Claudina Thévenet (1774-1837)
Fundadora de la Congregación de las Religiosas de Jesús-María
CLAUDINA THÉVENET, la segunda de una familia de siete hijos, nace en Lyon
el 30 de marzo de 1774. " Glady ", como se la llama familiarmente,
ejerce muy pronto una bienhechora influencia sobre sus hermanos y hermanas
porque su bondad, delicadeza y olvido propio la llevan a complacer siempre a
los demás.
Tiene 15 años cuando estalla la Revolución Francesa. En 1793 vive
las
horas trágicas del asedio de Lyon por las fuerzas gubernamentales y,
en enero
de 1794, llena de horror y de impotencia, asiste a la ejecución de sus
hermanos, condenados a muerte por represalia, después de la caída de
la
ciudad.
Sus últimas palabras: "Perdona, Glady, como nosotros perdonamos" las hace muy suyas, las graba en su corazón y la marcan profundamente dando nuevo sentido a su vida. En adelante se dedicará a socorrer las innumerables miserias que la Revolución había producido.
Para Claudina, la causa principal del sufrimiento del pueblo era la ignorancia de Dios y esto despierta en ella un gran deseo de darlo a conocer a todos. Niños y jóvenes atraen principalmente su celo apostólico y arde por hacer conocer y amar a Jesús y a María.
Sus últimas palabras: "Perdona, Glady, como nosotros perdonamos" las hace muy suyas, las graba en su corazón y la marcan profundamente dando nuevo sentido a su vida. En adelante se dedicará a socorrer las innumerables miserias que la Revolución había producido.
Para Claudina, la causa principal del sufrimiento del pueblo era la ignorancia de Dios y esto despierta en ella un gran deseo de darlo a conocer a todos. Niños y jóvenes atraen principalmente su celo apostólico y arde por hacer conocer y amar a Jesús y a María.
El encuentro con un santo sacerdote, el Padre Andrés Coindre, le ayudará
a conocer la voluntad de Dios sobre ella y será decisivo en la orientación
de su vida. En el atrio de la iglesia de San Nizier, el Padre Coindre había
encontrado dos niñas pequeñas abandonadas y temblando de frío. Las condujo a
Claudina quien no vaciló en ocuparse de ellas.
La compasión y el amor hacia las niñas abandonadas son el origen de la
Providencia de San Bruno en Lyon (1815). Algunas compañeras se unen a
Claudina. Se reúnen en Asociación. Elaboran y experimentan un Reglamento y
pronto la eligen Presidente.
El 31 de julio de 1818 el Señor se deja oír por la voz del Padre Coindre:
"hay que formar una comunidad. Dios te ha elegido" dijo a
Claudina. Y así, el 6 de octubre de ese mismo año, se funda la Congregación
de Religiosas de Jesús-María, en Pierres-Plantées, sobre la colina de la
Croix Rousse. En 1820 la naciente Congregación se instalará en Fourviére (frente
al célebre santuario) en un terreno adquirido a la familia Jaricot. En 1823
obtiene la aprobación canónica para la Diócesis del Puy y en 1825 para la
de Lyon.
El fin inicial del joven Instituto era recoger las niñas pobres hasta los
20 años de edad. Se las enseñaba un empleo y los conocimientos propios de la
escuela primaria, todo ello desde una sólida formación religiosa y moral.
Pero querían hacer más, y Claudina y sus hermanas abrieron también sus
corazones a niñas de clases acomodadas construyendo para ellas un pensionado.
El fin apostólico de la Congregación será pues, la educación cristiana de
todas las clases sociales con una preferencia por las niñas y jóvenes, y
entre ellas, las más pobres.
Los dos tipos de obras se desarrollan simultáneamente a pesar de las
pruebas que acompañarán a la Fundadora a lo largo de los últimos doce años
de su peregrinación en esta tierra: la muerte dolorosamente repentina del
Padre Coindre (1826) y de las primeras hermanas (1828); la tenacidad para
impedir la fusión de su Congregación con otra también recién fundada; los
movimientos revolucionarios de Lyon en 1831 y 1834 con todas las consecuencias
que debieron sufrir los habitantes de Fourviére, por ser la colina punto
estratégico de los dos bandos antagónicos.
El insigne valor de la Fundadora no se deja intimidar por la adversidad, al
contrario, emprende con audacia nuevas construcciones, entre ellas la de la
Capilla de la Casa Madre, al mismo tiempo que se entrega a la redacción de
las Constituciones de la Congregación. Las estaba ultimando cuando, a sus 63
años, la muerte llamó a su puerta. Era el 3 de febrero de 1837.
"Hacer todas las cosas con el único deseo de agradar a Dios"
fue el hilo conductor de toda su vida. Esta búsqueda constante de la voluntad
de Dios, "llevar una vida digna del Señor agradándole en todo",
le dio una fina sensibilidad para leer los signos de los tiempos, discernir
los designios de Dios sobre ella y dar una respuesta íntegra y total. Ese
camino le ha merecido "compartir la suerte de los santos en la Luz"
(Col. 1, 10-11).
"Encontrar a Dios en todas las cosas y todas las cosas en Dios"
es vivir en espíritu de alabanza. En un mundo en que está demasiado ausente
la esperanza, redescubrir la bondad del Creador, presente en la creación y en
las personas, reafirma el sentido de vivir e invita a la acción de gracias.
Claudina hizo de su vida religiosa apostólica "un himno de gloria al
Señor". Sus últimas palabras: "Qué bueno es Dios" fueron
la exclamación admirativa de la bondad de Dios que había sabido descubrir
aún en los momentos más dolorosos de su vida.
Claudina imprimió en su Congregación su fuerte personalidad. Dotada de
una grandeza de alma poco común, de prudente inteligencia y buena
organización, fue, sobre todo, una mujer de gran corazón. Y quería que sus
hijas fueran verdaderas madres de las niñas confiadas a su cuidado: "Es
necesario ser madres de las niñas - les decía - sí, verdaderas madres,
tanto del alma como del cuerpo". Ninguna parcialidad, ninguna
preferencia, "las únicas que os permito son para las más pobres, las
más miserables, las que tienen más defectos. A estas sí, amadlas mucho".
La solidez de una construcción se revela al paso del tiempo. Cinco años
apenas de la muerte de la Fundadora sus hijas llegaban a la India (1842). En
1850 entran en España y en 1855 van al Nuevo Mundo, a Canadá.
175 años después de la fundación de la Congregación, son más de mil
ochocientos las Religiosas de Jesús-María repartidas hoy en ciento ochenta
comunidades por los cinco continentes. Todas acogen con grande gozo y gratitud
la canonización de esta humilde y generosa hija de Francia que el Señor
escogió para hacerla su Fundadora.
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