CARTA
ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
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Luz para
la vida en sociedad
54. Asimilada y profundizada
en la familia, la fe ilumina
todas las relaciones
sociales. Como experiencia
de la paternidad y de la
misericordia de Dios, se
expande en un camino
fraterno. En la « modernidad
» se ha intentado construir
la fraternidad universal
entre los hombres fundándose
sobre la igualdad. Poco a
poco, sin embargo, hemos
comprendido que esta
fraternidad, sin referencia
a un Padre común como
fundamento último, no logra
subsistir. Es necesario
volver a la verdadera raíz
de la fraternidad. Desde su
mismo origen, la historia de
la fe es una historia de
fraternidad, si bien no
exenta de conflictos. Dios
llama a Abrahán a salir de
su tierra y le promete hacer
de él una sola gran nación,
un gran pueblo, sobre el que
desciende la bendición de
Dios (cf. Gn 12,1-3). A lo
largo de la historia de la
salvación, el hombre
descubre que Dios quiere
hacer partícipes a todos,
como hermanos, de la única
bendición, que encuentra su
plenitud en Jesús, para que
todos sean uno. El amor
inagotable del Padre se nos
comunica en Jesús, también
mediante la presencia del
hermano. La fe nos enseña
que cada hombre es una
bendición para mí, que la
luz del rostro de Dios me
ilumina a través del rostro
del hermano.
¡Cuántos
beneficios ha aportado la
mirada de la fe a la ciudad
de los hombres para
contribuir a su vida común!
Gracias a la fe, hemos
descubierto la dignidad
única de cada persona, que
no era tan evidente en el
mundo antiguo. En el siglo
II, el pagano Celso
reprochaba a los cristianos
lo que le parecía una
ilusión y un engaño: pensar
que Dios hubiera creado el
mundo para el hombre,
poniéndolo en la cima de
todo el cosmos. Se
preguntaba: « ¿Por qué
pretender que [la hierba]
crezca para los hombres, y
no mejor para los animales
salvajes e irracionales?
»[46]. « Si miramos la tierra
desde el cielo, ¿qué
diferencia hay entre
nuestras ocupaciones y lo
que hacen las hormigas y las
abejas? »[47]. En el centro de
la fe bíblica está el amor
de Dios, su solicitud
concreta por cada persona,
su designio de salvación que
abraza a la humanidad entera
y a toda la creación, y que
alcanza su cúspide en la
encarnación, muerte y
resurrección de Jesucristo.
Cuando se oscurece esta
realidad, falta el criterio
para distinguir lo que hace
preciosa y única la vida del
hombre. Éste pierde su
puesto en el universo, se
pierde en la naturaleza,
renunciando a su
responsabilidad moral, o
bien pretende ser árbitro
absoluto, atribuyéndose un
poder de manipulación sin
límites.
55. La fe,
además, revelándonos el amor
de Dios, nos hace respetar
más la naturaleza, pues nos
hace reconocer en ella una
gramática escrita por él y
una morada que nos ha
confiado para cultivarla y
salvaguardarla; nos invita a
buscar modelos de desarrollo
que no se basen sólo en la
utilidad y el provecho, sino
que consideren la creación
como un don del que todos
somos deudores; nos enseña a
identificar formas de
gobierno justas,
reconociendo que la
autoridad viene de Dios para
estar al servicio del bien
común. La fe afirma también
la posibilidad del perdón,
que muchas veces necesita
tiempo, esfuerzo, paciencia
y compromiso; perdón posible
cuando se descubre que el
bien es siempre más
originario y más fuerte que
el mal, que la palabra con
la que Dios afirma nuestra
vida es más profunda que
todas nuestras negaciones.
Por lo demás, incluso desde
un punto de vista
simplemente antropológico,
la unidad es superior al
conflicto; hemos de contar
también con el conflicto,
pero experimentarlo debe
llevarnos a resolverlo, a
superarlo, transformándolo
en un eslabón de una cadena,
en un paso más hacia la
unidad.
Cuando la fe se
apaga, se corre el riesgo de
que los fundamentos de la
vida se debiliten con ella,
como advertía el poeta T. S.
Eliot: « ¿Tenéis acaso
necesidad de que se os diga
que incluso aquellos
modestos logros / que os
permiten estar orgullosos de
una sociedad educada /
difícilmente sobrevivirán a
la fe que les da sentido?
»[48]. Si hiciésemos
desaparecer la fe en Dios de
nuestras ciudades, se
debilitaría la confianza
entre nosotros, pues
quedaríamos unidos sólo por
el miedo, y la estabilidad
estaría comprometida. La
Carta a los Hebreos afirma:
« Dios no tiene reparo en
llamarse su Dios: porque les
tenía preparada una ciudad »
(Hb 11,16). La expresión «
no tiene reparo » hace
referencia a un
reconocimiento público.
Indica que Dios, con su
intervención concreta, con
su presencia entre nosotros,
confiesa públicamente su
deseo de dar consistencia a
las relaciones humanas.
¿Seremos en cambio nosotros
los que tendremos reparo en
llamar a Dios nuestro Dios?
¿Seremos capaces de no
confesarlo como tal en
nuestra vida pública, de no
proponer la grandeza de la
vida común que él hace
posible? La fe ilumina la
vida en sociedad; poniendo
todos los acontecimientos en
relación con el origen y el
destino de todo en el Padre
que nos ama, los ilumina con
una luz creativa en cada
nuevo momento de la
historia.
[46]
Orígenes, Contra Celsum, IV,
75: SC 136, 372.
[47]
Ibíd.,
85: SC 136, 394.
[48] «
Choruses from The Rock », en
The Collected Poems and
Plays 1909-1950, New York
1980, 106.
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