Queridos hermanos y hermanas en Cristo Jesús
Con la Carta apostólica “Porta Fidei”, el Santo Padre Benedicto XVI
ha proclamado un Año de la fe, que iniciamos hoy 11 de octubre de 2012
con gran alegría, y que conmemora dos grandes acontecimientos que han
marcado el rostro de la Iglesia de nuestros días: los cincuenta años
pasados desde la apertura del Concilio Vaticano II y los veinte años
desde la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.
Porta Fidei, “La puerta de la fe” (cf. Hch 14, 27), que introduce en
la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está
siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de
Dios se anuncia y el corazón se deja moldear por la gracia que
transforma.(1)
Quisiera recordarles aquel inicio del pontificado del Beato Papa
Juan Pablo II diciéndonos: no tengáis miedo… abrid de par en par las
puertas a Cristo. Todavía hacen eco por todo el mundo estas poderosas
palabras.
La imagen de la “puerta” es particularmente eficaz porque se refiere
a “entrar” en una realidad, que el hombre no puede darse a sí mismo,
sino que es completamente don de Dios. Esta realidad del don que es Dios
mismo, requiere que el umbral de la puerta abierta por Dios, sea
cruzado por cada uno de nosotros.
Ahora bien, una vez que sea cruzada “la puerta de la fe” el camino no habrá concluido.
Las palabras de Isaías, que leyó Cristo y que acabamos de
escuchar(2), describen de modo gráfico la finalidad para la que Dios
envió a su Hijo: la redención del pecado, la liberación de la esclavitud
del demonio y de la muerte eterna.
La Iglesia continúa esta misión de Cristo: “Vayan, pues y hagan
discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto les
he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin
del mundo.(3)
Es por ello que este Año de la fe, convocado por el Santo Padre,
desea contribuir también a un renovado relanzamiento de la acción
misionera. Nuestra primera, verdadera y única tarea sigue siendo la de
comprometer la vida por lo que vale y perdura. Se trata de recomenzar
desde Dios. Tenemos la misión de anunciarlo, de mostrarlo, de guiar al
encuentro con Él. Será como nos pide el Papa, una oportunidad para
reanimar, purificar, confirmar y confesar nuestra fe.
En ese contexto, les invito a mirar el horizonte que el Santo Padre
describió hace poco “Muchos bautizados han perdido su identidad y
pertenencia: no conocen los contenidos esenciales de la fe o piensan que
la pueden cultivar prescindiendo de la mediación eclesial. Y mientras
muchos miran dudosos a las verdades que enseña la iglesia, otros reducen
el reino de Dios a algunos grandes valores que ciertamente tienen que
ver con el Evangelio, pero que no conciernen todavía al núcleo central
de la fe cristiana… Dios queda excluido del horizonte de muchas
personas…queda en cualquier caso relegado al ámbito subjetivo, reducido a
un hecho íntimo y privado, marginado de la conciencia publica”.(4)
Ante este panorama nos preguntamos ¿Cómo podemos sembrar con
confianza la Palabra de Dios? ¿Cómo conducir al hombre de hoy, a menudo
distraído, a un renovado encuentro con Jesucristo “camino, verdad y
vida”?
A un mundo que considera todo evidente e incuestionable, debemos proponerle la novedad profunda del Evangelio de Jesucristo.
Sin embargo, siempre es importante recordar que la primera condición
para hablar de Dios es hablar con Dios. Es por ello que los exhorto a
renovar nuestra vida convirtiéndola en una intensa vida de oración. Esto
nos ayudará a que cada persona que encontremos sea alcanzada por la
Verdad, que da respuesta a las preguntas que tienen que ver con el
sentido profundo de la realidad.
Durante este año dejémonos encontrar por Dios. Como decía
anteriormente “entrar” por la puerta de la Fe en una realidad que el
hombre no puede darse a sí mismo, sino que es completamente don de Dios.
Por ello los aliento a acercarse con mayor fe y frecuencia al
sacramento de la Penitencia, y participar en la Eucaristía en forma
consciente, activa y fructuosa, para ser auténticos testigos del Señor.
Benedicto XVI nos dice también en su carta Apostólica Porta Fidei
que profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un
testimonio y un compromiso público.(5) Como personas adultas en la fe
porque hemos encontrado a Jesucristo, quien es la referencia fundamental
de nuestras vidas, estamos llamados a reavivar el don de la fe; de
comunicar nuestra propia experiencia de fe y caridad, dialogando con
nuestros hermanos y hermanas incluso de otras confesiones cristianas,
sin dejar de lado a los creyentes de otras religiones y a los que no
creen o son indiferentes.
El conocimiento de los contenidos de la fe es esencial para dar el
propio asentimiento, es decir, para adherirse plenamente con la
inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia.(6) Por ello el
Año de la fe es una buena oportunidad para profundizar en la comprensión
de los principales documentos del Concilio Vaticano II y el estudio del
Catecismo de la Iglesia Católica. Además será una ocasión propicia para
recibir con mayor atención las homilías, catequesis, discursos y otras
intervenciones del Santo Padre.
Queridos hermanos. A lo largo de este Año será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe.
Por la fe, hombres y mujeres de toda edad, han confesado a lo largo
de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les
llamaba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la
profesión, la vida pública y el desempeño de los carismas y ministerios
que se les confiaban.(7)
Que en este año de la Fe sea nuestra tarea abrir a todos la “Puerta
de la fe”. La iglesia existe para evangelizar. Esa es su misión.
Caminemos al encuentro del Señor Jesús resucitado, acompañados por el
testimonio de la fe de la Virgen María, los Apóstoles, los discípulos
del Señor, los mártires y todos los testigos de la fe.
Que la Virgen María, llamada la Estrella de la nueva evangelización,
nos alcance poder vivir la alegría de ver que la “Puerta de la fe”
sigue hoy abierta.
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