"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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sábado, 1 de septiembre de 2012

La Historia del Santo Rosario y del Ave María



Santo Rosario
Ante todo, demos gracias a Dios porque hemos heredado lo que a lo largo de los siglos la Tradición cristiana ha ido elaborando este valioso collar cuyas perlas son las Avemarías, y que tanto recomiendan los Papas y agrada a la Virgen María.

¿Cuál es el origen del actual Rosario?

Si nos remontamos a los primeros siglos del cristianismo, hallaremos que, siguiendo la antigua costumbre oriental de ofrecer coronas de rosas a los personajes ilustres, los cristianos  de esas regiones las ponían a las imágenes de la Santísima Virgen María.

Luego, en el siglo IV, los primitivos monjes de Egipto comenzaron a ofrecer a la Santísima Virgen, como corona de rosas espirituales, la repetición de las palabras del arcángel Gabriel y de Santa Isabel, o sea la primera parte del Ave María:

“Ave María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, (Lucas 1,28 b) bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1, 42 b).

Y recitaban la plegaria pasando cuentas ensartadas en un cordón.                 

Cuando en el siglo XI los monasterios benedictinos comenzaron a admitir hermanos legos (1), que formaban parte de la Comunidad y ayudaban en los trabajos manuales pero en la mayor parte de los casos no sabían leer, y por lo tanto no podían participar del rezo del Oficio divino en el coro, se estableció la costumbre de que, en lugar de los 150 Salmos que integran el Salterio, ellos recitaran 150 de esas Avemarías, que más adelante se dividieron en decenas, separadas por un Padre Nuestro y un Gloria, y aplicadas a considerar los distintos misterios de la vida de Cristo.

Este Rosario lo enseñaba ya en el siglo XII Pedro el Ermitaño al predicar la primera Cruzada. Pero quien más lo propagó e hizo popular fue Santo Domingo de Guzmán con su Orden de frailes predicadores.

Desde entonces, la Orden dominicana está estrechamente unida a esta devoción del Santo Rosario.

En el siglo XIII, el Papa Urbano IV añadió al final del Avemaría el nombre de Jesús, tras las palabras de Santa Isabel: “bendito es el fruto de tu vientre”.

En el siglo XIV se añadió a esa breve plegaria la invocación: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Y San Pio V, que era dominico, en el siglo XVI añadió finalmente: “ahora y en la hora de nuestra muerte”, con lo que, con el Amén final se completó el Avemaría tal como ahora lo rezamos. (Actualmente, hay algunos pedidos de que tras  “Madre de Dios”, se añada “y Madre Nuestra”, según lo ha proclamado el Concilio Vaticano II en la Constitución Apostólica Lumen Gentium).

No hay práctica de piedad más alabada por los Papas ni más practicada por el pueblo de Dios. La Santísima Virgen, en sus apariciones de Lourdes y de Fátima, recomendó insistentemente el rezo del Rosario, y en Fátima prometió la salvación a quienes durante cinco primeros sábados consecutivos, además de confesar y comulgar, recen el Rosario de cinco misterios y mediten quince minutos sobre esos misterios para desagraviarla.

En cuanto a los últimos Papas, Pio XII ha dicho que “el Rosario es el Evangelio resumido”; Juan XXIII: “El Rosario es la Biblia de los pobres”,  Pablo VI: “Para ser cristiano hay que ser mariano: Rezad el Rosario”. Juan Pablo II agrego los Misterios de la Luz a los Misterios Dolorosos, Gloriosos y Gozosos                 
            

Aníbal Luis Puricelli Pinel
Catequista


NOTA:
(1) Hermano Lego: En su sentido de uso más común, son los miembros de una orden religiosa de la Iglesia Católica, particularmente de órdenes monásticas, que se ocupan de labores manuales y de los asuntos seculares de un monasterio con el fin de permitir la plena vida contemplativa de los monjes del coro. 


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