San Dositeo
Siglo VI
Siglo VI
Cuenta
una antigua biografía suya que en su juventud fue soldado, y que en un
recorrido por Tierra Santa hallándose en Getsemaní le impresionó un
cuadro que representaba los tormentos del Infierno; así se convirtió a
los grandes ideales de perfección religiosa y se hizo monje en Gaza,
donde iba a transcurrir toda su vida.
La historia le recuerda como un contemplativo que renuncia a la
propia voluntad para ponerse en manos de Dios y que tiene un
desprendimiento ejemplar respecto a las cosas de este mundo, sin sentir
apego por nada, porque cualquier afición a personas u objetos era para
él una atadura que le impedía estar completamente disponible en su
espera del Cielo.
Se nos dice también que ni siquiera estaba apegado a las
herramientas con las que trabajaba, y eso nos sugiere un grado último
de renuncia, porque el afán de posesión suele atrincherarse en la
excusa de la necesidad de los útiles imprescindibles: tal vez a un
santo le cueste más que despreciar las riquezas, no amar la pobre azada
con la que trabaja el huerto.
San Dositeo se nos aparece así en una desnudez heroica de asceta
negándose a apoyarse en nada humano, reducido a un manojo de ansias de
vivir sólo para Dios y entrar en su eternidad sin el menor lastre de
afectos relativos a esta tierra.
Hasta en el calendario ocupa un lugar humildísimo, de comodín,
donde termina el mes de febrero, negándose incluso una fecha inamovible
en la procesión de los días; porque él es quien rellena las
veinticuatro horas supernumerarias de los años bisiestos, como
aceptando privarse del retorno anual de la fiesta de todos los demás.
Sin tener siquiera un sitio en el tiempo, porque ni eso quiere.
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