San Francisco de Borja
Año 1572
Año 1572
Señor: que como tu
amigo Francisco de Borja sepamos dominar el cuerpo y el orgullo
y dedicarnos con todas nuestras fuerzas y cualidades a obtener
que las gentes te amen más y te sirvan mejor. Amén.
y dedicarnos con todas nuestras fuerzas y cualidades a obtener
que las gentes te amen más y te sirvan mejor. Amén.
Domino mi cuerpo
para no ser descalificado en el día final (San Pablo).
San Francisco de Borja |
La
familia española Borja o Borgia se hizo célebre cuando Alfonso Borgia
fue elegido papa con el nombre de Calixto III y luego cuando otro Borgia
fue nombrado Pontífice y se llamó Alejandro VI. Este Borgia antes de
ser Pontífice había tenido cuatro hijos, y uno de ellos fue el padre
de nuestro santo.
Francisco de Borja era nieto del Papa Alejandro VI
por parte del padre; nieto del rey Fernando de Aragón por parte de la
madre, primo del emperador Carlos Quinto e hijo del Duque de Gandía.
En su familia se preocuparon porque el joven
recibiera la mejor educación posible y fue enviado a la corte del
emperador para que allí aprendiera el arte de gobernar. Esto le fue de
gran utilidad para los cargos que tuvo que desempeñar más tarde.
Contrajo matrimonio con Leonor de Castro, una
joven de la corte del emperador y tuvo seis hijos. Su matrimonio duró
17 años y fue un modelo de armonía y de fidelidad.
El emperador Carlos V lo nombró virrey de
Cataluña (con capital Barcelona) región que estaba en gran desorden y
con muchas pandillas de asaltantes. Francisco puso orden prontamente y
demostró tener grandes cualidades para gobernar. Más tarde cuando sea
Superior General de los jesuitas dirá: "El haber sido gobernador
de Cataluña me fue muy útil porque allá aprendí a tomar decisiones
importantes, a hacer de mediador entre los que se atacan, y a ver los
asuntos desde los dos puntos de vista, el del que ataca y el del que es
atacado".
La reina de España era especialmente hermosa,
pero murió en plena juventud, y Francisco fue encargado de hacer llevar
su cadáver hasta la ciudad donde iba a ser sepultada. Este viaje duró
varios días, y al llegar al sitio de su destino, abrieron el ataúd
para constatar que sí era ese el cadáver de la reina. Pero en aquel
momento el rostro de la difunta apareció tan descompuesto y maloliente,
por la putrefacción que Francisco se conmovió hasta el fondo de su
alma, y se propuso firmemente: "Ya nunca más me dedicaré a servir
a jefes que se me van a morir". En adelante se propone dedicarse a
servir únicamente a Cristo Jesús que vive para siempre.
La gente empezó a notar que la vida y el
comportamiento del virrey Francisco cambiaban de manera sorprendente. Ya
no le interesaban las fiestas mundanas, sino los actos religiosos. Ya no
iba a cacerías y a bailes, sino a visitar pobres y a charlar con
religiosos y sacerdotes. Un obispo escribía de él en ese tiempo:
"Don Francisco es modelo de gobernantes y un caballero admirable.
Es un hombre verdaderamente humilde y sumamente bondadoso. Un hombre de
Dios en todo el sentido de la palabra. Educa a sus hijos con un esmero
extraordinario y se preocupa mucho por el bienestar de sus empleados.
Nada le agrada tanto como la compañía de sacerdotes y
religiosos". Algunos criticaban diciendo que un gobernador no
debería ser tan piadoso, pero la mayor parte de las personas estaban
muy contentas al verlo tan fervoroso y lleno de sus virtudes.
En 1546 murió su santa esposa, la señora Leonor.
Desde entonces ya Francisco no pensó sino en hacerse religioso y
sacerdote. Escribió a San Ignacio de Loyola pidiéndole que lo
admitiera como jesuita. El santo le respondió que sí lo admitiría,
pero que antes se dedicara a terminar la educación de sus hijos y que
aprovechara este tiempo para asistir a la universidad y obtener el grado
en teología. Así lo hizo puntualmente (San Ignacio le escribió
recomendándole que no le contara a la gente semejante noticia tan
inesperada, "porque el mundo no tiene orejas para oír tal
estruendo").
En 1551, después de dejar a sus hijos en buenas
posiciones y herederos de sus muchos bienes, fue ordenado como
sacerdote, religioso jesuita. Esa fue "la noticia del año" y
de la época, que el Duque de Gandía y gobernador de Barcelona lo
dejaba todo, y se iba de religioso, y era ordenado sacerdote. El gentío
que asistió a su primera misa fue tan extraordinario que tuvo que
celebrarla en una plaza.
En 1554 fue nombrado por San Ignacio como superior
de los jesuitas en España. Dicen que él fue propiamente el propagador
de dicha comunidad en esas tierras. Con sus cualidades de mando
organizó muy sabiamente a sus religiosos y empezó a enviar misioneros
a América. El número de casas de su congregación creció
admirablemente.
Lo primero que se propuso fue dominar su cuerpo
por medio de fuertes sacrificios en el comer y beber y en el descanso.
Era gordo y robusto y llegó a adelgazar de manera impresionante. Al
final de su vida dirá que al principio de su vida religiosa y de su
sacerdocio exageró demasiado sus mortificaciones y que llegaron a
debilitar su salud.
Otro de sus grandes sacrificios consistió en
dominar su orgullo. Los primeros años de su vida religiosa los
superiores lo humillaron más de lo ordinario, para probar si en verdad
tenía vocación. A él, que había sido Duque y gobernador, le
asignaron en la comunidad el oficio de ayudante del cocinero, y su
oficio consistía en acarrear el agua y la leña, en encender la estufa
y barrer la cocina. Cuando se le partía algún plato o cometía algún
error al servir en el comedor, tenía que pedir perdón públicamente de
rodillas, delante de todos. Y jamás se le oyó una voz de queja o
protesta. Sabía que si no dominaba su orgullo nunca llegaría a la
santidad.
Una vez el médico le dijo al hacerle una
curación dolorosa: "Lo que siento es que a su excelencia esto le
va a doler". Y él respondió: "Lo que yo siente es que usted
le diga excelencia a semejante pecador".
Cuando la gente lo aplaudía o hablaba muy bien de
él, se estremecía de temor. Un día afirmaba: "Soy tan pecador,
que el único sitio que me merezco es el infierno". A otro le
decía: "Busqué un puesto propio para mí en la Biblia, y vi que
el único que me atrevería a ocupar sería a los pies de Judas el
traidor. Pero no lo pude ocupar, porque allí estaba Jesús lavándole
los pies". Así de humildes son los santos.
Al morir San Ignacio lo reemplazó el Padre
Laínez. Y al morir éste, los jesuitas nombraron como Superior General
a San Francisco de Borja. Durante los siete años que ocupó este
altísimo cargo se dedicó con tan grande actividad a su oficio, que ha
sido llamado por algunos, "el segundo fundador de los
jesuitas". Por todas partes aparecieron casas y obras de su
comunidad, y mandó misioneros a los más diversos países del mundo. El
Papa y los Cardenales lo querían muchísimo y sentían por él una gran
admiración. Organizó muy sabiamente los noviciados para sus religiosos
y con su experiencia de gobernante dio a la Compañía de Jesús una
organización admirable.
El Sumo Pontífice envió un embajador a España y
Portugal a arreglar asuntos muy difíciles y mandó a San Francisco que
lo acompañara. La embajada fue un fracaso, pero por todas partes las
gentes lo aclamaron como "el santo Duque" y sus sermones
producían muchas conversiones.
Al volver a Roma se sintió muy debilitado. Se
había esforzado casi en exceso por cumplir sus deberes y se había
desgastado totalmente. Y el 30 de septiembre de 1572 entregó su alma al
Creador. Uno de los que trataron con él exclamó al saber la noticia de
su muerte: "Este fue uno de los hombres más buenos, más amables y
más notables que han pisado nuestro pobre mundo".
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