Señor
Jesucristo; haz que como Simeón el Estilita, recordemos todos
aquellas palabras tuyas: "Si no hacéis penitencia, todos
pereceréis" y que nos dediquemos también a ofrecer
penitencias por nuestros pecados y por los pecados del mundo
entero. Amén.
Nace
cerca del año 400 en el pueblo de Sisan, en Cilicia, cerca de
Tarso, donde nació San
Pablo. (Estilita significa: el que vive en una columna).
De pequeño se dedicaba a pastorear ovejas
por los campos, pero un día, al entrar en una iglesia, oyó
al sacerdote leer en el sermón de la Montaña las
bienaventuranzas, en el capítulo 5 del evangelio de San
Mateo. Se entusiasmó al oír que Jesús anuncia: "Dichosos
serán los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Dichosos los puros de corazón porque ellos verán a Dios".
Se acercó a un anciano y le preguntó qué debería hacer
para cumplir esas bienaventuranzas y ser dichoso. El anciano
le respondió: "Lo más seguro seria irse de religioso a
un monasterio".
Se estaba preparando para ingresar a un
monasterio, y pedía mucho a Dios que le iluminara qué debía
hacer para lograr ser santo e irse al cielo, y tuvo un sueño:
vio que empezaba a edificar el edificio de su santidad y que
cavaba en el suelo para colocar los cimientos y una voz le
recomendaba: "Ahondar más, ahondar más". Y al fin
oyó que la voz le decía: "Sólo cuando seas lo
suficientemente humilde, serás santo".
A los 15 años entró a un monasterio y
como era muy difícil conseguir libros para rezar, se
aprendió de memoria los 150 salmos de la S. Biblia, para
rezarlos todos cada semana, 21 cada día.
Se le considera el inventor del cilicio, o
sea de una cuerda hiriente que algunos penitentes se amarran
en la cintura para hacer penitencia. Se ató a la cintura un
bejuco espinoso y no se lo quitaba ni de día ni de noche.
Esto para lograr dominar sus tentaciones. Un día el superior
del monasterio se dio cuenta de que derramaba gotas de sangre
y lo mandó a la enfermería, donde encontraron que la cuerda
o cilicio se le había incrustado entre la carne.
Difícilmente lograron quitarle la cuerda, con paños de agua
caliente. Y el abad o superior le pidió que se fuera para
otro sitio, porque allí su ejemplo de tan extrema penitencia
podía llevar a los hermanos a exagerar en las mortificaciones.
Se fue a vivir en una cisterna seca,
abandonada, y después de estar allí cinco días en oración
se le ocurrió la idea de pasar los 40 días de cuaresma sin
comer ni beber, como Jesús. Le consultó a un anciano y éste
le dijo: "Para morirse de hambre hay que pasar 55 días
sin comer. Puede hacer el ensayo, pero para no poner en
demasiado peligro la vida, dejaré allí cerca de usted diez
panes y una jarra de agua, y si ve que va desfallecer, come y
bebe." Así se hizo. Los primeros 14 días de cuaresma
rezó de pie. Los siguientes 14 rezó sentado. Los últimos
días de la cuaresma era tanta su debilidad que tenía que
rezar acostado en el suelo. El domingo de Resurrección llegó
el anciano y lo encontró desmayado y el agua y los panes sin
probar. Le mojó los labios con un algodón empañado en agua,
le dio un poquito de pan, y recobró las fuerzas. Y así paso
todas las demás cuaresmas de su larga vida, como penitencia
de sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores.
Se fue a una cueva del desierto para no
dejarse dominar por la tentación de volverse a la ciudad,
llamó a un cerrajero y se hizo atar con una cadena de hierro
a una roca y mandó soldar la cadena para no podérsela quitar.
Pero varias semanas después pasó por allí el Obispo de
Antioquía y le dijo: "Las fieras sí hay que atarlas con
cadenas, pero al ser humano le basta su razón y la gracia de
Dios para no excederse ni irse a donde no debe". Entonces
Simeón, que era humilde y obediente, se mandó quita la
cadena.
De todos los países vecinos y aun de
países lejanos venían a su cueva a consultarlo y a pedirle
consejos y las gentes se le acercaban para tocar su cuerpo con
objetos para llevarlos en señal de bendición, y hasta le
quitaban pedacitos de su manto para llevarlos como reliquias.
Entonces para evitar que tanta gente
viniera a distraerlo en su vida de oración, se ideó un modo
de vivir totalmente nuevo y raro: se hizo construir una
columna de tres metros para vivir allí al sol, al agua, y al
viento. Después mandó hacer una columna de 7 metros, y más
tarde, como la gente todavía trataba de subirse hasta allá,
hizo levantar una columna de 17 metros, y allí pasó sus
últimos 37 años de su vida.
Columna se dice "Stilos" en
griego, por eso lo llamaron "Simeón el estilita".
No comía sino una vez por semana. La mayor
parte del día y la noche la pasaba rezando. Unos ratos de
pie, otros arrodillado y otros tocando el piso de su columna
con la frente. Cuando oraba de pie, hacía reverencias
continuamente con la cabeza, en señal de respeto hacia Dios.
En un día le contaron más de mil inclinaciones de cabeza. Un
sacerdote le llevaba cada día la Sagrada Comunión.
Para que nadie vaya a creer que estamos
narrando cuentos inventados o leyendas, recordamos que la vida
de San Simeón Estilita la escribió Teodoreto, quien era
monje en aquel tiempo y fue luego Obispo de Ciro, ciudad
cercana al sitio de los hechos. Un siglo más tarde, un famoso
abogado llamado Evagrio escribió también la historia de San
Simeón y dice que las personas que fueron testigos de la vida
de este santo afirmaban que todo lo que cuenta Teodoreto es
cierto.
Las gentes acudían por montones a pedir
consejos. El les predicaba dos veces por día desde su columna
y los corregía de sus malas costumbres. Y entre sermón y
sermón oía sus súplicas, oraba por ellos y resolvía
pleitos entre los que estaban peleados, para amistarlos otra
vez. A muchos ricos los convencía para que perdonaran las
deudas a los pobres que no les podían pagar.
Convirtió a miles de paganos. Un famoso
asesino, al oírlo predicar, empezó a pedir perdón a Dios a
gritos y llorando.
Algunos lo insultaban para probar su
paciencia y nunca respondió a los insultos ni demostró
disgusto por ellos.
Hasta Obispos venían a consultarlo, y el
Emperador Marciano de Constantinopla se disfrazó de peregrino
y se fue a escucharlo y se quedó admirado del modo tan santo
como vivía y hablaba.
Para saber si la vida que llevaba en la
columna era santidad y virtud y no sólo un capricho, los
monjes vecinos vivieron y le dieron orden a gritos de que se
bajara de la columna y se fuera a vivir con los demás.
Simeón, que sabía que sin humildad y obediencia no hay
santidad, se dispuso inmediatamente a bajarse de allí, pero
los monjes al ver su docilidad le gritaron que se quedara otra
vez allá arriba porque esa era la voluntad de Dios.
Murió el 5 de enero del año 459. Estaba
arrodillado rezando, con la cabeza inclinada, y así se quedó
muerto, como si estuviera dormido. El emperador tuvo que
mandar un batallón de ejército porque las gentes querían
llevarse el cadáver, cada uno para su ciudad. En su sepulcro
se obraron muchos milagros y junto al sitio donde estaba su
columna se construyó un gran monasterio para monjes que
deseaban hacer penitencia.
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