Homilía monseñor Mario Aurelio Poli, obispo
de Santa Rosa, en la peregrinación Santa Rosa-Anguil 2012 (7 de octubre de
2012)
Habiéndose leído el texto de la Visitación en la liturgia de la Palabra, el señor obispo dijo en la homilía:
"Este texto de la Visitación nos devuelve la imagen una imagen de la Virgen Madre peregrina, tan acorde con lo que ustedes hicieron en el día de hoy. Año tras año tenemos esa posibilidad de hacer una nueva visitación: de imitar a María que dejó la comodidad del hogar de Nazaret para ir a llevar una buena noticia a su prima Isabel, lejos, quizá más de cien kilómetros. Esa peregrinación de la Virgen, en el silencio y en el anonimato, como se dio en su momento, lo registró San Lucas e ilumina toda la peregrinación y toda nuestra vida peregrina, porque cada vez que relatamos ese evangelio, nos sentimos identificados con María.
La Virgen entendió que tenía que llevar eso que tenía en sus entrañas, no se lo podía guardar; entonces, venciendo comodidades, dificultades en el camino: posiblemente mal tiempo, muchos calor, mucho frío, no lo sabemos, pero lo importante era llevar a Jesús.
Por eso la peregrinación es parte de la misión en La Pampa. La Iglesia en La Pampa es una Iglesia peregrina. El cristiano es un peregrino y año tras año necesitamos este ejercicio de salir a caminar aunque nos duela o que reneguemos este año, el año que viene nos encontrará de vuelta, no sabemos bien por qué; porque nuestro corazón siente que tiene que caminar en pos del amor de María peregrina. Nos atrae su coraje, nos atrae su valentía, el deseo de anunciar a Jesús.
La peregrinación nos hace ágiles para anunciar al Maestro. Nosotros también tenemos en nuestro corazón este anuncio, este Jesús que nos hace tan felices y queremos también hacer la visita para que todos tengan la alegría de la fe, de la fe en él, que sean tocados por Jesús, que se encuentren con él. Y la peregrinación nos mantiene ágiles para eso; dejamos la comodidad del domingo, postergamos programas y proyectos tentadores.
María es la estrella, María hizo antes este camino, ella es compañera de viaje, por eso la teníamos presente, la llevábamos en andas. Esto es la peregrinación, seguir con ella. Como los primeros discípulos que cuando Jesús subió al cielo, María estaba con ellos y les ayudó a rezar, les ayudó a entrar en comunión con Dios, a no temer. A mirar el futuro de la Iglesia que recién nacía, con esperanza.
Cada vez que venimos a Anguil renovamos la esperanza de nuestra fe. Venimos a renovar la fe. Qué locura, ¿no? renovar la fe caminando cuando podríamos hacer un acto sencillito delante de un sagrario o en nuestra casa, pero sin embargo necesitamos el ejercicio de caminar, de movernos, de ponernos en actitud de servicio, como tantos hermanos que nos asistieron a lo largo de toda la peregrinación, para que esta fe peregrina nos penetre cada vez más en el corazón.
Queremos imitar a la Virgen peregrina, queremos imitar su fe. Esta fe le da sentido a nuestra vida, le da un nuevo horizonte a nuestra vida.
Estamos a la puerta de un año de la fe. La fe, nos dice el Papa, es el gran don que Dios nos ha hecho, junto al amor y a la esperanza, en el momento del bautismo: ¡un regalazo! Esta fe le da sentido a la vida del cristiano y todo lo que hacemos lo hacemos por nuestra fe. Cuando la fe ocupa el centro de nuestra existencia, ilumina toda nuestra vida. La fe es luz, es sal: le da sabor e iluminación y claridad a toda nuestra vida.
Necesitamos hacer actos de fe, necesitamos renovar la fe. Este es un año en que tenemos la oportunidad de abrir la puertita de la fe, la puerta de la fe que Dios le abría a los testigos en la primera Iglesia; nos la vuelve a abrir a nosotros. En realidad, la puerta de la fe siempre está abierta: es la puerta de la Iglesia, es la puerta del Buen Pastor que dijo: “Yo soy la puerta, tienen que pasar por mí”. Esa es la puerta de la fe.
Bajo este título el Papa nos regaló una carta hermosa donde nos dice que este año todo cristiano, toda persona, tiene que redescubrir la alegría y el entusiasmo de la fe. La alegría de la fe. Es la alegría pascual, la alegría de ser cristiano, la alegría de saber que Jesús resucitó, pase lo que pase, Cristo resucitó. El mismo nos dijo antes de su pasión: “ustedes van a tener una alegría enorme; nada ni nadie les podrá quitar esa alegría, cuando me vean de nuevo con las llagas en las manos y en mi pecho”. Es la alegría de saber que Cristo está entre nosotros.
Esta alegría que, como la Virgen, no podemos guardar para nosotros, no podemos ser egoístas. Necesitamos volver a fogonear el entusiasmo de nuestro corazón para anunciarlo.
Linda oportunidad la de la peregrinación para comenzar el año de la fe. El jueves será la apertura en la que acompañaremos al Papa, pero nosotros peregrinos, ya comenzamos el año de la fe, ya con este acto le decimos: “Señor queremos tener la fe del peregrino, la fe y la esperanza, que a pesar del agotamiento de la vida, a pesar de nuestras dudas seguimos caminando y queremos encontrarnos contigo como nos encontramos en esta Eucaristía”.
Es hermoso pensar que la Iglesia es un pueblo peregrino, es hermoso saber que por el bautismo Dios nos hizo miembros de este pueblo.
Peregrinan también los ancianos que están rezando y ofrecen sus sacrificios, los enfermos que están en sus camas, los abuelos que no pueden caminar y están pensando en nosotros, están también los que no pudieron venir porque tenían que trabajar: un pueblo peregrino, en el sentimiento y en los pies. Todo esto es la misión de la Iglesia.
Yo les pido que ante la Virgencita renovemos nuestro deseo de crecer en la fe. ¿Saben por qué nos trajo? Porque a ella le interesa que conozcamos un poquito más a Jesús. El único interés de la Virgen es: “hagan lo que Jesús les diga”. No tiene en su mente, en su intención, en su corazón, otra cosa que conducirnos al encuentro con su Hijo, para que tengamos un contacto cada vez más vivo, y para comprometernos con esta fe que tiene que obrar en justicia, como lo expresa el lema que nos ha movido todos estos días. Esa fe tiene que darle sentido, razón, alegría, fuerza a la vida de mi familia, a la vida de mi comunidad, a la vida de mi trabajo, a todo lo que me rodea. Debe verse el entusiasmo de compartir la fe.
Ante esto, renovamos el deseo de no ser egoístas, de compartir nuestra fe y no tener miedo de anunciarla. Ante la amargura, la desazón, la desorientación de compañeros de escuela, de universidad, de trabajo, de familia, vecinos: “¿sabés que Jesús murió por vos?”.
Caigamos en la cuenta de la responsabilidad que nos confía y al mismo tiempo caigamos en la cuenta del privilegio que nos da el poder compartir la misión de la Iglesia. ¿Quién soy yo, entre millones de personas, que me elige el Señor para ser un apóstol? Vos también. Cada uno de nosotros. No le escapemos al privilegio, aceptemos el desafío; la Virgen siempre va a estar con nosotros. Ella es peregrina, tiene pies descalzos en América Latina, como decía el Cardenal Pironio, le gusta caminar.
Nosotros hoy comprometemos ante la Virgencita este deseo: que la fe nos brote por nuestros actos de justicia, por la solidaridad. La fe tiene que mostrarse por obras, decía el apóstol Santiago. La fe tiene que traducir en mi vida el deseo de compartir esa alegría".
Mons. Mario Poli, obispo de Santa Rosa
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