De las manchas del alma, líbranos Señor.
Macario
significa: un hombre feliz.
La historia de este hombre que vivió en
Egipto hacia el año 400, la narra el historiador Paladio.
Hasta los 40 años fue fabricante de dulces
y vendedor de frutas. Los pasteleros lo tienen como su
Patrono. A los 40 años se fue al desierto a rezar y hacer
penitencia y allí estuvo casi 60 años santificándose. Vivió
del 310 al 408, probablemente.
Deseoso de conseguir la santidad, Macario
se fue a un desierto de Egipto y por un tiempo se puso bajo la
dirección de un antiguo monje para que lo instruyera en el
modo de progresar en la santificación. Estuvo en algunos de
los grupos de monjes dirigidos por San Antonio Abad y luego se
fue a vivir a otro sitio del desierto, con un grupo de monjes
que hacían grandes penitencias. Toda la semana estaban en
silencio, rezando y trabajando (tejiendo canastos). Solamente
se reunían el domingo para asistir a la celebración de la
Santa Misa. Aquellos hombres solamente comían raíces de árboles
y ayunaban casi todo el año. Pero vivían alegremente y
gozaban de excelente salud. Su único deseo era agradar a Dios
a quien se habían consagrado por completo.
El racimo de uvas. Un día en aquel
desierto tan caluroso le llevaron de regalo a Macario un bello
racimo de uvas. El por mortificación no lo quiso comer y lo
regaló al monje que vivía por allí más cerca. Este tampoco
lo quiso comer, por hacer sacrificio, y lo llevó al monje
siguiente, y así fue pasando de monje en monje hasta volver
otra vez a Macario. Este bendijo a Dios por lo caritativos y
sacrificados que eran sus compañeros.
Dios le había dado a Macario un cuerpo muy
resistente y entre todos los monjes, era él quien más
fuertes mortificaciones hacía y el que más ayunaba y más
rezaba. Durante los ardientes calores del sol a 40 grados, no
protestaba por el bochorno ni tomaba agua, y durante los más
espantosos fríos de la noche, con varios grados bajo cero, no
buscaba cobijarse. Todo por la salvación de los pecadores.
Disfrazado de campesino se fue al
monasterio de San Pacomio para que este santo tan famoso le
enseñara a ser santo. San Pacomio le dijo que no creía que
fuera capaz de soportar las penitencias de su convento. Y le
dejó afuera. Allí estuvo siete días ayunando y rezando,
hasta que le abrieron las puertas del convento y lo dejaron
entrar. Entonces le dijeron que ensayara a ayunar, para ver cuántos
días era capaz de permanece ayunando. Los monjes ayunaban
unos tres días seguidos, otros cuatro días, pero Macario
estuvo los 40 días de la cuaresma ayunando, y sólo se
alimentaba con unas pocas hojas de coles y un poquito de agua,
al anochecer. Todos se admiraron, pero los monjes le pidieron
al abad que no lo dejara allí porque su ejemplo podría
llevar a los más jóvenes a ser exagerados en la mortificación.
San Pacomio oró a Dios y supo por revelación que aquel era
el célebre Macario. Le dio gracias por el buen ejemplo que
había dado a todos y le pidió que rezara mucho por todos
ellos, y él se fue.
Una vez le vino la tentación de dejar el
encierro de su celda de monje e irse a viajar por el mundo. Y
era tanto lo que le molestaba esta tentación que entonces se
echó a las espaldas un pesado bulto de tierra y se fue a
andar por el desierto. Cuando ya muy fatigado, un viajero lo
encontró y le preguntó qué estaba haciendo, le respondió:
"Estoy dominando a mi cuerpo que quiere esclavizar a mi
alma". Y al fin el cuerpo se fatigó tanto de andar por
esos caminos con semejante peso a las espaldas, que ya la
tentación de irse a andar por el mundo no le llegó más.
Un día viajando en barca por el Nilo, con
cara muy alegre, se encontró con unos militares muy serios
que le preguntaron: ¿Cómo se llama? - Me llamo Macario, que
significa el hombre feliz. Y el jefe de los militares al verlo
tan contento le dijo: ¡En verdad que usted parece muy feliz!
Y él le respondió: ¡Si, sirviendo a Dios me siento
verdaderamente feliz, mientras otros sirviendo al mundo si
sienten tan infelices! Estas palabras impresionaron tanto al
comandante, que dejó su vida militar y se fue de monje al
desierto a servir a Dios.
Se presentó ante Macario un sacerdote con
la cara manchada y el santo no lo quiso ni siquiera saludar.
Le preguntaron por qué lo despreciaba por tener la cara
manchada, y él respondió: Es que lo que tiene manchada es el
alma. El sacerdote comprendió lo que le quería decir. Confesó
un pecado que tenía sin perdonar, y fue perdonado, y al írsele
la mancha del alma se le desapareció también la mancha de la
cara y entonces sí Macario lo aceptó como amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario