en todas partes
con palabras y buenas obras
nuestra santa religión.
Mártires
A San Cipriano le rogamos que ruegue a Dios para que
los que somos seguidores de Cristo,
no sintamos nunca vergüenza de ser cristianos,
y proclamemos siempre y en todas partes
con palabras y buenas obras
nuestra santa religión.
San Cornelio. Papa. Año 253.
Cornelio
significa: "fuerte como un cuerno".
Este
Pontífice fue martirizado en la persecución del emperador Decio en el
año 253.
Su
Pontificado se vió amargado por la rebelión de un hereje llamado
Novaciano que proclamaba que la Iglesia Católica no tenía poder para
perdonar pecados y que por lo tanto el que alguna vez hubiera renegado de
su fe, nunca más podía ser admitido en la Santa Iglesia.
El
hereje afirmaba también que ciertos pecados como la fornicación e
impureza y el adulterio, no podían ser perdonados jamás. El Papa
Cornelio se le opuso y declaró que si un pecador se arrepiente en verdad
y quiere empezar una vida nueva de conversión, la Santa Iglesia puede y
debe perdonarle sus antiguas faltas y admitirlo otra vez entre los fieles.
A San Cornelio lo apoyaron San Cipriano desde Africa y todos los demás
obispos de occidente.
El
gobierno del perseguidor Decio lo desterró de Roma y a causa de los
sufrimientos y malos tratos que recibió, murió en el destierro, como un
mártir.
San Cipriano. Obispo de Cartago
y mártir. Año 258.
Este
fue el Santo más importante del Africa y el más brillante de los obispos
de este continente, antes de que apareciera San Agustín.
Había
nacido en el año 200 en Cartago (norte de Africa) y se dedicó a la labor
de educador, conferencista y orador público. Tenía una inteligencia
privilegiada, una gran habilidad para hablar en público, y una
personalidad brillante y simpática que le conseguía un impresionante
ascendiente sobre los demás.
Llegado
a la mayoría de edad se convirtió al cristianismo por el ejemplo y las
palabras de un santo sacerdote llamado Cecilio. Se hizo bautizar y una vez
bautizado hizo el juramento de permanecer siempre casto, y de no contraer
matrimonio (celibato se llama a este modo de vivir). A las gentes les
llenó de admiración el tal voto o juramento, porque esto no se
acostumbraba en aquellos tiempos.
Desde
su conversión, descubrió Cipriano que la S. Biblia contiene tesoros
maravillosos de buenas enseñanzas y se dedicó con toda su brillante
inteligencia a estudiar este Libro Santo y a leer los comentarios que los
antiguos santos habían escrito, respecto de la Sagrada Escritura. Hizo el
sacrificio de renunciar a sus literatos mundanos que tanto le agradaban
antes, y en adelante ya nunca citará ni siquiera una frase de un autor
que no sea cristiano católico. Escribió un comentario acerca del
Padrenuestro, tan bello, que hasta ahora no ha sido superado por otro
autor.
Fue
ordenado sacerdote, y en el año 248 al morir el obispo de Cartago, el
pueblo y los sacerdotes aclamaron a Cipriano como el más digno para ser
el nuevo obispo de la ciudad.
El
se resistía y quería huir o esconderse, pero al fin se dio cuenta de que
era inútil oponerse al querer popular y aceptó tan importante cargo,
diciendo: "Me parece que Dios ha expresado su voluntad por medio del
clamor del pueblo y de la aclamación de los sacerdotes". Y llegó a
ser el más importante de todos los obispos que tuvo Cartago.
Un
escritor de ese tiempo dejó este retrato de la bondad y venerabilidad de
Cipriano: "Era majestuoso y venerable, inspiraba confianza a primera
vista y nadie podía mirarle sin sentir veneración hacia él. Tenía una
agradable mezcla de alegría y venerabilidad, de manera que los que lo
trataban no sabían qué hacer más: si quererlo o venerarlo, porque
merecía el más grande respeto y el mayor amor".
En
el año 251 el emperador Decio decreta una terrible persecución contra
los cristianos. Le interesaba sobre todo acabar con los obispos y destruir
los libros sagrados. Y para que el mal a la religión sea mayor invita a
todos los que quieren renegar de la religión cristiana a que quemen
incienso ante los dioses y ya con eso quedan perdonados. Muchísimos caen
en esta trampa, y con tal de no perder sus bienes, su libertad y su vida
misma, queman incienso ante las imágenes de los ídolos paganos, y
reniegan de la santa religión. El mal es inmenso.
Cipriano,
con gran prudencia, viendo que lo que primero buscan es acabar con todos
los jefes de la Iglesia, huye y se esconde, pero desde su escondite envía
continuas cartas a los creyentes invitándolos a no abandonar la religión
por nada en la vida. Los paganos recorren las calles de Cartago gritando:
"Pedimos que Cipriano sea echado a los leones". Pero no lo
lograron encontrar para echarlo a las fieras.
Hubo
un corto período de paz y Cipriano volvió a su cargo de obispo. Pero
encontró que algunos aceptaban sin más en la Iglesia a los que habían
apostatado de la religión, sin exigirles hacer penitencia de ninguna
clase. Se opuso a esta relajación y en adelante a todo renegado que quiso
volver a la Iglesia le exigió que hiciera antes cierto tiempo de
penitencia. Así preparaba a los creyentes para que en las próximas
persecuciones no se dejaran dominar por el miedo y no renegaran tan
fácilmente de sus creencias. Muchos se oponían a esta severidad, pero
era necesaria para prevenir el peligro de apostatías en la próxima
persecución que ya se avecinaba. Y sucedió que cuando vinieron después
las más espantables persecuciones, los cristianos prefirieron morir antes
que quemar incienso a los dioses de los paganos. Y fueron mártires
gloriosos.
El
año 252, llega la peste de tifo negro a Cartago y empiezan a morir
cristianos por centanares y quedan miles de huérfanos. El obispo Cipriano
se dedica a repartir ayudas a los que han quedado en la miseria. Vende
todo lo más valioso que hay en su casa episcopal, y pronuncia unos de los
sermones más bellos que se han compuesto en la Iglesia Católica acerca
de la limosna. Todavía hoy al leer tan emocionantes sermones, siente uno
un deseo inmenso de dedicarse a ayudar a los necesitados. Sus oyentes se
conmovieron al escucharle tan impresionantes enseñanzas y fueron
generosísimos en auxiliar a las víctimas de la epidemia.
El
año 257 el emperador Valeriano decretó una violentísima persecución
contra los cristianos. Pena de destierro para todo creyente que asistiera
a un acto de culto cristiano, y pena de muerte para cualquier obispo o
sacerdote que se atreviera a celebrar una ceremonia religiosa. A Cipriano
le decretan en el año 157 pena de destierro, pero como donde quiera que
vaya sigue celebrando ceremonias religiosas, en el año 258 le decretan
pena de muerte. Se conservan las actas de la última audiencia que los
jueces le hicieron para condenarlo al martirio. Son muy interesantes.
Dicen así:
El
juez: El emperador Valeriano ha dado órdenes de que no se permite
celebrar ningún otro culto, sino el de nuestros dioses. ¿Ud. Qué
responde?
Cipriano:
Yo soy cristiano y soy obispo. No reconozco a ningún otro Dios, sino al
único y verdadero Dios que hizo el cielo y la tierra. A El rezamos cada
día los cristianos.
El
14 de septiembre una gran multitud de cristianos se reunió frente a la
casa del juez. Este le preguntó al mártir: "¿Es usted el
responsable de toda esta gente?
Cipriano:
Si, lo soy.
El
juez: El emperador le ordena que ofrezca sacrificios a los dioses.
Cipriano:
No lo haré nunca.
El
juez: Píenselo bien.
Cipriano:
Lo que le han ordenado hacer, hágalo pronto. Que en estas cosas tan
importantes mi decisión es irrevocable, y no va a cambiar.
El
juez Valerio consultó a sus consejeros y luego de mala gana dictó esta
sentencia: "Ya que se niega a obedecer las órdenes del emperador
Valeriano y no quiere adorar a nuestros dioses, y es responsable de que
todo este gentío siga sus creencias religiosas, Cipriano: queda condenado
a muerte. Le cortarán la cabeza con una espada".
Al
oír la sentencia, Cipriano exclamó: ¡Gracias sean dadas a Dios!
Toda
la inmensa multitud gritaba: "Que nos maten también a nosotros,
junto con él", y lo siguieron en gran tumulto hacia el sitio del
martirio.
Al
llegar al lugar donde lo iban a matar Cipriano mandó regalarle 25 monedas
de oro al verdugo que le iba a cortar la cabeza. Los fieles colocaron
sábanas blancas en el suelo para recoger su sangre y llevarla como
reliquias.
El
santo obispo se vendó él mismo los ojos y se arrodilló. El verdugo le
cortó la cabeza con un golpe de espada. Esa noche los fieles llevaron en
solemne procesión, con antorchas y cantos, el cuerpo del glorioso mártir
para darle honrosa sepultura.
A
los pocos días murió de repente el juez Valerio. Pocas semanas después,
el emperador Valeriano fue hecho prisionero por sus enemigos en una guerra
en Persia y esclavo prisionero estuvo hasta su muerte.
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