CARTA
ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
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Fuerza que
conforta en el sufrimiento
56. San Pablo, escribiendo a
los cristianos de Corinto
sobre sus tribulaciones y
sufrimientos, pone su fe en
relación con la predicación
del Evangelio. Dice que así
se cumple en él el pasaje de
la Escritura: « Creí, por
eso hablé » (2 Co 4,13). Es
una cita del Salmo 116. El
Apóstol se refiere a una
expresión del Salmo 116 en
la que el salmista exclama:
« Tenía fe, aun cuando dije:
‘‘¡Qué desgraciado soy!” »
(v. 10). Hablar de fe
comporta a menudo hablar
también de pruebas
dolorosas, pero precisamente
en ellas san Pablo ve el
anuncio más convincente del
Evangelio, porque en la
debilidad y en el
sufrimiento se hace
manifiesta y palpable el
poder de Dios que supera
nuestra debilidad y nuestro
sufrimiento. El Apóstol
mismo se encuentra en
peligro de muerte, una
muerte que se convertirá en
vida para los cristianos
(cf. 2 Co 4,7-12). En
la hora de la prueba, la fe
nos ilumina y, precisamente
en medio del sufrimiento y
la debilidad, aparece claro
que « no nos predicamos a
nosotros mismos, sino a
Jesucristo como Señor » (2 Co 4,5). El capítulo 11 de
la Carta a los Hebreos
termina con una referencia a
aquellos que han sufrido por
la fe (cf. Hb 11,35-38),
entre los cuales ocupa un
puesto destacado Moisés, que
ha asumido la afrenta de
Cristo (cf. v. 26). El
cristiano sabe que siempre
habrá sufrimiento, pero que
le puede dar sentido, puede
convertirlo en acto de amor,
de entrega confiada en las
manos de Dios, que no nos
abandona y, de este modo,
puede constituir una etapa
de crecimiento en la fe y en
el amor. Viendo la unión de
Cristo con el Padre, incluso
en el momento de mayor
sufrimiento en la cruz (cf.
Mc 15,34), el cristiano
aprende a participar en la
misma mirada de Cristo.
Incluso la muerte queda
iluminada y puede ser vivida
como la última llamada de la
fe, el último « Sal de tu
tierra », el último « Ven »,
pronunciado por el Padre, en
cuyas manos nos ponemos con
la confianza de que nos
sostendrá incluso en el paso
definitivo.
57. La luz de
la fe no nos lleva a
olvidarnos de los
sufrimientos del mundo.
¡Cuántos hombres y mujeres
de fe han recibido luz de
las personas que sufren! San
Francisco de Asís, del
leproso; la Beata Madre
Teresa de Calcuta, de sus
pobres. Han captado el
misterio que se esconde en
ellos. Acercándose a ellos,
no les han quitado todos sus
sufrimientos, ni han podido
dar razón cumplida de todos
los males que los aquejan.
La luz de la fe no disipa
todas nuestras tinieblas,
sino que, como una lámpara,
guía nuestros pasos en la
noche, y esto basta para
caminar. Al hombre que
sufre, Dios no le da un
razonamiento que explique
todo, sino que le responde
con una presencia que le
acompaña, con una historia
de bien que se une a toda
historia de sufrimiento para
abrir en ella un resquicio
de luz. En Cristo, Dios
mismo ha querido compartir
con nosotros este camino y
ofrecernos su mirada para
darnos luz. Cristo es aquel
que, habiendo soportado el
dolor, « inició y completa
nuestra fe » (Hb 12,2).
El
sufrimiento nos recuerda que
el servicio de la fe al bien
común es siempre un servicio
de esperanza, que mira
adelante, sabiendo que sólo
en Dios, en el futuro que
viene de Jesús resucitado,
puede encontrar nuestra
sociedad cimientos sólidos y
duraderos. En este sentido,
la fe va de la mano de la
esperanza porque, aunque
nuestra morada terrenal se
destruye, tenemos una
mansión eterna, que Dios ha
inaugurado ya en Cristo, en
su cuerpo (cf. 2 Co
4,16-5,5). El dinamismo de
fe, esperanza y caridad (cf.
1 Ts 1,3; 1 Co 13,13) nos
permite así integrar las
preocupaciones de todos los
hombres en nuestro camino
hacia aquella ciudad « cuyo
arquitecto y constructor iba
a ser Dios » (Hb 11,10),
porque « la esperanza no
defrauda » (Rm 5,5).
En
unidad con la fe y la
caridad, la esperanza nos
proyecta hacia un futuro
cierto, que se sitúa en una
perspectiva diversa de las
propuestas ilusorias de los
ídolos del mundo, pero que
da un impulso y una fuerza
nueva para vivir cada día.
No nos dejemos robar la
esperanza, no permitamos que
la banalicen con soluciones
y propuestas inmediatas que
obstruyen el camino, que «
fragmentan » el tiempo,
transformándolo en espacio.
El tiempo es siempre
superior al espacio. El
espacio cristaliza los
procesos; el tiempo, en
cambio, proyecta hacia el
futuro e impulsa a caminar
con esperanza.
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