Nació en Nápoles, Italia en 1715. Su padre era un tejedor, hombre de
terrible mal genio, y la madre era una mujer extraordinariamente
piadosa. Desde muy pequeñita fue obligada por su padre a trabajar muchas
horas cada día en su taller de hilados, pero la mamá aprovechaba todo
rato libre para leerle libros piadosos y llevarla al templo a orar. El
párroco, admirado de su piedad y viendo que se sabía de memoria el
catecismo, la admitió a los 8 años a la Primera Comunión, y al año
siguiente la encargó de preparar a varios niños.
Como era hermosa, el papá le consiguió un novio de clase rica. Pero María Francisca le dijo que ella había prometido a Dios conservarse soltera y virgen para dedicarse a la vida espiritual y a ayudar a salvar almas. El padre montó en cólera y la castigó serveramente; sin embargo, gracias a las influencias y mediación de un padre franciscano, el papa de la santa aceptó dejarla en libertad para que ella siguiese su vocación religiosa. El 8 de septiembre de 1731 recibió el hábito de Terciaria franciscana y siguió viviendo en su casa, pero con comportamientos de religiosa.
Frecuentemente mientras estaba en oración entraba en éxtasis. La Virgen se le aparecía y le traía mensajes. Tras la muerte de su madre, la santa decidió abandonar su hogar y mudarse a una casa cural donde permaneció los últimos 38 años de su vida, siempre en constante oración, penitencia y sufrimiento que los ofrecía por las almas del purgatorio y la conversión de los pecadores.
Poco después, le aparecieron las cinco llagas o heridas de Jesús en su cuerpo. Su salud era muy defectuosa y las enfermedades la hacían sufrir enormemente. El 6 de octubre de 1791 murió santamente. Y al año 1867 el Sumo Pontífice la declaró santa.
Como era hermosa, el papá le consiguió un novio de clase rica. Pero María Francisca le dijo que ella había prometido a Dios conservarse soltera y virgen para dedicarse a la vida espiritual y a ayudar a salvar almas. El padre montó en cólera y la castigó serveramente; sin embargo, gracias a las influencias y mediación de un padre franciscano, el papa de la santa aceptó dejarla en libertad para que ella siguiese su vocación religiosa. El 8 de septiembre de 1731 recibió el hábito de Terciaria franciscana y siguió viviendo en su casa, pero con comportamientos de religiosa.
Frecuentemente mientras estaba en oración entraba en éxtasis. La Virgen se le aparecía y le traía mensajes. Tras la muerte de su madre, la santa decidió abandonar su hogar y mudarse a una casa cural donde permaneció los últimos 38 años de su vida, siempre en constante oración, penitencia y sufrimiento que los ofrecía por las almas del purgatorio y la conversión de los pecadores.
Poco después, le aparecieron las cinco llagas o heridas de Jesús en su cuerpo. Su salud era muy defectuosa y las enfermedades la hacían sufrir enormemente. El 6 de octubre de 1791 murió santamente. Y al año 1867 el Sumo Pontífice la declaró santa.
María Francisca Nació
en Nápoles (Italia) en 1715. Su padre era un tejedor, hombre de
terrible mal genio. La mamá era una mujer extraordinariamente piadosa,
la cual antes del nacimiento de la niña, ante los tratos tan violentos
de su esposo y ante el misteriosos sueños que había tenido, le
consultó el caso a San Francisco Jerónimo, el cual le profetizó que
tendría una hija a la cual Dios le hablaría por medio de revelaciones.
Desde muy pequeñita fue obligada por su padre a
trabajar muchas horas cada día en su taller de hilados. Pero la mamá
aprovechaba todo rato libre para leerle libros piadosos y llevarla al
templo a orar. El párroco, admirado de su piedad y viendo que se sabía
de memoria el catecismo, la admitió a los 8 años a la Primera
Comunión, y al año siguiente la encargó de preparar a varios niños.
Las demás obreras de la fábrica comentaban:
"María Francisca trabaja las mismas horas que nosotras y hace el
doble de hilados que las demás. ¿Qué será? ¿Vendrá su ángel de la
guarda a ayudarla?." Y empezó a correr la noticia de que esta
jovencita recibía especiales ayudas del cielo. Lo cierto es que cada
día dedicaba cuatro o más horas a rezar, leer y meditar. Y cada
mañana asistía muy devotamente a la Santa Misa.
Un domingo por la tarde, mientras preparaba unos
niños a la Primera Comunión, de pronto se quedó callada como mirando
a lo lejos y luego dijo: "José, Josecito: corra a su casa que su
mamá lo está necesitando. Vaya allá enseguida". El niño salió
corriendo y encontró que a la mamá le había dado un ataque y al caer
había lanzado una lámpara encendida sobre un poco de ropa y se iba a
producir un incendio. A tiempo pudo apagar las llamas y salvar la vida
de su mamá. La noticia corrió por todo el barrio, y la gente empezó a
comentar que a esta muchacha le enviaba Dios mensajes extraordinarios.
Como era hermosa, el papá le consiguió un novio
de clase rica. Pero María Francisca le dijo que ella había prometido a
Dios conservarse soltera y virgen para dedicarse a la vida espiritual y
a ayudar a salvar almas. El papá estalló en cólera y le dio violentos
azotes. La encerró en una pieza a pan y agua por varios días. La
jovencita aprovechó este encierro y este ayuno para dedicarse a orar y
a meditar y a hacer penitencia. La mamá logró hacer que un padre
franciscano viniera a la casa y convenciera al furibundo papá para que
dejara en libertad a su hija para escoger el futuro que más le agradara.
El religioso logró convencer a Don Francisco Galo a que permitiera que
su hija se dedicara a la vida espiritual, en vez de obligarla a contraer
matrimonio.
El 8 de septiembre de 1731 recibió el hábito de
Terciaria franciscana y siguió viviendo en su casa, pero con
comportamientos de religiosa.
Como la gente comentaba que esta muchacha avisaba
el futuro y leía las conciencias, un hombre de negocios le propuso a
don Francisco que aprovechara las cualidades de su hija para conseguir
mucho dinero. El papá le propuso entonces a María Francisca que se
dedicara a adivinar la suerte a los demás y cobrara las consultas. Ella
le dijo: "¿Papá, es qué has creído que yo soy adivina?"
"No eres adivina", le respondió él, "pero eres una
santa y lograrás que Dios te comunique el futuro de la gente". La
joven le dijo humildemente: ¡Papá, yo no soy una santa. Yo soy una
pobre criatura que lo único que hace es tratar de rezar con fe, pero no
soy la que tú te estas imaginando. Y además nunca negociaré con lo
que es de la religión!
Entonces el papá la castigó ferozmente a
latigazos y a duras penas la mamá logró sacarla de sus manos. La joven
corrió aterrorizada a casa del Sr. Obispo, el cual se fue ante el juez
y logró que a ese hombre le pusieran una sentencia de que si en
adelante azotaba a su hija tendría que pagar una multa. Esto hizo que
no la azotara más.
María Francisca era muy devota de la Pasión de
Cristo, por eso al hacerse terciaria Franciscana tomó el nombre de
María Francisca de las Cinco llagas. Y pasaba horas y horas meditando
en la Pasión y Muerte de Jesús.
Frecuentemente mientras estaba en oración entraba
en éxtasis (suspensión de la actividad de los nervios y de los
sentidos, acompañada con visiones sobrenaturales). La Sma. Virgen se le
aparecía y le traía mensajes. Pero también el demonio se le
presentaba en forma de perro rabioso que la aterrorizaba.
Afortunadamente descubrió que al hacer la señal de la cruz, y al
pronunciar los nombres de Jesús, José y María lograba que el demonio
saliera huyendo. Este fue el consejo que le oyó un día al crucifijo:
"Cuando te asalten los ataques de los enemigos del alma haz la
señal de la cruz, y además de invocar los nombres de las tres divinas
personas de la Sma. Trinidad, debes decir varias veces: "Jesús,
José y María".
Una señora la invitó a visitar un enfermo, pero
la llevó a una casa en donde se efectuaba un baile inmoral. Ella huyó
precipitadamente y se libró de la corrupción.
Cuando la mamá se le murió, María Francisca se
dio cuenta de que ante el temperamento tan violento de su padre, ella
tenía que abandonar el hogar. Y un santo sacerdote le permitió que
fuera atenderle la casa cural. Allí estuvo los últimos 38 años de su
existencia, y ese tiempo le sucedieron muchos hechos misteriosos.
Un día estaba barriendo la sacristía cuando oyó
una voz que le decía: "María Francisca, huya, salga huyendo
rápido". Ella salió corriendo y minutos después se desplomó el
techo de la sacristía. Así salvó su vida.
Cuando rezaba el viacrucis iba sufriendo algunos
dolores parecidos a los que Jesús sufrió en el Huerto de los Olivos,
en la flagelación, en la coronación de espinas, al llevar la cruz a
cuestas y al ser crucificado. Cada Viernes Santo entraba en agonía como
si estuviera muriendo en una cruz. Y todo esto lo ofrecía por la
conversión de los pecadores, y el descanso de las benditas almas del
purgatorio. Las gentes decían: "María Francisca saca más almas
del purgatorio ella sola con sus sufrimientos, que todos nosotros con
nuestras oraciones".
Unos de los fenómenos más extraordinarios de
esta santa sucedieron durante la comunión. En tres ocasiones la Santa
Hostia voló a posarse en sus labios. Una vez mientras el sacerdote
decía: Este es el Cordero de Dios… la hostia que él tenía en la
mano salió volando y fue a colocarse en la boca de la santa. Otra vez
voló desde el Copón, y una tercera vez, al partir el celebrante la
hostia grande, un pedazo de ella voló hacia la fervorosa mística que
estaba aguardando turno para comulgar.
En la Navidad de 1741, el Niño Jesús le habló y
le dijo: "Quiero que seamos amigos para siempre". Fue tan
grande la emoción de ella al oírle esto a Nuestro Señor, que quedó
ciega por 24 horas. Después recobró otra vez la vista y el resto de su
vida lo dedicó por completo a amar a Jesús y a hacerlo amar por los
demás.
Le aparecieron las cinco llagas o heridas de
Jesús en su cuerpo. Su salud era muy defectuosa y las enfermedades la
hacían sufrir enormemente. Cuando su padre estaba moribundo le pidió a
Dios que le pasara a ella los dolores que el pobre hombre estaba
padeciendo, y así sucedió con espantables sufrimientos para la santa
mujer. Pero con estos sufrimientos logró convertir a su papá y a
muchos pecadores más. En sueños veía a varias almas del purgatorio
que le suplicaban ofreciera por ellas sus sufrimientos ya sí lo hacía.
Muchas personas la trataron muy mal y ella ofrecía con paciencia estos
malos tratos rezando por quienes le ofendían, y tratando bien a quienes
le trataban mal. Las gentes murmuraban contra ella y le inventaban lo
que no era cierto, pero ella callaba, para asemejarse a Jesús que
callaba en su Pasión. A su director espiritual le dijo un día:
"He sufrido en mi vida todo lo que una persona humana puede sufrir.
Pero todo ha sido por amor a Dios". Y le añadía: ¡Padre, sean
muy bondadosos con las personas que los vienen a consultar. No sean
duros con nadie!.
Anunció que iban a llegar muy pronto unos
sufrimientos terribilísimos para la Iglesia Católica (y en aquellos
años llegaron las feroces persecuciones de la Revolución Francesa que
ocasionaron tantísimas muertes de católicos). Pidió a Dios que no
permitiera que ella presenciara estos desastres, y murió cuando estaban
empezando.
El 6 de octubre de 1791 murió santamente. Y al
año 1867 el Sumo Pontífice la declaró santa.
A un sacerdote le prometió que se le aparecería
pocos días antes de que él se muriera. Así lo hizo. Se le apareció y
a los tres días murió el padre.
María Francisca: enséñanos a amar a Jesús
Crucificado con el amor con el que lo amaste tú.
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