Nació
San Julián en la ciudad de Antioquía (en Siria), de una familia que se
preocupó por darle una muy buena formación religiosa.
Los papás querían que se casara con una joven
muy virtuosa y de familia muy rica, pero Julián tuvo una visión en la
cual vio algunos de los premios que Dios reserva para quienes conservan
su virginidad y narró su visión a la novia. Y entonces los dos, de
común acuerdo, hicieron voto de castidad o sea un juramento de
conservarse siempre puros. Los papás creían que ellos formarían un
hogar, pero los novios se habían comprometido a conservar para siempre
su virginidad. Y poco tiempo después murieron los padres de los dos
jóvenes, y entonces Julián y su prometida se fueron cada uno a un
desierto a orar, y a hacer penitencia y cada cual fundó un monasterio.
Julián un monasterio para hombres y ella uno para mujeres.
Muchos hombres deseosos de conseguir la santidad
se fueron a acompañar a Julián en su vida de religioso y lo nombraron
superior. El los dirigió con especial cariño y con gran prudencia. Era
el que más duro trabajaba, el que mayores favores hacía a todos y el
más fervoroso en la oración. Y dedicaba muchas horas a la lectura de
libros religiosos y a la meditación.
Su vida fue una continua Cuaresma, o sea un ayunar
y guardar abstinencia y orar y meditar, todos los días, sin cansarse.
A los súbditos nunca los reprendía con
altanería ni con malos modos o delante de los demás, sino en privado,
con frases amables, comprensivas y animadoras, que les demostraban el
gran aprecio y amor que les tenía, y que llegaban al fondo del alma y
obtenían verdaderas conversiones.
Los religiosos decían que Julián era muy
exigente y duro para sí mismo, pero admirablemente comprensivo y amable
para con los demás, y que gobernaba con tal prudencia y caridad a los
monjes que éstos se sentían en aquél desierto más felices que si
estuvieran en el más cómodo convento de la ciudad.
La persecución. Y sucedió que estalló en
Antioquía la persecución contra los cristianos, y el gobernador
Marciano ordenó apresar a Julián y a todos sus monjes. Centenares de
cristianos fueron siendo quemados por proclamar su amor a Jesucristo, y
cuando le llegó el turno a nuestro santo, se produjo el siguiente
diálogo entre el perseguidor y Julián:
- Le ordenamos que adore la estatua de nuestro
emperador.
- Yo no adoro sino única y exclusivamente al Dios
del cielo.
- Su Dios y emperador es el Cesar de Roma.
- Mi jefe a quien adoro y obedezco es Nuestro
Señor Jesucristo.
- ¿Cómo se le ocurre creer en uno que fue
crucificado?
- Es que el crucificado ya resucitó y está
sentado a la derecha de Dios Padre.
- ¿Te ríes de nuestros dioses y del emperador?
Pues ahora que te atormenten te arrepentirás de haber procedido así.
- Dios ayuda a los que son sus amigos, y Cristo
Jesús, que es muchísimo más importante y poderoso que el emperador,
me dará las fuerzas y el valor para soportar los tormentos.
El perseguidor, viendo que con amenazas no lo
conmueve, se propone cambiar de táctica y ofrecerle a Julián grandes
premios si deja la santa religión.
- Tus padres eran personas muy importantes en esta
ciudad. Si dejas de ser cristiano y adoras a nuestros dioses, te
concederemos puestos de primera clase.
- Mis padres me están observando desde el cielo y
se sienten muy contentos y muy honrados de que yo proclame mi fe en
Cristo y derrame por El mi sangre.
Empiezan a darle a Julián terribles latigazos,
con fuetes que tienen pedacitos de hierro en los extremos, pero uno de
los verdugos al retirar rápidamente el fuete, es herido gravemente en
un ojo por la punta de hierro del látigo. Julián oye el grito de dolor
y llamando al verdugo le coloca sus manos sobre el ojo destrozado y se
obtiene inmediatamente la curación.
Los verdugos le cortan la cabeza al santo, pero en
ese momento el joven Celso, hijo del perseguidor Marciano, al ver con
qué gran valentía y alegría ha ido a la muerte este amigo de Cristo,
se declara él también seguidor de Jesús y se hace cristiano. Esta
conversión fue considerada como un verdadero milagro espiritual
obtenido por el martirio de Julián.
Y los amigos de Jesús queremos proclamar siempre
y en todas partes nuestra fe, y preferir mil muertes y diez mil
tormentos, antes que dejar nuestra santísima religión por irnos a
religiones falsas que ni dan felicidad en esta vida ni consiguen
salvación eterna.
San Julián: pídele a Cristo que nosotros
logremos perseverar fieles a nuestra santa religión hasta la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario