San Andrés
Huberto Fournet
Fundador de la Comunidad
de Hermanas de la Santa Cruz
(1752-1834)
Su vida:
Este
fue el muchacho que cuando era estudiante firmaba sus libros con esta
frase: "Andrés, que nunca será ni religioso ni sacerdote". Y
Dios le hizo la jugada de hacerlo sacerdote y fundador de una orden de religiosas.
Nació cerca de Poitiers (Francia) en 1752.
En
sus primeros años era rebelde y molestón y la única que medio lo podía
soportar era su propia madre. Pero esta santa mujer se propuso hacer de
esa fierecilla un buen pastor, que salvara otras almas que estuvieran en
dificultades.
Su
mamá era supremamente generosa con los pobres. Andrés la criticaba
porque le parecía que ella daba demasiado, y le decía que a los pobres
había que darles las sobras únicamente. Ella le dijo un día:
"Mira, vas a la mesa, echas en una bandeja las mejores frutas, los
panes más grandes y los traes y los regalas al pobre que está en la
puerta pidiendo. Recuerda que lo que se dé al necesitado se le da a
Nuestro Señor, y que para el Señor siempre se da lo mejor". En el
momento el muchacho no entendió la lección, pero más tarde hará de
este consejo de su madre una ley para toda su vida.
Los
papás lo enviaron a un colegio a estudiar interno, pero Andrés era el
promotor de todos los desórdenes. Parecía que tuviera cien pulgas debajo
de la camisa. No era capaz de estarse quieto. Al fin el rector, como
castigo, lo hizo encerrar en un cuarto oscuro. Pero el inquieto estudiante
se fugó de allí y se fue para la casa. Cuando su padre ya le iba a dar
por ello un tremendo castigo, la mamá intercedió por él y obtuvo que le
perdonara el castigo con tal de que volviera al colegio y se portara bien.
Así lo prometió y así lo cumplió. En adelante su conducta fue
excelente.
Al
empezar sus estudios de filosofía en Poitiers, perdió el poco fervor que
tenía y se dedicó a una vida mundana y de continuos paseos y fiestas y
bailes. Pero todo esto le dejaba un vacío inmenso en el alma y una
insatisfacción completa y horrible.
Sin
consultar a ninguno de su familia se entró de militar. Pero cuando quiso
visitar a sus familiares, ninguno lo quiso aceptar. Y tuvo la mamá que ir
al ejército y pagar una fuerte multa para que lo licenciaran y lo dejaran
retirarse. Quiso buscar puesto como empleado público, pero tenía una
letra tan enredada que en todas las oficinas donde pidió empleo fue
rechazado.
Fue
entonces cuando le recomendaron que se fuera a pasar unas semanas con un
tío sacerdote, párroco, que tenía fama de santo. Y allí en compañía
de este hombre de Dios, le llegó a Andrés el cambio total en su
comportamiento y en su modo de pensar, y se dedicó a los estudios
eclesiásticos, y a la oración y la meditación.
Fue
ordenado sacerdote y enviado como ayudante de su tío el párroco.
Empezó
a predicar y lo hacía con palabras muy elegantes y rebuscadas. Un día al
empezar el sermón se le olvidó todo y tuvo que suspender su sermón. Su
tío, el anciano párroco, le dijo: "Es que lo que buscas es lucirte
y aparecer bien ante los demás, y eso no le gusta a Dios. Debes predicar
con más sencillez". Cambió entonces de método y en adelante la
gente comentaba: "Antes el padrecito aparecía como muy sabio, pero
nadie le entendía nada. Ahora habla como nosotros, y su predicación nos
vuelve mejores".
Cuando
ya lo nombraron párroco, Andrés se dedicó a vivir muy elegantemente con
lujosas comodidades en su casa cural. Más le interesaba aparecer como un
señor muy importante que como un santo sacerdote. Su madre seguía
rezando mucho por él. Y un día que había preparado un gran almuerzo
para los más ricos de la parroquia llegó un pordiosero a pedirle limosna
y entró hasta el comedor. El Padre le dijo que no tenía nada para darle,
y el otro observando esas mesas tan bien servidas le dijo: "¿Y todo
esto qué es?". Y mirándolo fijamente le dijo: "Padre Andrés,
usted vive más como un rico que como un pobre, como lo manda
Cristo". Esta frase le impresionó inmensamente al joven párroco.
Esa noche se fue a la iglesia y le pidió perdón a Nuestro Señor y desde
el día siguiente quitó todos los lujos de su casa parroquial, y se
dedicó por completo a ayudar a los pobres. En adelante en vez de invitar
a los ricos se iba a visitar a los más abandonados. Desde que dejó su
vida de lujos y de comilonas y se dedicó a gastar todo lo que recibía a
favor de los pobres, la santidad de Andrés empezó a crecer notablemente.
En
1789 estalló la terrible Revolución Francesa que asesinó a miles
de católicos y persiguió sin compasión a todos los sacerdotes. El Padre
Andrés tuvo que esconderse y los guardias de la revolución lo buscaban
por todas partes. Un día cuando estaba escondido en un armario en una
familia, al oír que los perseguidores amenazaban a los demás de la casa,
salió y se les presentó a los militares, y estos quedaron tan
impresionados ante su venerable presencia, que se fueron y no se lo
llevaron preso.
El
Padre Andrés se disfrazó de labrador y se fue a vivir en la finca de una
señora muy católica. Pero un día llegaron allá los enviados del
gobierno en busca de él para llevárselo y matarlo. La señora y Andrés
estaban charlando junto a la chimenea cuando de repente llegaron los
gendarmes preguntando por el sacerdote. La dama sin más ni más le dio
una cachetada al padre diciéndole: "Váyase inmediatamente a hacer
sus oficios y deje de estar por aquí sin hacer nada". Los militares
creyeron que era un servicial de la casa y no lo siguieron, y así él
pudo salir huyendo. Después decía por burla: "Fue lo mejor que
usted podía hacer. Si no, me habrían descubierto".
Después
tuvo que salir huyendo hacia España y allá estuvo cinco años. Cuando
suavizó la persecución, volvió a su querida parroquia de Maillé y se
dedicó a reavivar el fervor de sus parroquianos predicándoles misiones y
dedicando muchas horas a confesar. Todos lo querían.
Tuvo
la suerte de encontrar una mujer con grandes cualidades para la vida
religiosa, Santa Isabel Bichier, y con ella fundó la Comunidad de
Hermanas de la Santa Cruz, que se llaman también, hermanas de San
Andrés. Él fue hasta su muerte el director espiritual de esa comunidad.
Un día en que las religiosas no tenían casi harina para hacer pan para
sus muchos niños pobres, el santo le dio la bendición a un poco de
harina, y con ella pudieron hacer pan para todos.
Muchos
laicos y sacerdotes lo buscaban para que les diera dirección espiritual
porque tenía el don de saber aconsejar muy bien.
El
13 de mayo de 1834 pasó a gozar de la paz del Señor
Para
nosotros la vida de San Andrés Fournet es un ejemplo de cómo aunque en
nuestros primeros años no hayamos sido muy fervorosos, si tenemos buena
voluntad y deseo de tener contento a Dios, podremos ir avanzando
notablemente hacia la santidad.
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