CARTA
ENCÍCLICA
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
LUMEN FIDEI
DEL SUMO PONTÍFICE FRANCISCO
A LOS OBISPOS A LOS PRESBÍTEROS Y A LOS DIÁCONOS A LAS PERSONAS CONSAGRADAS Y A TODOS LOS FIELES LAICOS SOBRE LA FE
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CAPÍTULO CUARTO
DIOS PREPARA
UNA CIUDAD PARA ELLOS
(cf. Hb 11,16)
DIOS PREPARA
UNA CIUDAD PARA ELLOS
(cf. Hb 11,16)
Fe y
bien común
50. Al
presentar la historia de los
patriarcas y de los justos
del Antiguo Testamento, la
Carta a los Hebreos pone de
relieve un aspecto esencial
de su fe. La fe no sólo se
presenta como un camino,
sino también como una
edificación, como la
preparación de un lugar en
el que el hombre pueda
convivir con los demás. El
primer constructor es Noé
que, en el Arca, logra
salvar a su familia (cf. Hb
11,7). Después Abrahán, del
que se dice que, movido por
la fe, habitaba en tiendas,
mientras esperaba la ciudad
de sólidos cimientos (cf. Hb
11,9-10). Nace así, en
relación con la fe, una
nueva fiabilidad, una nueva
solidez, que sólo puede
venir de Dios. Si el hombre
de fe se apoya en el Dios
del Amén, en el Dios fiel
(cf. Is 65,16), y así
adquiere solidez, podemos
añadir que la solidez de la
fe se atribuye también a la
ciudad que Dios está
preparando para el hombre.
La fe revela hasta qué punto
pueden ser sólidos los
vínculos humanos cuando Dios
se hace presente en medio de
ellos. No se trata sólo de
una solidez interior, una
convicción firme del
creyente; la fe ilumina
también las relaciones
humanas, porque nace del
amor y sigue la dinámica del
amor de Dios. El Dios digno
de fe construye para los
hombres una ciudad fiable.
51. Precisamente por su
conexión con el amor (cf. Ga
5,6), la luz de la fe se
pone al servicio concreto de
la justicia, del derecho y
de la paz. La fe nace del
encuentro con el amor
originario de Dios, en el
que se manifiesta el sentido
y la bondad de nuestra vida,
que es iluminada en la
medida en que entra en el
dinamismo desplegado por
este amor, en cuanto que se
hace camino y ejercicio
hacia la plenitud del amor.
La luz de la fe permite
valorar la riqueza de las
relaciones humanas, su
capacidad de mantenerse, de
ser fiables, de enriquecer
la vida común. La fe no
aparta del mundo ni es ajena
a los afanes concretos de
los hombres de nuestro
tiempo. Sin un amor fiable,
nada podría mantener
verdaderamente unidos a los
hombres. La unidad entre
ellos se podría concebir
sólo como fundada en la
utilidad, en la suma de
intereses, en el miedo, pero
no en la bondad de vivir
juntos, ni en la alegría que
la sola presencia del otro
puede suscitar. La fe
permite comprender la
arquitectura de las
relaciones humanas, porque
capta su fundamento último y
su destino definitivo en
Dios, en su amor, y así
ilumina el arte de la
edificación, contribuyendo
al bien común. Sí, la fe es
un bien para todos, es un
bien común; su luz no luce
sólo dentro de la Iglesia ni
sirve únicamente para
construir una ciudad eterna
en el más allá; nos ayuda a
edificar nuestras
sociedades, para que avancen
hacia el futuro con
esperanza. La Carta a los
Hebreos pone un ejemplo de
esto cuando nombra, junto a
otros hombres de fe, a
Samuel y David, a los cuales
su fe les permitió «
administrar justicia » (Hb
11,33). Esta expresión se
refiere aquí a su justicia
para gobernar, a esa
sabiduría que lleva paz al
pueblo (cf. 1 S 12,3-5; 2 S
8,15). Las manos de la fe se
alzan al cielo, pero a la
vez edifican, en la caridad,
una ciudad construida sobre
relaciones, que tienen como
fundamento el amor de Dios.
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