Jesús declara a la
samaritana, y solamente a ella, ser el Mesías.
El evangelista san Juan
sitúa el encuentro de Jesús con la samaritana en el pozo de Jacob (Juan 4,6),
ubicado a unos 500 metros al Sureste de las ruinas de Siquén (Shekhem en hebreo; Tell Balata en árabe) en las afueras de la ciudad árabe de Naplusa
/ Nablus.
La Biblia nos habla en
varias ocasiones de3 encuentros junto al pozos. En Oriente éstos son como entre
nosotros la fuente de los pueblos. Así, el criado de Abrahám, enviado a la
tierra de sus antepasados para buscar mujeres para su hijo Isaac, encontró a
Rebeca que salía hacia el pozo con un cántaro (Génesis 29, 9-14).
Del mismo modo Moisés,
huyendo del faraón, se detuvo en el país de Madián junto a un pozo a donde
vinieron a sacar agua las siete hijas del sacerdote de Madián (Éxodo 2, 16-22).
Siquén es el primer
lugar geográfico de la tierra prometida nombrado en la Biblia. Abram, habiendo
salido de Harrán “atravesó el país hasta el lugar santo de Siquén, hasta el
encimar de Moré. Los cananeos vivían entonces en al país. El Señor se apareció
a Abram y le dijo: A tu descendencia le daré esta tierra. Y Abram levantó allí un
altar al Señor” (Génesis 12,6-7).
Asimismo, Jacob viniendo
de Harrán “llegó sano y salvo a la
ciudad de Siquén, en tierra de Canaán y acampó delante de ella. Compró después
a los hijos de Hamor, padre de Siquén, por 100 monedas de plata el pozo de
campo donde había levantado su tienda y erigió allí un altar que dedicó al Dios
de Israel” (Génesis 33,18-20).
La tradición rabínica, así
como la samaritana, aseguran que Jacob excavó un pozo manantial. En el siglo IV
San Jerónimo vio en este lugar una iglesia. La actual propiedad de los
greco-ortodoxos, comenzó a construirse antes de la primera guerra mundial sobre
las ruinas de una iglesia cruzada.
Paralizada la
construcción por falta de fondos, se pudo poner la última piedra en el año
jubilar de 2000. La iglesia cubre al pozo, de 35 metros de profundidad, y es
llamado, por unos, pozo de Jacob y por otros, pozo de la samaritana. En árabe: Bir Yacub.
Jacob antes de morir dio
este lugar a su hijo José (Génesis 48,22). Cuando el pueblo judío salió de
Egipto para instalarse en la Tierra prometida, llevó consigo los huesos de José
para darlos sepultura junto al pozo como había pedido José antes de morir
(Génesis 50,25; Josué 24,32). En el año 415 la tumba de José, situada a unos
500 metros al nombre del pozo de Jacob, fue abierta y sus huesos trasladados a
Constantinopla.
El P. Fréderic Manns,
del Estudio bíblico de la Flagelación, recomienda leer el diálogo de Jesús con
la samaritana teniendo en cuenta las referencias bíblicas que acabamos de
señalar.
Por su formación bíblica
el P. Manns ha aprendido que las Sagradas Escrituras deban ser leídas
detenidamente, “excavadas”, ya que se asemejan a un pozo de agua viva: “Me han
abandonado a mí, fuente de agua viva, para excavarse aljibes agrietados que no
retiren el agua” (Jeremías 2,13).
“Jesús
fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una
mujer de Samaria fue a sacar agua, y Jesús le dijo: Dame de beber”
(Juan 4,6-7). La mujer no tiene nombre propio, al igual que otros personajes
bíblicos, no porque no sean personas reales sino para que estén más cargados de
misterio. “La samaritana le respondió: ¡Cómo!
¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí que soy samaritana? Los judíos en
efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió; Si conocieras
el don de Dios y quien es el que te dice: Dame de beber, tú misma se lo
hubieras pedido y él te habría dado agua viva” (4,9-10).
Jesús pide de beber y
al mismo tiempo promete apagar la sed. Poco a poco se está abriendo una vía en
el corazón de la mujer. Si al principio Jesús tomó la iniciativa, luego es la
samaritana la que dirige la conversación. A un cierto punto Jesús la pidió
llamar a su marido.
“La
mujer respondió: No tengo marido. Jesús continuó: Tienes razón al decir que no
tienes marido, porque has tenido cinco y el que tienes ahora no es tu marido;
en eso has dicho la verdad. La mujer le dijo: Señor, veo que eres un profeta.
Nuestros padres adoraron em esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén
donde se debe adorar”. (Juan 4,17-20). Este es un
problema que hunde sus raíces históricas en la división del reino de Salomón en
dos: reino de Judá y reino de Israel.
“Jesús le respondió: Créeme, mujer,
llega la hora, en que ni en esta montaña
ni en Jerusalén se adorará al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros
adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos”.
(Juan 4,21-22). He aquí una magistral respuesta ecuménica. Jesús no dice, con
falso irenismo, que todo es lo mismo, sino que subraya con caridad que la “salvación
viene de los judíos”.
El
diálogo con la samaritana, una de las páginas más bellas de los evangelios,
termina declarando Jesús que él es el mesías: “Soy yo, el que habla contigo” (Juan 4,26). “La mujer, dejando allí
en cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: Vengan a ver a un hombre que
me ha dicho todo lo que hice ¿No será en Mesías?
Así
se comportó también la Magdalena, después de haber visto a Jesús resucitado:
dejó el sepulcro y se fue a dar la noticia a los apóstoles (Juan 20,18). “Muchos
samaritanos de esa ciudad había creído en él por la palabra de la mujer, que
atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice” (Juan 4,39).
Pia
Compagnoni
Revista
Tierra Santa Nº 754 página 6 a 8. Año 2002.
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