Santa Francisca Javier Cabrini
(1850-1917)
(1850-1917)
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Santa Francisca Javier Cabrini |
Patrona
de los Emigrantes
y
Fundadora de las Misioneras
del Sagrado Corazón
y
Fundadora de las Misioneras
del Sagrado Corazón
"No olvidemos que seguimos al
Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde
de corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la
vida de los demás. No seamos duras ni bruscas con nadie. Que
los que nos traten se vayan siempre contentos de haber sido
tratados amablemente por nosotras".
SU
VIDA
La Madre Cabrini fué la menor de una familia de trece hijos. Nació cerca de Pavia, Italia, en el año 1850.
La Madre Cabrini fué la menor de una familia de trece hijos. Nació cerca de Pavia, Italia, en el año 1850.
Una de sus hermanas mayores era
maestra de escuela y la formó en la estricta disciplina, lo
cual le fue muy útil después para toda su vida.
Desde muy pequeña al oír leer
en su familia la Revista de Misiones, adquirió un gran deseo
de ser misionera. A sus muñecas las vestía de religiosas, y
fabricaba barquitos de papel y los echaba a las corrientes de
agua y les decía: "Por favor, vayan a países de
misiones a llevar ayudas". Para apagarle un poquito su
gran deseo de irse de misionera le dijeron que en tierras de
misiones no había dulces ni caramelos, entonces empezó a
privarse de los caramelos que le regalaban, para irse
acostumbrando a no comer dulces.
A los 18 años obtuvo el grado de
profesora. Quiso entrar de religiosa en una comunidad pero no
la aceptaron porque era de constitución muy débil y de poca
salud. Pidió entrar a otra comunidad y tampoco la aceptaron
por las mismas razones. Entonces se fue de maestra a una
escuela que dirigía un santo sacerdote, el Padre Serrati.
Y
aquél sacerdote se dio cuenta
muy pronto de que la nueva maestra de su escuela tenía unas
cualidades muy especiales para hacerse querer del alumnado y
lograr que sus discípulas se volvieran mejores. Y la recomendó
para que fuera a dirigir un orfanato llamado de la Divina
Providencia, el cual estaba a punto de fracasar por no tener
personas bien capaces que lo dirigieran. Al Sr. Obispo le
pareció que era una excelente directora y hasta le aconsejó
que tratara de fundar una comunidad de religiosas para que le
ayudaran en el apostolado.
Y Francisca reunió siete compañeras
de trabajo y con ellas fundó en 1877 la Comunidad de
Misioneras del Sagrado Corazón. A los 10 años de fundada la
comunidad fue a Roma a tratar de obtener la aprobación para
su congregación, y el permiso para fundar una casa en Roma.
En la primera entrevista con el Cardenal Parochi, Secretario
de Estado, éste le dijo que la comunidad estaba muy recién
fundada y que todavía no se le podían conseguir semejantes
permisos. Pero el Cardenal quedó tan admirado de la bondad y
santidad de la fundadora que en la segunda visita ya le dio la
aprobación y le pidió que en Roma fundara no sólo una casa
para niñas huérfanas, sino dos: una escuela y un orfanato.
En aquel tiempo eran muchísimos
los italianos que se iban a vivir a Norteamérica, pero allí,
por falta de asistencia espiritual corrían el peligro de
perder la fe y abandonar la religión. El Arzobispo de Nueva
York le pidió personalmente que enviara sus religiosas a ese
país a enseñar religión. Ella estaba dudosa porque más
bien deseaba que se fueran al extremo oriente, a China. Pero
consultó con el Sumo Pontífice León Trece y él le dijo:
"No a oriente, sino a occidente". Con esto entendió
que sí debían ir a Norteamérica.
NUEVA YORK
El 31 de marzo de 1889 Santa Francisca llegó con seis de sus religiosas a Nueva York.
A
Nueva York y sus alrededores
habían llegado recientemente unos 50,000 italianos. La mayoría de
ellos no sabían ni siquiera los diez mandamientos. Sólo
1,200 iban a misa los domingos.
Al llegar a Nueva York se
encontraron con que las señoras que habían prometido ayudar
a conseguir la casa para ellas no habían conseguido nada, y
tuvieron que pasar su primera noche en un hotelucho de mala
muerte, sucio y destartalado. Y al presentarse al arzobispo éste
les dijo desanimado: "No se les pudo conseguir casa. Así
que lo mejor que pueden hacer es devolverse otra vez a
Italia". Pero la Madre Francisca, que era valiente y tenía
una gran fe, le respondió: "No, señor arzobispo, el
Sumo Pontífice nos envió para acá, y acá nos vamos a
quedar". El arzobispo se quedó admirado del valor de la
monjita y del apoyo que le ofrecían a ella desde Roma y les
consiguió entonces alojamiento en una casa de religiosas.
Y a los pocos meses ya la Madre
Cabrini había logrado conseguir una buena casa, buscando
ayudas entre los bienhechores, y poco antes de un año ya pudo
ir a Italia, llevando las dos primeras novicias
norteamericanas para su comunidad. De vuelta se trajo varias
religiosas más y fundó su primer gran orfanato junto al Río
Hudson.
La comunidad empezó a extenderse
admirablemente en Italia y en América. La Madre Cabrini en
penosos y largos viajes fundó una casa en Nicaragua y otra en
Nueva Orleáns. En esta ciudad norteamericana los italianos
vivían en condiciones infrahumanas, y la presencia de las
misioneras fue de enorme provecho para esas pobres gentes.
Las grandes obras que emprendió
demuestran que Francisca Cabrini fue una mujer extraordinaria.
Su inglés lo hablaba con acento italiano lo que le concedía
una gracia especial, y que en cualquier parte donde llegaba la
señalaba como una extranjera. Pero ello no le impidió ser
amada y estimada por toda clase de personas en los Estados
Unidos. Los que trataban con ella de asuntos económicos (en
grande escala muchas veces) se quedaban admirados de las
capacidades tan impresionantes que esta mujer tenía para
salir adelante aun con las obras más difíciles.
Era sumamente
disciplinada, como
desde muy pequeñita le había enseñado a ser su hermana.
Algo que nunca pudo aceptar fue que la gente abandonara la
religión católica, que es la verdadera, para irse a formar
parte de sectas protestantes que enseñan tantos errores. Esto
la hizo sufrir mucho, porque en Norteamérica, los católicos
eran una escasa minoría y los protestantes, halagándolos
con ofertas económicas, los hacían pasarse a sus sectas y al
par de años, como esas religiones quitan todas las
devociones, se volvían unos verdaderos paganos, sin más dios
que el dólar. Contra ésto luchó ella fuertemente durante toda su vida.
Otro pecado contra el cual
luchaba duramente era el concubinato, la unión libre. Y hasta
llegó a prohibir que en sus colegios recibieran a las hijas
de los que públicamente vivían dando escándalo por su
concubinato o su unión libre. Muchos la criticaban por esto,
pero su conciencia no le permitía dejar en paz a los que hacían
pública profesión de pecado. No aceptaba el vivir sirviendo
al mismo tiempo a Dios y al diablo.
La Madre Cabrini había nacido
para gobernar. Procuraba vivir al día con las buenas ideas
modernas y no se cerraba a lo nuevo por puro capricho por lo
pasado. Pero lo nuevo que era escandaloso lo rechazaba
valientemente sin más ni más. Era inflexible para hacer
cumplir los reglamentos y para exigir buen comportamiento,
pero al mismo tiempo se hacía amar por su gran bondad. A sus
religiosas les repetía: "No olvidemos que seguimos al
Buen Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que es manso y humilde
de corazón. Jamás echemos una cucharada de amargura en la
vida de los demás. No seamos duras ni bruscas con nadie. Que
los que nos traten se vayan siempre contentos de haber sido
tratados muy amablemente por nosotras".
En 1892, al cumplirse el cuarto
centenario del descubrimiento de América, fundó en Nueva
York una gran obra: "El hospital Colón". Luego fundó
nuevas casas de su comunidad en Costa Rica, Brasil, Buenos
Aires, Panamá, Chile e Italia. Cuando le decían que no
emprendiera la fundación de una obra porque iba a encontrar
enormes dificultades, respondía: "Pero, quién es el que
va a llevar esta obra al éxito: ¿nosotras o Dios?", y
emprendía la fundación.
Durante doce años estuvo
viajando por diversos países fundando casas de su congregación.
Ella podría ser nombrada patrona de los viajeros
internacionales. Y en su tiempo el viajar era mucho más
complicado y difícil que ahora. Su amor por los pobres y su
deseo de salvar almas y de hacer conocer y amar más a Dios la
llevó de un sitio a otro del mundo, aunque fueran muy
distantes. De Río de Janeiro a Roma, de Francia a Inglaterra
y de Italia a Norteamérica. Todo por extender el reino de
Dios.
La comunidad, que había empezado
con ella y siete hermanas, ya contaba con mil religiosas, enseñando
en escuelas gratuitas y orfanatos, y atendiendo en hospitales
y otras obras de caridad. Hasta los presos de la peor cárcel
de Estados Unidos, la cárcel de Sing-Sing, la proclamaban
su bienhechora.
Durante los últimos siete años
se sentía muy agotada y con una salud muy deficiente pero no
por eso dejaba de trabajar incansablemente promoviendo sus
obras de caridad y de evangelización. Y el 22 de diciembre de
1917 murió de repente, más quizás por agotamiento de tanto
trabajar, que por edad, pues sólo tenía 67 años. Sus restos
se conservan en el colegio Cabrini en Nueva York.
Ella fue la primera ciudadana
norteamericana declarada santa por el Sumo Pontífice. Nadie
que no hubiese tenido una gran santidad y un inmenso amor a
Dios y al prójimo habría podido llevar a cabo obras tan
grandes como ella logró realizar.
Oración:
Santa Francisca Javier Cabrini: te pedimos por
todos los americanos, los del norte y los del sur, y
por toda la juventud en peligro. No dejes de trabajar y de interceder en el cielo por los que todavía
luchamos con peligros en esta tierra.
Santa Francisca Javier Cabrini: te pedimos por
todos los americanos, los del norte y los del sur, y
por toda la juventud en peligro. No dejes de trabajar y de interceder en el cielo por los que todavía
luchamos con peligros en esta tierra.
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