Nace
el año 329 de padres piadosos, en Capadocia. Su padre fue elegido obispo de la ciudad de
Nacianzo y tuvo cuidado de que su hijo fuese educado en las mejores escuelas y academias
de la antigüedad.
Casi diez años pasó Gregorio en Atenas como estudiante y allí cultivó una fiel
amistad con Basilio y desarrolló, a la vez, su capacidad para la poesía, literatura y
retórica. No cedió a la tentación de vivir entre la vanidad de oradores y filósofos,
sino que promovió una profunda vida religiosa, junto con su amigo Basilio.
Al regresar a Nacianzo recibió el Bautismo de manos de su propio padre y, algo más
tarde, el Orden sacerdotal para poder ayudarle en la pastoral de la diócesis. Como estaba
vacante una diócesis en Asia Menor, su amigo Basilio, ya obispo lo promovió a la
dignidad episcopal de esta sede. Gregorio no cumplió con este compromiso y huyó a la
soledad de la vida de ermitaño.
Por su gran erudición teológica y sus claros conocimientos en la discutida
cristología de los primeros siglos, fue escogido por el Concilio de Constantinopla del
año 381 como obispo de esa metrópoli.
Su carácter, demasiado sensible, no soportó las dificultades de la administración de
una diócesis. Por segunda vez, renunció a su cargo episcopal y se retiró a Arianz,
donde se dedicó a la meditación de los misterios de Dios.
Cuando murió, en el año 390, nos dejó 44 sermones y 244 cartas, que tratan, en
especial, sobre la verdadera divinidad del Espíritu Santo y la dignidad de la Virgen como
Madre de Dios.
Su inspiración poética nos regaló unos cuatrocientos poemas. Sus sermones y escritos
dejaron un tesoro de testimonio ortodoxo, en un tiempo de mucha confusión y lucha.
Con Basilio y el hermano menor de Basilio, que se llama Gregorio de Nisa, los tres
recibieron el título de los "Tres capadocios".
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