CARTA
ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
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Unidad e integridad de la fe
47. La unidad de la Iglesia,
en el tiempo y en el
espacio, está ligada a la
unidad de la fe: « Un solo
cuerpo y un solo espíritu
[…] una sola fe » (Ef
4,4-5). Hoy puede parecer
posible una unión entre los
hombres en una tarea común,
en el compartir los mismos
sentimientos o la misma
suerte, en una meta común.
Pero resulta muy difícil
concebir una unidad en la
misma verdad. Nos da la
impresión de que una unión
de este tipo se opone a la
libertad de pensamiento y a
la autonomía del sujeto. En
cambio, la experiencia del
amor nos dice que
precisamente en el amor es
posible tener una visión
común, que amando aprendemos
a ver la realidad con los
ojos del otro, y que eso no
nos empobrece, sino que
enriquece nuestra mirada. El
amor verdadero, a medida del
amor divino, exige la verdad
y, en la mirada común de la
verdad, que es Jesucristo,
adquiere firmeza y
profundidad. En esto
consiste también el gozo de
creer, en la unidad de
visión en un solo cuerpo y
en un solo espíritu. En este
sentido san León Magno
decía: « Si la fe no es una,
no es fe »[40].
¿Cuál es el secreto de esta
unidad? La fe es « una », en
primer lugar, por la unidad
del Dios conocido y
confesado. Todos los
artículos de la fe se
refieren a él, son vías para
conocer su ser y su actuar,
y por eso forman una unidad
superior a cualquier otra
que podamos construir con
nuestro pensamiento, la
unidad que nos enriquece,
porque se nos comunica y nos
hace « uno ».
La fe es
una, además, porque se
dirige al único Señor, a la
vida de Jesús, a su historia
concreta que comparte con
nosotros. San Ireneo de Lyon
ha clarificado este punto
contra los herejes
gnósticos. Éstos distinguían
dos tipos de fe, una fe
ruda, la fe de los simples,
imperfecta, que no iba más
allá de la carne de Cristo y
de la contemplación de sus
misterios; y otro tipo de
fe, más profundo y perfecto,
la fe verdadera, reservada a
un pequeño círculo de
iniciados, que se eleva con
el intelecto hasta los
misterios de la divinidad
desconocida, más allá de la
carne de Cristo. Ante este
planteamiento, que sigue
teniendo su atractivo y sus
defensores también en
nuestros días, san Ireneo
defiende que la fe es una
sola, porque pasa siempre
por el punto concreto de la
encarnación, sin superar
nunca la carne y la historia
de Cristo, ya que Dios se ha
querido revelar plenamente
en ella. Y, por eso, no hay
diferencia entre la fe de «
aquel que destaca por su
elocuencia » y de « quien es
más débil en la palabra »,
entre quien es superior y
quien tiene menos capacidad:
ni el primero puede ampliar
la fe, ni el segundo
reducirla [41].
Por último,
la fe es una porque es
compartida por toda la
Iglesia, que forma un solo
cuerpo y un solo espíritu.
En la comunión del único
sujeto que es la Iglesia,
recibimos una mirada común.
Confesando la misma fe, nos
apoyamos sobre la misma
roca, somos transformados
por el mismo Espíritu de
amor, irradiamos una única
luz y tenemos una única
mirada para penetrar la
realidad.
48. Dado que la
fe es una sola, debe ser
confesada en toda su pureza
e integridad. Precisamente
porque todos los artículos
de la fe forman una unidad,
negar uno de ellos, aunque
sea de los que parecen menos
importantes, produce un daño
a la totalidad. Cada época
puede encontrar algunos
puntos de la fe más fáciles
o difíciles de aceptar: por
eso es importante vigilar
para que se transmita todo
el depósito de la fe (cf. 1 Tm 6,20), para que se
insista oportunamente en
todos los aspectos de la
confesión de fe. En efecto,
puesto que la unidad de la
fe es la unidad de la
Iglesia, quitar algo a la fe
es quitar algo a la verdad
de la comunión. Los Padres
han descrito la fe como un
cuerpo, el cuerpo de la
verdad, que tiene diversos
miembros, en analogía con el
Cuerpo de Cristo y con su
prolongación en la
Iglesia [42]. La integridad de
la fe también se ha
relacionado con la imagen de
la Iglesia virgen, con su
fidelidad al amor esponsal a
Cristo: menoscabar la fe
significa menoscabar la
comunión con el Señor [43]. La
unidad de la fe es, por
tanto, la de un organismo
vivo, como bien ha explicado
el beato John Henry Newman,
que ponía entre las notas
características para
asegurar la continuidad de
la doctrina en el tiempo, su
capacidad de asimilar todo
lo que encuentra [44],
purificándolo y llevándolo a
su mejor expresión. La fe se
muestra así universal,
católica, porque su luz
crece para iluminar todo el
cosmos y toda la historia.
49. Como servicio a la
unidad de la fe y a su
transmisión íntegra, el
Señor ha dado a la Iglesia
el don de la sucesión
apostólica. Por medio de
ella, la continuidad de la
memoria de la Iglesia está
garantizada y es posible
beber con seguridad en la
fuente pura de la que mana
la fe. Como la Iglesia
transmite una fe viva, han
de ser personas vivas las
que garanticen la conexión
con el origen. La fe se basa
en la fidelidad de los
testigos que han sido
elegidos por el Señor para
esa misión. Por eso, el
Magisterio habla siempre en
obediencia a la Palabra
originaria sobre la que se
basa la fe, y es fiable
porque se fía de la Palabra
que escucha, custodia y
expone[45]. En el discurso de
despedida a los ancianos de
Éfeso en Mileto, recogido
por san Lucas en los Hechos
de los Apóstoles, san Pablo
afirma haber cumplido el
encargo que el Señor le
confió de anunciar «
enteramente el plan de Dios
» (Hch 20,27). Gracias al
Magisterio de la Iglesia nos
puede llegar íntegro este
plan y, con él, la alegría
de poder cumplirlo
plenamente.
[40]
In nativitate Domini
sermo 4, 6: SC 22, 110.
[41]
Cf. Ireneo, Adversus
haereses, I, 10, 2: SC 264,
160.
[42] Cf.
ibíd., II, 27,
1: SC 294, 264.
[43] Cf.
Agustín, De sancta virginitate, 48, 48:
PL 40,
424-425: « Servatur et in
fide inviolata quaedam
castitas virginalis, qua
Ecclesia uni viro virgo
casta cooptatur ».
[44] Cf.
An Essay on the Development
of Christian Doctrine, Uniform Edition: Longmans,
Green and Company, London,
1868-1881, 185-189.
[45] Cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm.
Dei Verbum, sobre la
divina revelación, 10.
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