Santo Rosario |
Ante todo, demos
gracias a Dios porque hemos heredado lo que a lo largo de los siglos la
Tradición cristiana ha ido elaborando este valioso collar cuyas perlas son las
Avemarías, y que tanto recomiendan los Papas y agrada a la Virgen María.
¿Cuál es el origen del
actual Rosario?
Si nos remontamos a los
primeros siglos del cristianismo, hallaremos que, siguiendo la antigua
costumbre oriental de ofrecer coronas de rosas a los personajes ilustres, los
cristianos de esas regiones las ponían a
las imágenes de la Santísima Virgen María.
Luego, en el siglo IV,
los primitivos monjes de Egipto comenzaron a ofrecer a la Santísima Virgen,
como corona de rosas espirituales, la repetición de las palabras del arcángel
Gabriel y de Santa Isabel, o sea la primera parte del Ave María:
“Ave María, llena eres
de gracia, el Señor está contigo, (Lucas 1,28 b) bendita tú entre todas las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1, 42 b).
Y
recitaban la plegaria pasando cuentas ensartadas en un cordón.
Cuando en el siglo XI
los monasterios benedictinos comenzaron a admitir hermanos legos (1), que formaban
parte de la Comunidad y ayudaban en los trabajos manuales pero en la mayor
parte de los casos no sabían leer, y por lo tanto no podían participar del rezo
del Oficio divino en el coro, se estableció la costumbre de que, en lugar de
los 150 Salmos que integran el Salterio, ellos recitaran 150 de esas Avemarías,
que más adelante se dividieron en decenas, separadas por un Padre Nuestro y un
Gloria, y aplicadas a considerar los distintos misterios de la vida de Cristo.
Este Rosario lo
enseñaba ya en el siglo XII Pedro el Ermitaño al predicar la primera Cruzada.
Pero quien más lo propagó e hizo popular fue Santo Domingo de Guzmán con su
Orden de frailes predicadores.
Desde entonces, la
Orden dominicana está estrechamente unida a esta devoción del Santo Rosario.
En
el siglo XIII, el Papa Urbano IV añadió al final del Avemaría el nombre de
Jesús, tras las palabras de Santa Isabel: “bendito es el fruto de tu vientre”.
En
el siglo XIV se añadió a esa breve plegaria la invocación: “Santa María, Madre
de Dios, ruega por nosotros pecadores”. Y San Pio V, que era dominico, en el
siglo XVI añadió finalmente: “ahora y en la hora de nuestra muerte”, con lo
que, con el Amén final se completó el Avemaría tal como ahora lo rezamos.
(Actualmente, hay algunos pedidos de que tras
“Madre de Dios”, se añada “y Madre Nuestra”, según lo ha proclamado el
Concilio Vaticano II en la Constitución Apostólica Lumen Gentium).
No
hay práctica de piedad más alabada por los Papas ni más practicada por el
pueblo de Dios. La Santísima Virgen, en sus apariciones de Lourdes y de Fátima,
recomendó insistentemente el rezo del Rosario, y en Fátima prometió la
salvación a quienes durante cinco primeros sábados consecutivos, además de confesar
y comulgar, recen el Rosario de cinco misterios y mediten quince minutos sobre
esos misterios para desagraviarla.
En
cuanto a los últimos Papas, Pio XII ha dicho que “el Rosario es el Evangelio
resumido”; Juan XXIII: “El Rosario es la Biblia de los pobres”, Pablo VI: “Para ser cristiano hay que ser
mariano: Rezad el Rosario”. Juan Pablo II agrego los Misterios de la Luz a los
Misterios Dolorosos, Gloriosos y Gozosos
Aníbal Luis Puricelli Pinel
Catequista
NOTA:
(1) Hermano Lego: En su sentido de uso más común, son los miembros de una orden religiosa de la Iglesia Católica, particularmente de órdenes monásticas, que se ocupan de labores manuales y de los asuntos seculares de un monasterio con el fin de permitir la plena vida contemplativa de los monjes del coro.
(1) Hermano Lego: En su sentido de uso más común, son los miembros de una orden religiosa de la Iglesia Católica, particularmente de órdenes monásticas, que se ocupan de labores manuales y de los asuntos seculares de un monasterio con el fin de permitir la plena vida contemplativa de los monjes del coro.
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