Homilía en la toma de posesión como quinto obispo de
Jujuy
Fiesta de la Transfiguración del Señor y Santísimo Salvador
Monseñor César Daniel
Fernández
Obispo de Jujuy
6 de agosto e 2012
Escudo Episcopal Mons. César Daniel Fernández |
Queridos hermanos:
Estamos viviendo esta hermosa fiesta de Iglesia en la cual he
querido asumir mi pastoreo como quinto Obispo de la Diócesis de Jujuy.
Al honrar hoy al Santísimo Salvador, nuestro Patrono, lo hacemos junto
con toda la Iglesia que celebra en su liturgia la Transfiguración del
Señor.
La lectura del Evangelio que acabamos de escuchar nos invita a la
contemplación del misterio de nuestro Salvador Jesucristo. Si nos
metemos nosotros mismos dentro del texto, escucharemos al Señor que
también a nosotros nos invita a peregrinar con Él a las alturas.
Ahí unto a Pedro, Santiago y Juan, podremos contemplar a Jesús en
toda su belleza, y escuchar la voz de Dios Padre que hoy se pronuncia
con particular cariño.
Jesucristo nos descubre su gloria. Se nos aparece como una luz
resplandeciente. Él es la luz que “viniendo a este mundo ilumina a todo
hombre” (Jn. 1,9)
La Iglesia encuentra su misión desde la contemplación del rostro
crucificado y glorioso de Cristo. Al comienzo de este tercer milenio el
Beato Papa Juan Pablo II nos decía: ¿No es quizá el cometido de la
Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer
resplandecer su rostro ante las generaciones del nuevo milenio? (NMI
16). La Iglesia es como la luna, que no brilla por sí misma, por su
propia luminosidad, sino que toda la luz la recibe de la gloria de
Cristo que ilumina nuestra vida y nuestra misión.
Por eso, como Iglesia Diocesana queremos hoy y siempre volvernos
hacia Jesucristo, siervo de Dios y Señor de la gloria para cumplir
nuestra misión.
La Iglesia toda y esta Iglesia particular de Jujuy, no tienen otra
riqueza que ofrecer a los hombres y a la sociedad: nuestra riqueza es
Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, Rostro humano de Dios y rostro divino
del hombre. A Él, junto con el Apóstol Pedro queremos confesarlo como
“el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16,16).
Desde esta fe queremos cumplir nuestra misión como Iglesia. Al
servicio de la vida de la fe y de la evangelización. Desde esta fe
queremos también servir a la dignidad y la dignificación del hombre.
Como lo ha hecho la Iglesia desde siempre, uniendo lo divino y lo
humano, el Evangelio y la vida digna y plena para todos. Porque la vida
que nos trae Jesucristo toca al ser humano entero y desarrolla en
plenitud la existencia humana en su dimensión personal, familiar, social
y cultural.
Al comenzar junto con ustedes una nueva etapa en nuestro trayecto
eclesial, que como Diócesis lleva ya 78 años, precedido por la labor de
mis cuatro predecesores, quero insertarme en esta rica corriente de vida
evangelizadora y misionera que ha caracterizado y hecha fecunda nuestra
vida eclesial.
La Providencia me trajo aquí hace casi un año en momentos muy duros y
dolorosos. La Iglesia me pedía acompañar a un hermano Obispo y a su
comunidad en una prueba muy grande. La Pascua del P. Obispo Marcelo
Palentini fue también, un poco, Pascua nuestra. Allí aprendimos
nuevamente el valor y la fecundidad del grano de trigo que, muriendo, da
mucho fruto.
Desde esta convicción, aunque sumisos en el misterio del dolor, no
quisimos detener la marcha, sino seguir en la siembra del Reino,
haciendo crecer la vida. Después de nueve meses, el Santo Padre
Benedicto XVI, en un gesto de bondad y confianza hacia mi persona, me ha
confiado el pastoreo en esta Iglesia nuestra de Jujuy. En la persona
del Mons. Roberto Murphy, secretario de la Nunciatura Apostólica en
Argentina, renuevo mi gratitud y fidelidad a la Persona y al Magisterio
del Santo Padre Benedicto XVI.
No tengo más que gratitud para el Señor en mi corazón. Con el
Salmista puedo decir: “Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi
heredad”. Desde el primer día me sentí abrasado por el cariño de todos
ustedes. Es un hermoso rostro de Iglesia el que ofrecemos: familiar y
cariñosa, acogedora y servidora. A cada uno de ustedes, sacerdotes,
consagrados y fieles quiero servir y bendecir desde mi corazón
sacerdotal.
Quiero abrazar a toda nuestra hermosa geografía de valles y
quebradas, de yungas y puna. Con sus colores, costumbres y culturas
características pero sobre todo, con su hermosa gente que es nuestra
mayor riqueza. Con su preciosa religiosidad tan metida en nuestra vida
que nos hace honrar al Señor y su Madre en tantas celebraciones,
peregrinaciones y manifestaciones de nuestra piedad popular.
Un solo anhelo tiene este Obispo que es el mismo que anidó en mi
corazón hace ya cinco años, cuando fui llamado y consagrado para ejercer
el ministerio episcopal. Leyendo el Evangelio de San Mateo me encuentro
al mismo Señor que nos invita a vivir la autoridad como un servicio, a
Su semejanza, porque “no vino para ser servido sin para servir y dar su
vida en rescate por una multitud” (Mt. 20, 27).
Bendito sea el Señor porque una vez más me renueva su confianza aún sabiendo de mis límites y de mi indignidad.
Bendito sea el Señor porque vuelve a acercarse a mi vida, para
nuevamente llamarme y enviarme a su pueblo para hacer presente a
Jesucristo que vino para anunciar la salvación a los pobres, la libertad
a los oprimidos y dar a los afligidos el consuelo.
Bendito sea el Señor porque hoy me pone más en la huella de su Hijo
Jesús, el Siervo obediente hasta la muerte y como a Él me invita a
“servir y dar la vida” por amor.
No quiero dejar de agradecer en este día a aquellos con quienes he
compartido mis primero años de servicio episcopal en la Arquidiócesis de
Paraná. ¡Cuánto he aprendido al lado de mis hermanos, Mons. Maulión,
Mons. Puiggari y el Cardenal Estanislao Karlic! Gracias por haberme
ayudado en mis primeros pasos como Obispo y haberme enseñado con el
ejemplo de sus vidas a dar la vida día a día por el rebaño que se nos ha
confiado. Gracias a los sacerdotes y consagrados y laicos con quienes
hemos compartido hermosos momentos en la construcción y el servicio del
Reino. Gracias a los que han venido a acompañarme desde allí, a los que
han venido de Buenos Aires y por la presencia de tantos amigos y amigas
que veo en esta celebración.
Agradezco a las autoridades aquí presentes, el poder ejecutivo
provincial, del municipio de San Salvador de Jujuy y los demás
municipios de la provincia. A los Sres. Senadores y Diputados Nacionales
y provinciales y a tantos otros funcionarios públicos que han
manifestado e mi persona su respeto y cercanía a esta Iglesia Diocesana
de Jujuy.
A mis hermanos Obispos aquí presentes y a todos los demás que se
hicieron cercanos a través de sus saludos y oraciones no pudiendo estar
hoy como quisieran a mi lado. ¡Gracias por el cariño y el regalo de esta
fraternidad episcopal!
Queridos hermanos todos: levantemos nuevamente nuestra mirada al
Santísimo Salvador. Como “ayer, hoy y siempre” Jesucristo es el mismo.
Un rostro a contemplar, un nombre que anunciar. Una vida plena que
ofrece. Una presencia a hacer visible en nuestras celebraciones y
fiestas populares. Una cercanía misericordiosa junto a los pobres,
enfermos y pecadores. Una esperanza que anunciar. Y todo un mundo nuevo a
construir cada día, allí donde haya espacio para el amor.
Estos son mis sueños y mis deseos, como – seguramente – también los
de todos ustedes. Se los confío al Santísimo Salvador y a Nuestra Señora
del Rosario de Río blanco y Paypaya.
Con el Apóstol Pablo pido: “que Cristo habite en sus corazones por
la fe, y sean arraigados y edificados en el amor. Así podrán comprender,
con todos los santos, cuál es la anchura y la longitud, la altura y la
profundidad, en una palabra, ustedes podrán conocer el amor de Cristo
que supera todo conocimiento, para ser colmado por la plenitud de Dios.
¡A Aquel que es capaz de hacer infinitamente más de lo que podemos pedir
o pensar, por el poder que obra en nosotros, a Él sea la gloria en la
Iglesia y en Cristo Jesús, por todas las generaciones y para siempre!.
Amén” (Ef. 3, 17-20)
Mons. César Daniel Fernández, obispo de Jujuy
No hay comentarios:
Publicar un comentario