Santa Paulina
Jaricot
Fundadora de la Propagación de la Fe
Año 1862
Fundadora de la Propagación de la Fe
Año 1862
En
cada parroquia del mundo, el tercer domingo de octubre se celebra el
Día de las Misiones, una fecha para ofrecer oraciones, sacrificios y
limosnas por las misiones y los misioneros de todo el mundo. Hoy vamos a
hablar de la joven a la cual se le ocurrió esa idea.
La idea feliz nació de una simple charla con la
sirvienta de la casa. Un día llegó Paulina Jaricot de su trabajo,
cansada y con deseos de escuchar alguna narración que le distrajera
amenamente. Y se fue a la cocina a pedirle a la sirvienta que le contara
algo ameno y agradable. La buena mujer le respondió: "si me ayuda
a terminar este trabajito que estoy haciendo, le contaré luego algo que
le agradará mucho". La muchacha le ayudó de buena gana, y
terminando el oficio la cocinera se quitó el delantal y abriendo una
revista de misiones se puso a leerle las aventuras de varios misioneros
que en lejanas tierras, en medio de terribles penurias económicas, y
con grandes peligros y dificultades, escribían narrando sus hazañas, y
pidiendo a los católicos que les ayudaran con sus oraciones, limosnas y
sacrificios, para poder continuar con éxito su difícil labor
misionera.
En ese momento pasó por la mente de Paulina una
idea luminosa: ¿por qué no reunir personas piadosas y obtener que cada
cual obsequie dinero y ofrezca algunas oraciones y algún pequeño
sacrifico por las misiones y los misioneros, y enviar después todo esto
a los que trabajan evangelizando en tierras lejanas? Y se propuso
empezar a llevar a cabo esa mima semana tan bella idea.
Paulina había nacido en la ciudad de Lyon
(Francia) y desde muy niña había demostrado un gran espíritu
religioso. Su hermano mayor sentía inmensos deseos de ser misionero y
(quizás por falta de suficiente información) le pintaban las misiones
como algo terrorífico donde los misioneros tenían que viajar por los
ríos sobre el cuello de terribles cocodrilos y por las selvas en los
hombros de feroces tigres. Esto la emocionaba a ella pero le quitaba
todo deseo de irse de misionera. Sin embargo sentía una gran
inclinación a ayudar a los misioneros de alguna manera, y pedía a Dios
que la iluminara. Y el Señor la iluminó por medio de una simple
lectura hecha por una sirvienta.
De pequeñita aprendió que un gran sacrificio que
sirve mucho para salvar almas es el vencer las propias inclinaciones a
la ira, a la gula y al orgullo y la pereza, y se propuso ofrecer cada
día a Nuestro Señor alguno de esos pequeños sacrificios.
Cuando en 1814 el Papa Pío VII quedó libre de la
prisión en la que lo tenía Napoleón, el pueblo entero salió en todas
partes a aclamarlo triunfalmente en su viaje hacia Roma. Paulina tuvo el
gusto de que el Santo Padre al pasar por frente a su casa la bendijera y
le pusiera las manos sobre su pequeña cabecita. Recuerdo bellísimo que
nunca olvidó.
De joven se hizo amiga de una muchacha sumamente
vanidosa y ésta la convenció de que debía dedicarse a la coquetería.
Por varios meses estuvo en fiestas y bailes y llena de adornos, de
coloretes y de joyas (pero nada de esto la satisfacía). Su mamá rezaba
por su hija para que no se fuera a echar a perder ante tanta mundanidad.
Y Dios la escuchó.
Un día en una fiesta social resbaló con sus
altas zapatillas por una escalera y sufrió un golpe durísimo. Quedó
muda y con grave peligro de enloquecerse. Entonces la mamá le hizo este
ofrecimiento a Dios: "Señor: yo ya he vivido bastante. En cambio
esta muchachita está empezando a vivir. Si te parece bien, llévame a
mí a la eternidad, pero a ella devuélvele la salud y consérvale la
vida".
Y Dios le aceptó esta petición. La mamá se
enfermó y murió, pero Paulina recuperó el habla, y la salud física y
mental y se sintió llena de vida y de entusiasmo.
Poco después, un día entró a un templo y oyó
predicar a un santo sacerdote acerca de lo pasajeros que son los goces
de este mundo y de lo engañosas que son las vanidades de la vida.
Después del sermón fue a confesarse con el predicador y éste le
aconsejó: "Deje las vanidades y lo que la lleva al orgullo y
dedíquese a ganarse el cielo con humildad y muchas buenas obras".
Desde aquel día ya nunca más Paulina vuelve a emplear lujosos adornos
de vanidad, ni a gastar dinero en lo que solamente lleva a aparecer y
deslumbrar. Sus vestidos son sumamente modestos, hasta el extremo que
las antiguas amigas le critican por ello. Ahora en vez de ir a bailes se
va a visitar enfermos pobres en los hospitales.
Y es entonces cuando nace la nueva obra llamada
Propagación de la fe. Son grupitos de 10 personas, las cuales se
comprometen a dar cada una alguna limosna para los misioneros, y ofrecer
oraciones y pequeños sacrificios por ellos. Paulina va organizando
numerosos grupos (llamados coros) entre sus amistades y las gentes de su
alrededor y pronto empiezan ya a recoger buenas ayudas para enviar a
lejanas tierras.
Su hermano, que se acaba de ordenar de sacerdote,
propone la idea de Paulina a otros sacerdotes en París y a muchos les
agrada y empiezan a fundar coros de Propagación de la Fe. La idea se
extendió rapidísimo por toda la nación y las ayudas a los misioneros
se aumentaron inmensamente. Casi nadie sabía quién había sido la
fundadora de este movimiento, pero lo importante era ayudar a extender
nuestra santa religión.
Para poder conseguir más oraciones con menos
dificultad, Paulina formó grupitos de 15 personas, de las cuales cada
una se comprometía a rezar un misterio del rosario al día por los
misioneros. Así entre todos rezaban cada día un rosario completo por
las misiones. Fue una idea muy provechosa.
Paulina se fue a Roma a contarle al Santo Padre
Gregorio XVI su idea de la Propagación de la Fe. El Sumo Pontífice
aprobó plenamente tan hermosa idea y se propuso recomendarla a toda la
Iglesia Universal.
Al volver a Francia fue a confesarse con el más
famoso confesor de ese tiempo, el Santo Cura de Ars. El santo le dijo
proféticamente: "Sus ideas misioneras son muy buenas, pero Dios le
va a pedir fuertes sacrificios, para que logren tener más éxito".
Esto se le cumplió a la letra, porque en adelante los sufrimientos e
incomprensiones que tuvo que sufrir nuestra santa fueron enormes.
Al principio recogía ella misma las limosnas para
las misiones, pero varios avivados le robaron descaradamente. Entonces
se dio cuenta de que debía dejar esto a sacerdotes y laicos
especializados que no se dejaran estafar tan fácilmente.
Después recibió ayudas para fundar obras
sociales en favor de los obreros pobres, pero varios negociantes sin
escrúpulos la engañaron y se quedaron con ese dinero. Paulina se dio
cuenta de que Dios la llamaba a dedicarse a lo espiritual, y que debía
dejar la administración de lo material a manos de expertos que supieran
mucho de eso.
En 1862, después de haber perdonado generosamente
a todos los que la habían estafado y hecho sufrir, y contenta porque su
obra de la Propagación de la Fe estaba ya muy extendida murió
santamente y satisfecha de haber podido contribuir eficazmente a favor
de las misiones católicas.
Veinte años después, en 1882, el Papa León XIII
extendió la Obra de la Propagación de la Fe a todo el mundo, y ahora
cada año, el mes de octubre (y especialmente en el tercer domingo de
este mes) los católicos fervorosos ofrecen oraciones, sacrificios y
limosnas por las misiones y los misioneros del mundo entero.
¡Gracias Paulina Jaricot!.
La bendición de Dios será siempre tu mejor
recompensa
(S. Biblia Ecl. 11, 22).
(S. Biblia Ecl. 11, 22).
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