La Virgen María, cuando aceptó ser Madre de Dios, conoció perfectamente y con toda claridad a qué se exponía con ello.
Los Profetas del Antiguo Testamento habían dentro muy detalladamente los sufrimientos del Siervo de Yavé y María conocía muy bien las Sagradas Escrituras.
Además, en el momento de su aceptación el Espíritu Santo le reveló cuanto le estaba reservando como Madre del Dios-Redentos: ella debía aceptar de un modo consciente, es decir, sabiendo a qué se comprometía.
María,
nos diste al Esperado de los tiempos,
mil veces prometido en los Profetas
y nosotros de nuevo deseamos.
que vuelva a repetirnos sus promesas.
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