Carmen Sallés, fundadora de las Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza
Santa Carmen Sallés |
dura, de escasez y hambre, en la que la
mujer tenía dos opciones en la vida: casarse, tener hijos y trabajar en
el hogar; o bien salir a trabajar fuera, sirviendo en otras casas, o
en las incipientes fábricas en jornadas eternas.
A Carmen Sallés sus
padres quisieron casarla, pero ella ya tenía en mente la vida
religiosa. Desde muy niña, en efecto, le habían atraído las oraciones
–tenía una gran fervor a la Virgen–, y su deseo siempre fue el de “ser
para Dios”, sobre todo a partir de 1858, cuando realizó la Primera
Comunión, y la familia al completo realizó una peregrinación al
santuario de Montserrat.
Carmen,
en cualquier caso, logró romper el compromiso matrimonial que su padre
había apalabrado con un joven manresano, y dio el gran paso: ingresó
en el noviciado de una nueva congregación, las religiosas Adoratrices
Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad, de santa María
Micaela, que se dedicaban a rescatar a mujeres que habían caído en las
garras de la prostitución.
Allí, con las Adoratrices, la nueva santa
supo del dolor y la marginación de “esas mujeres”, abocadas a vender su
cuerpo por una sociedad injusta que ni siquiera les permitía acceder a
la enseñanza. Y, allí, decidió ya dedicarse en cuerpo y alma a trabajar
en la educación de la mujer, por su dignificación, por su formación
humana y cristiana. Para ello dejó a las Adoratrices e ingresó en otra
congregación que se dedicaba también a estos menesteres educativos, las
Dominicas de la Anunciata del P. Coll.
Con ellas estuvo 22 años por
distintos puntos de nuestra geografía, enseñando de noche a las obreras
de las fábricas, educando de día a los niños, luchando, en definitiva,
para que la mujer aprendiera algo más que las primeras letras y las
“labores propias de su sexo” (es decir, guisar, lavar y coser), algo que
los programas de educación de la época consideraban más que
suficiente.
Para la madre Sallés, la educación de una joven era algo
así como el rodrigón que se pone a una planta para que no se tuerza al
crecer y se malogre. “Para alcanzar buenos fines, es menester poner
buenos principios”, decía.
Su
afán por conseguir este propósito le llevó a fundar una nueva
congregación, aunque ella en principio nunca quiso dejar
definitivamente el instituto del P. Coll, sino desplegar una nueva rama
en su seno. Se marchó con tres compañeras –Candelaria Boleda, Remedios
Pujol y Emilia Horta–, y en 1892 llegó a Burgos, cuyo arzobispo en
seguida confiere la aprobación diocesana y autoriza la apertura del
primer colegio concepcionista. Un año más tarde, ya estaban aprobadas
las Constituciones y la madre Sallés era nombrada su primera superiora.
El reconocimiento oficial de la Santa Sede llegaría en 1908, aunque
no será hasta el día de la Inmaculada de 1954 cuando Pío XII apruebe
definitivamente la congregación con su nombre actual.
“Desde
el primer momento –recuerda hoy con orgullo la web de las
Concepcionistas Misioneras de la Enseñanza– se dedicó a preparar
adecuadamente a las futuras religiosas maestras. En un momento en que
las leyes no exigían el título de maestra para enseñar en colegios
privados de la Iglesia, puso a las religiosas a estudiar la carrera de
Magisterio y la de Piano, y las introdujo en el dominio de la lengua
francesa. La Universidad iba a tardar todavía unos años en abrir sus
puertas a la mujer. Pero ya a dos años de la fundación del instituto,
sus alumnas cursaban estudios de Magisterio”.
Madre
Sallés murió en Madrid el 25 de julio de 1911, a los 63 años. Por
entonces, la congregación contaba ya con trece “Casas de María
Inmaculada”, como le gustaba llamar a sus comunidades y colegios. Juan
Pablo II la beatificó el 15 de marzo de 1998. Su memoria litúrgica es
el 6 de diciembre.
Canonizada por Benedicto XVI el 21 de Octubre de 2012
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