Programa punto de vista del 30 de enero de 2012
DISCURSO DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI
A NUMEROSO MIEMBROS DEL CAMINO NEOCATECUMENAL
A NUMEROSO MIEMBROS DEL CAMINO NEOCATECUMENAL
Sala Pablo VI
Viernes 20 de enero de 2012
Viernes 20 de enero de 2012
Queridos hermanos:
También este año tengo la alegría de poder encontrarme con vosotros y
compartir este momento de envío para la misión. Un saludo particular a Kiko
Argüello, a Carmen Hernández y a don Mario Pezzi, y un afectuoso saludo a todos
vosotros: sacerdotes, seminaristas, familias, formadores y miembros del Camino
Neocatecumenal. Vuestra presencia hoy es un testimonio visible de vuestro
compromiso gozoso de vivir la fe, en comunión con toda la Iglesia y con el
Sucesor de Pedro, y de ser anunciadores valientes del Evangelio.
En el pasaje de san Mateo que hemos escuchado, los Apóstoles reciben un
mandato preciso de Jesús: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt
28, 19). Inicialmente habían dudado, en su corazón todavía había
incertidumbre, estupor ante el acontecimiento de la resurrección. Y es Jesús
mismo, el Resucitado —destaca el evangelista—, quien se acerca a ellos, les hace
sentir su presencia, los envía a enseñar todo lo que les ha comunicado, dándoles
una certeza que acompaña a todo anunciador de Cristo: «Y sabed que yo estoy con
vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos» (Mt 28, 21). Son
palabras que resuenan con fuerza en vuestro corazón. Habéis cantado
Resurrexit, que expresa la fe en el Viviente, en aquel que, con un acto
supremo de amor, ha vencido el pecado y la muerte y da al hombre, a nosotros, el
calor del amor de Dios, la esperanza de ser salvados, un futuro de eternidad.
Durante estos decenios de vida del Camino uno de vuestros compromisos firmes
ha sido proclamar a Cristo resucitado, responder a sus palabras con generosidad,
abandonando a menudo seguridades personales y materiales, dejando incluso el
propio país, y afrontando situaciones nuevas y no siempre fáciles. Llevar a
Cristo a los hombres y llevar a los hombres a Cristo: esto es lo que anima toda
obra evangelizadora. Vosotros lo realizáis en un camino que ayuda a quien ya ha
recibido el Bautismo a redescubrir la belleza de la vida de fe, la alegría de
ser cristiano. El «seguir a Cristo» exige la aventura personal de su búsqueda,
de ir con él, pero implica también salir del encierro del yo, romper el
individualismo que a menudo caracteriza a la sociedad de nuestro tiempo, para
sustituir el egoísmo con la comunidad del hombre nuevo en Jesucristo. Y esto se
realiza en una profunda relación personal con él, en la escucha de su Palabra,
recorriendo el camino que nos ha indicado, pero también se lleva a cabo,
inseparablemente, al creer con su Iglesia, con los santos, en los que se da a
conocer siempre nuevamente el verdadero rostro de la Esposa de Cristo.
Como sabemos, este compromiso no siempre es fácil. A veces estáis presentes
en lugares donde es necesario un primer anuncio del Evangelio, la missio ad
gentes; a menudo, en cambio, en regiones que, aun habiendo conocido a
Cristo, se han vuelto indiferentes a la fe: el laicismo ha eclipsado el sentido
de Dios y oscurecido los valores cristianos. Allí vuestro compromiso y vuestro
testimonio han de ser como la levadura que, con paciencia, respetando los
tiempos, con sensus Ecclesiae, hace crecer toda la masa. La Iglesia ha
reconocido en el Camino un don particular que el Espíritu Santo ha dado a
nuestro tiempo, y la aprobación de los Estatutos y del «Directorio catequístico»
son un signo de ello. Os animo a dar vuestra original contribución a la causa
del Evangelio. En vuestra valiosa obra buscad siempre una profunda comunión con
la Sede Apostólica y con los pastores de las Iglesias particulares, en las que
estáis insertados: la unidad y la armonía del Cuerpo eclesial son un importante
testimonio de Cristo y de su Evangelio en el mundo en que vivimos.
Queridas familias, la Iglesia os da las gracias; os necesita para la nueva
evangelización. La familia es una célula importante para la comunidad eclesial,
donde se forma la vida humana y cristiana. Con gran alegría veo a vuestros
hijos, muchos niños que os miran a vosotros, queridos padres, que miran vuestro
ejemplo. Un centenar de familias están a punto de partir para doce misiones
ad gentes. Os invito a no tener miedo: quien lleva el Evangelio jamás está
solo. Saludo con afecto a los sacerdotes y a los seminaristas: amad a Cristo y a
la Iglesia, transmitid la alegría de haberlo encontrado y la belleza de haberle
dado todo. Saludo también a los itinerantes, a los responsables y a todas las
comunidades del Camino. Seguid siendo generosos con el Señor: os dará siempre su
consuelo.
Hace unos momentos se os ha leído el Decreto con el que se aprueban las
celebraciones presentes en el «Directorio catequístico del Camino
neocatecumenal», que no son estrictamente litúrgicas, pero forman parte del
itinerario de crecimiento en la fe. Es otro elemento que os muestra cómo la
Iglesia os acompaña con atención en un discernimiento paciente, que comprende
vuestra riqueza, pero que también tiene en cuenta la comunión y la armonía de
todo el Corpus Ecclesiae.
Este hecho me brinda la ocasión para una breve reflexión sobre el valor de la
liturgia. El concilio Vaticano II la define como la obra de Cristo sacerdote y
de su cuerpo, que es la Iglesia (cf. Sacrosanctum Concilium, 7). A simple
vista, esto podría parecer extraño, porque da la impresión de que la obra de
Cristo designa las acciones redentoras históricas de Jesús, su pasión,
muerte y resurrección. ¿En qué sentido, entonces, la liturgia es obra de Cristo?
La pasión, muerte y resurrección de Jesús no son sólo acontecimientos
históricos; alcanzan y penetran la historia, pero la trascienden y permanecen
siempre presentes en el corazón de Cristo. En la acción litúrgica de la Iglesia
está la presencia activa de Cristo resucitado, que hace presente y eficaz para
nosotros hoy el mismo Misterio pascual, para nuestra salvación; nos atrae en
este acto de entrega de sí mismo que en su corazón siempre está presente y nos
hace participar en esta presencia del Misterio pascual. Esta obra del Señor
Jesús, que es el verdadero contenido de la liturgia; este entrar en la presencia
del Misterio pascual, es también obra de la Iglesia, que, al ser su cuerpo, es
un único sujeto con Cristo —Christus totus caput et corpus—, dice san
Agustín. En la celebración de los sacramentos, Cristo nos sumerge en el Misterio
pascual para hacernos pasar de la muerte a la vida, del pecado a la vida nueva
en Cristo.
Esto vale de modo muy especial para la celebración de la Eucaristía, que, al
ser el culmen de la vida cristiana, es también el centro de su redescubrimiento,
al que tiende el neocatecumenado. Como rezan vuestros Estatutos, «la Eucaristía
es esencial para el neocatecumenado, puesto que es catecumenado posbautismal,
vivido en pequeñas comunidades» (art. 13 § 1). Precisamente para favorecer un
nuevo acercamiento a la riqueza de la vida sacramental por parte de personas que
se han alejado de la Iglesia, o no han recibido una formación adecuada, los
neocatecumenales pueden celebrar la Eucaristía dominical en pequeñas
comunidades, después de las primeras Vísperas del domingo, según las
disposiciones del obispo diocesano (cf. Estatutos, art. 13 § 2). Pero
toda celebración eucarística es una acción del único Cristo juntamente con su
única Iglesia, y por eso mismo está abierta esencialmente a todos los que
pertenecen a su Iglesia. Este carácter público de la sagrada Eucaristía se
expresa en el hecho de que toda celebración de la santa misa es dirigida, en
última instancia, por el obispo como miembro del Colegio episcopal, responsable
de una determinada Iglesia local (cf. Lumen gentium, 26). La celebración
en pequeñas comunidades, regulada por los libros litúrgicos, que hay que seguir
fielmente, y con las particularidades aprobadas en los Estatutos del Camino,
tiene como finalidad ayudar a cuantos recorren el itinerario neocatecumenal a
percibir la gracia de estar insertados en el misterio salvífico de Cristo, que
hace posible un testimonio cristiano capaz de asumir también los rasgos de la
radicalidad. Al mismo tiempo, la maduración progresiva de la persona y de la
pequeña comunidad en la fe debe favorecer su inserción en la vida de la gran
comunidad eclesial, que tiene su forma ordinaria en la celebración litúrgica de
la parroquia, en la cual y por la cual se actúa el Neocatecumenado (cf.
Estatutos, art. 6). Pero también durante el camino es importante no
separarse de la comunidad parroquial, precisamente en la celebración de la
Eucaristía, que es el verdadero lugar de la unidad de todos, donde el Señor nos
abraza en los diversos estados de nuestra madurez espiritual y nos une en el
único pan, que nos hace un único cuerpo (cf. 1 Co 10, 16 s).
¡Ánimo! El Señor os acompaña siempre, y también yo os aseguro mi oración y os
agradezco las numerosas muestras de cercanía. Os pido que también os acordéis de
mí en vuestras oraciones. Que la santísima Virgen María os asista con su mirada
maternal, y os sostenga mi bendición apostólica, que extiendo a todos los
miembros del Camino. Gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario