CEREMONIA DE DESPEDIDA
DISCURSO
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Aeropuerto Internacional
Galeão/Antonio Carlos Jobim, Río de Janeiro
Domingo 28 de julio de 2013
Domingo 28 de julio de 2013
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Texto
Señor Vicepresidente de la República,
Distinguidas Autoridades nacionales, estatales y locales,
Querido Arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro,
Venerados Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Queridos amigos
Señor Vicepresidente de la República,
Distinguidas Autoridades nacionales, estatales y locales,
Querido Arzobispo de San Sebastián de Río de Janeiro,
Venerados Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Queridos amigos
En breves instantes dejaré su Patria para
regresar a Roma. Marcho con el alma llena de recuerdos felices; y éstos –estoy
seguro– se convertirán en oración. En este momento comienzo a sentir un inicio
de saudade. Saudade de Brasil, este pueblo tan grande y de gran
corazón; este pueblo tan amigable. Saudade de la sonrisa abierta y
sincera que he visto en tantas personas, saudade del entusiasmo de los
voluntarios. Saudade de la esperanza en los ojos de los jóvenes del
Hospital San Francisco. Saudade de la fe y de la alegría en medio a la
adversidad de los residentes en Varghina. Tengo la certeza de que Cristo vive y
está realmente presente en el quehacer de tantos y tantas jóvenes y de tantas
personas con las que me he encontrado en esta semana inolvidable. Gracias por
la acogida y la calidez de la amistad que me han demostrado. También de esto
comienzo a sentir saudade.
Doy las gracias especialmente a la Señora
Presidenta, representada aquí por su Vicepresidente, por haberse hecho
intérprete de los sentimientos de todo el pueblo de Brasil hacia el Sucesor de
Pedro. Agradezco cordialmente a mis hermanos Obispos y a sus numerosos
colaboradores que hayan hecho de estos días una estupenda celebración de
nuestra fecunda y gozosa fe en Jesucristo. De modo especial, doy las gracias a
Mons. Orani Tempesta, Arzobispo de Río de Janeiro, a sus Obispos auxiliares, a
Mons. Raymundo Damasceno, Presidente de la Conferencia Episcopal. Doy
las gracias a todos los que han participado en las celebraciones de la
eucaristía y en los demás actos, a quienes los han organizado, a cuantos han
trabajo para difundirlos a través de los medios de comunicación. Doy gracias,
en fin, a todas las personas que de un modo u otro han sabido responder a las
exigencias de la acogida y organización de una inmensa multitud de jóvenes, y
por último, pero no menos importante, a tantos que, muchas veces en silencio y
con sencillez, han rezado para que esta Jornada Mundial de la Juventud fuese
una verdadera experiencia de crecimiento en la fe. Que Dios recompense a todos,
como sólo Él sabe hacer.
En este clima de agradecimiento y de saudade,
pienso en los jóvenes, protagonistas de este gran encuentro: Dios los bendiga
por este testimonio tan bello de participación viva, profunda y festiva en
estos días. Muchos de ustedes han venido a esta peregrinación como discípulos;
no tengo ninguna duda de que todos marchan como misioneros. Con su testimonio
de alegría y de servicio, ustedes hacen florecer la civilización del amor.
Demuestran con la vida que vale la pena gastarse por grandes ideales, valorar
la dignidad de cada ser humano, y apostar por Cristo y su Evangelio. A Él es a
quien hemos venido a buscar en estos días, porque Él nos ha buscado antes, nos
ha enardecido el corazón para proclamar la Buena Noticia, en las grandes
ciudades y en las pequeños poblaciones, en el campo y en todos los lugares de
este vasto mundo nuestro. Yo seguiré alimentando una esperanza inmensa en los
jóvenes de Brasil y del mundo entero: por medio de ellos, Cristo está
preparando una nueva primavera en todo el mundo. Yo he visto los primeros
resultados de esta siembra, otros gozarán con la abundante cosecha.
Mi último pensamiento, mi última expresión de saudade,
se dirige a Nuestra Señora de Aparecida. En aquel amado Santuario me he
arrodillado para pedir por la humanidad entera y en particular por todos los
brasileños. He pedido a María que refuerce en ustedes la fe cristiana, que
forma parte del alma noble de Brasil, como de tantos otros países, tesoro de su
cultura, voluntad y fuerza para construir una nueva humanidad en la concordia y
en la solidaridad.
El Papa se va, les dice “hasta pronto”, un
“pronto” ya muy nostálgico (saudadoso) y les pide, por favor, que no se
olviden de rezar por él. El Papa necesita la oración de todos ustedes. Un
abrazo a todos. Que Dios les bendiga.
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