"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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lunes, 5 de agosto de 2013

Biblia: ¿La Biblia Prohíbe hacer imágenes?

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El mandamiento que falta
Los católicos muchas veces se avergüenzan cuando, al hablar con protestantes o con sectarios, éstos les reprochan el emplear imágenes de Jesucristo, la Virgen María o de los santos tanto en el culto como en sus devociones personales. Dicen que está prohibido en la Biblia por la ley de Dios.
¿Es esto verdad o no? Para contestar esto deberíamos primero preguntarles “en que parte de la Biblia dice que solo hay que creer en la Biblia”.
Pero sigamos su juego y veamos que dice la Biblia.
Cuenta el libro del Éxodo que cuando Moisés, conduciendo al Pueblo de Israel por el desierto, llegó a los pies del monte Sinaí. Yahvé se presentó en medio de truenos, relámpagos, temblor de tierra y densas nubes, y le entregó los 10 mandamientos.
Todos conocemos la lista. Pero pocos saben que en realidad el segundo mandamiento decía “No te harás imagen ni escultura alguna, ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto porque yo Yahvé soy un Dios celoso” (Ex. 20,4-5)
¿Entonces es cierto?

Lo que la ley decía
Si seguimos leyendo la Biblia, esto parece confirmarse. En efecto, en muchas otras ocasiones se prohíbe a los israelitas fabricar imágenes y figuras, tanto de Yahvé como de cualquier otra divinidad. Por ejemplo, el Levítico, tercer libro de la Biblia, ordenaba: “No se harán ídolos ni imágenes, ni colocarán piedras grabadas para postrarse ante ellas” (26,1)
En otra parte se dice más exhaustivamente: “No vayan a pervertirse y a hacer esculturas con figura masculina o femenina, o de bestias de la tierra, de aves que vuelan por el cielo, de reptiles que serpean por el suelo, ni de peces que hay en las aguas debajo de la tierra” (Dt. 4,16-18). Era tan grave este hecho, que se pena con la maldición: “Maldito sea el hombre que haga con sus manos un ídolo esculpido o fundido, pues eso repugna a Yahvé” (Dt. 27,15).
Como se ve, estaba prohibida por la Ley de Dios toda representación vegetal, animal o humana en el culto.
Siguiendo este precepto, muchas iglesias cristianas actualmente rechazan las imágenes en su culto, y critican a quienes las emplean.

Lo que el pueblo vivía
Sin embargo, a pesar de las categóricas disposiciones bíblicas, no se ve que el pueblo hebreo haya prescindido absolutamente de imágenes. Varios pasajes bíblicos muestran que éstas eran toleradas y hasta permitidas en el Antiguo Testamento. Más aún: en algunos casos Dios mismo ordenó la construcción de imágenes sagradas.
Por ejemplo, durante la travesía en el desierto, cuando Yahvé mandó fabricar el arca de la alianza, cofre sagrado donde se guardaban las tablas de la Ley, ordenó que a cada lado se pusiera la imagen de oro de un querubín, ser angélico con rasgos mitad animales y mitad humanos (Ex. 25,18). Por su parte, el candelabro de siete brazos que se colocó en el interior de la Tienda Sagrada tenía grabadas flores de almendro (Ex. 25,33).
Estas obras no eran ocurrencias humanas. Según la Biblia el propio Dios había llenado de su Espíritu al artista Besalel, concediéndole habilidad y pericia para idearla (Ex. 31,1-5).
También en otros episodios de la historia de Israel vemos a personajes piadosos emplear sin ningún recelo imágenes y objetos representativos para el culto. Gedeón, por ejemplo, uno de los jueces de Israel más importantes, fabricó con anillos y otros objetos de oro una figura de Yahvé, a la que los israelitas le tributaron culto (Jc. 8,24-27). Y Miká, un ferviente y piadoso yahvista, hizo una efigie de plata de Yahvé y estableció un santuario para darle culto (Jc. 18,31). Hasta el mismo rey David, amado y bendecido de Dios, tenía en su casa sin escrúpulos imágenes divinas (1Sam. 19,1-13).

Un templo sin prejuicios
Arca de la Alianza
Y ni que decir del majestuoso Templo de Jerusalén construido por Salomón. Por las descripciones bíblicas parece haber estado abarrotado de representantes y esculturas, comenzando por su cámara interior más sagrada, llamada “el Santo de los Santos”, donde dos inmensos querubines, además de palmeras y otros adornos vegetales (1Re 6,29). Y para sostener el enorme depósito de agua de las purificaciones a la entrada del Templo, construyeron doce magníficos toros de metal que miraban a los cuatro puntos cardinales (1Re 7,25).
Los capiteles de las columnas del Templo tenían forma de azucenas, y doscientas granadas esculpidas se apiñaban alrededor de cada una (1Re 7,19-20). Los recipientes para las abluciones litúrgicas estaban revestidos con imágenes de leones, bueyes y querubines (1Re 7,29). Todo con el consentimiento del propio Dios.
Y por si esto fuera poco, una enorme serpiente de bronce que había labrado Moisés en el desierto por orden de Yahvé para sanar a cuántos, mordidos por oficios, la miraran, estuvo doscientos años expuesta en el Templo hasta que el rey Ezequías la eliminó (2Re 18,4).
Cuando el Templo de Jerusalén fue destruido en el siglo VI a.C., el profeta Ezequiel tuvo una visión del templo futuro. Y de él describe los querubines y palmeras que lo iban a adorar (Ez. 41,18).
Era pues prodigiosa la cantidad de imágenes, pinturas, esculturas y decorados que colmaban el grandioso Templo de Yahvé e Jerusalén.

Ni una sola voz de censura
Y a pesar de aquel segundo mandamiento nunca hallamos en la Biblia a ningún profeta antiguo que censura las imágenes. Ellos, que eran los centinelas de Dios, que alzaban la voz ante cualquier pecado del pueblo, que no permitían la menos desviación, durante siglos guardaron silencio.
Ni siquiera los formidables Elías y Eliseo, acérrimos defensores de la ortodoxia, las reprobaron. Tampoco Amós, cuya única misión fue la de ir a predicar al Templo de la ciudad de Betel donde habían puesto la estatua de un toro adornando el altar de Yahvé, habló en contra de las imágenes. Solo recriminó el lujo, la avaricia y la crueldad del pueblo, sin aludir al becerro del Templo.
¿Qué pasaba entonces con la prohibición? No parecía estar en vigencia. O al menos no aparentaba ser tan absoluta.
¿Por qué? ¿Cuál era el motivo en que se basaba la exclusión de las imágenes? En realidad la Biblia no da ninguna razón, y el pueblo de Israel nunca afirmó que conocía los motivos. Un solo texto, en el libro del Deuteronomio, intenta dar una explicación, y dice: “No vayan a hacerse ninguna escultura porque no vieron ninguna figura el día en que Yahvé les habló en el monte Horeb (otro nombre del monte Sinaí) de en medio del fuego”. Es decir, cuando Dios les había hablado en el monte, ellos sólo oyeron su voz sin ver imagen alguna.
Pero ésta no es una verdadera explicación. Es solo un motivo histórico, que nos lleva a volver a preguntar: ¿Y por qué no apareció aquel día ninguna imagen en el monte Sinaí? Y quedamos sin respuesta.

La razón sospechada
Aunque la Biblia no lo diga, podemos conjeturar el motivo de la prohibición de las imágenes, gracias a nuestros conocimientos del ambiente religioso antiguo.
Todos los pueblos que estaban en contacto con Israel consideraban que la imagen no solo era un símbolo de la divinidad, sino que la propia divinidad habitaba allí de manera real. La imagen era el mismo dios representado.
Así, según esta mentalidad primitiva oriental (fetichismo), en la imagen de la deidad residía un fluido personal divino. Cuando alguien hacía una imagen, el dios debía venir a residir en ella, ya que toda imagen –según esa mentalidad primitiva- de algún modo hacía una suerte de epiclesis, es decir, un llamado al dios para que viniera a habitarla. Era una especie de doble de la divinidad simbolizada.
Por eso la Biblia cuenta que cuando Raquel, esposa de Jacob, le roba los ídolos a su padre Labán, éste se queja de que “le han sustraído sus dioses” y no “las imágenes” (Gn. 31,30). Y en la historia del ya mencionado Miká, éste acusó a la tribu de los danita de haberle robado su dios cuando éstos se marchan solo con la imagen (Jc. 18,24).

Ahora si la voz de censura
Se comprende, entonces, lo fácil que era caer en un concepto mágico de la divinidad para esas tribus primitivas. Para ellos: tener la imagen a su disposición era tener los poderes del dios a su voluntad, ejercer una especie de dominio sobre él, manejarlo a su antojo, poseer un dios a la medida humana.
Y esto podía poner seriamente en peligro la identidad de Yahvé. Él se manifestaba libre y espontáneamente donde quería, muy por encima de las fuerzas de sus criaturas, y dirigiendo el curso de la historia según su parecer.
Durante el tiempo en que esta idea no se vio amenazada, no hubo dificultad. Pero a partir del siglo VIII a.C., el pueblo de Israel cayó fuertemente en la tentación. Entonces los profetas hablaron. ¡Y cómo!
Oseas fue el primero que denunció los sacrificios e incienso que ofrecían el pueblo a las imágenes de divinidades extranjeras, creyendo así poder obtener sus favores.
Isaías, un poco más tarde, ridiculizará despiadadamente su culto mágico. Con la mitad de un árbol, dice, hacen fuego para calentarse y un asado para saciarse, y con la otra mitad hacen un dios, lo adoran, y le dicen: “Sálvame pues tú eres mi dios” La sátira es sangrienta.
Jeremías y Ezequiel, en el siglo VIII a.C., censurarán hasta el símbolo más leve de la divinidad, como ser una piedra o un pedazo de madera, para que no creyeran así poder manejarla.
Aún no había llegado el tiempo en el cual el hombre podía adorar a Dios en figura humana.

Cuando Dios fabrica imagen.
Pasaron los siglos. El ambiente griego fue haciendo a los hombres menos dados a la magia y más influidos por el pensamiento filosófico aportando la razón a la fe. Esto contribuyó a disminuir la idea fetichista de las imágenes divinas poniéndolas en su correcto lugar.
Además se aporta la idea de que no existen divinidades distintas para otras naciones. Los Israelitas comprenden que solo Yahvé es el único Dios verdadero para todos. Por lo tanto cualquier imagen, altar, oración, o culto que se celebrara en cualquier lugar o lengua, sólo a él estaban destinados. Así el peligro de creer que se adoraba a dioses extraños desapareció.
Entonces el propio Dios, que se había mantenido invisible hasta ese momento, frente a una etapa más madura de la humanidad quiso hacerse una imagen para que todos lo pudieran contemplar. Y si en la Antigua Alianza se había revelado al pueblo sin imagen, en la Nueva Alianza consideró imprescindible tener una y ser visto. Por eso en la noche de Navidad los ángeles darán a los pastores esta señal de la nueva revelación: “verán” a un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Dios mismo deseó ahora, cuando ya no había peligro, acercarse a los hombres mediante una figura, la de Cristo, para que lo vieran, oyeran, tocaran, sintieran. Dios se hizo imagen.

Ya no más
San Pablo, que había vivido un tiempo cumpliendo la antigua Ley, comprendió muy bien la nueva disposición al hablar de “Cristo, al imagen de Dios”(2Cor 4,4).Y en un hermoso himno canta que Cristo “es la imagen de Dios invisible” (Col 1,15). Jesús hablando un día con el apóstol Felipe, le anticipó: “El que me ve a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14,8).
Por lo tanto, si Dios mismo ha querido dejar de permanecer oculto y hacerse ver en una imagen, ¿Quiénes somos nosotros para prohibir representarlo?
Como se ve, el mandamiento sobre las imágenes en el Antiguo Testamento tenía una función pedagógica, y por lo tanto temporal.
Transcurridos los siglos y llegada la madurez de los tiempos, al pasar el peligro fetichista pasó también el mandamiento. Así lo entendieron los cristianos desde muy antiguo. Por eso empezaron a hacer imágenes de Cristo y representar escenas de su vida, ya que ayudaban al pueblo a acercarse a Dios. Los cementerios y los templos, se poblaron de éstas representaciones artísticas por el valor pedagógico que tienen y como soporte de la oración. Con el tiempo, se convirtieron en “la Biblia; el Catecismo de los niños y los iletrados” que por siglos eran la mayoría ya que pocos sabían leer y el costo de los textos fue además inalcanzable hasta la invención de la imprenta.
Al mismo tiempo, cuando ellos enumeraban los mandamientos, salteaban siempre el segundo a la par que desdoblaban el último en dos para que siguieran siendo 10. Las listas de mandamientos que nos llegaron escritas desde el siglo IV ya no incluyen la prohibición. Porque es la época en que la Iglesia deja de ser perseguida y al ser tolerada puede sentarse a poner por escrito el magisterio, que antes fuera transmitido mayoritariamente de forma oral debido a la persecución de los emperadores romanos. Es llamativo que muchas sectas modernas intenten conservarlo cuando, en cambio, nada cuestionan el cambio establecido en esa misma época sobre el último mandamiento que consideraba a la mujer un objeto equiparada al buey o a una cosa y aceptaba la servidumbre o esclavitud.
Hoy la prohibición de idolatría pasa por otros lugares como bien recuerda constantemente el magisterio de la Iglesia. Pasa por el hedonismo o culto al cuerpo, por el materialismo, por el culto al dinero, al poder, al placer, etc. en fin, la prohibición del mandamiento debe interpretarse en ese sentido dándole a Dios el lugar que se le debe: “Sobre todas las cosas”.

Hasta el mismo Lutero
Los protestantes, cuando se separaron de la Iglesia fundada por Jesucristo para formar sus propias iglesias en el siglo XVI, reaccionaron contra los excesos en el culto de las imágenes y provocaron la destrucción de muchas de ellas. Como había ocurrido entre los cismáticos y el episodio iconoclasta.
Sin embargo Lutero, el iniciador del protestantismo no fue tan intolerante. Al contrario, reconoció la importancia que tenían.
En una carta fechada en 1528 escribía: “Considero que lo referente a las imágenes, los símbolos y las vestimentas litúrgicas… y cosas semejantes, se deje a libre elección. Quien no los quiere, los deje de lado. Aunque las imágenes inspiradas en la Escritura o en historias edificantes, me parecen muy útiles”. Y en otro pasaje dice que: “las imágenes eran el Evangelio de los pobres”.
Lutero intuyó muy bien lo que otros protestantes no quieren aún entender: Que no se trata de adorar una imagen –hay que ser muy tonto para pensar eso- sino de adorar a Dios mediante el estímulo que la imagen puede ofrecer. Quien mira la foto de su madre sabe que la foto no es su madre. Sin embargo le ayuda a pensar en ella.
Creer que cuando alguien se arrodilla frente a una imagen está malgastando la adoración que debe darle solo a Dios, es tener aún la mentalidad primitiva, seguir pensando que dentro de éstas hay un flujo de otras divinidades y no haber evolucionado del pensamiento del Antiguo Testamento.
Si aún aplicáramos literalmente ese mandamiento, como algunos protestantes pretenden, ni siquiera podríamos ver la televisión o ir al cine, usar internet ya que se inicia con un “ícono” (imagen en griego), poseer una foto o video familiar o usar billetes o moneda. Historietas o dibujos, aún aquellas que cuenten la vida de Jesús, o esos dibujos o fotos que traen las revistas cristianas. Porque estaríamos “haciendo imágenes” según las técnicas modernas.
También es habitual que los protestantes usen representaciones sensibles de frases bíblicas. Hay supermercados en donde se venden tazas, lapiceras, imanes para heladeras, pulseras, etc. con frases bíblicas.
Todas ellas son representaciones sensibles y a nadie –en su sano juicio- se le ocurriría achacarles que sean idólatras por comprarlas y exhibirlas en sus hogares o lugares de trabajo. Ellos no se las cuestionan porque son de su propio gusto, pero al fin son imágenes sensibles igual. Les ayuda a recordar a Dios en actividades cotidianas. Sin embargo y porque no son de “su gusto” critican y peor aún condenan a quien tiene una estampita o lleva una medalla al cuello o tiene una cruz en la pared de su casa. Objetos que cumplen la misma función que ellos buscan en la taza o lapicera.
Muchos protestantes duermen con la Biblia abierta sobre sus cuerpos para que la palabra de Dios los proteja mientras duermen.

La imagen obligatoria
Cuando Jesús, el Hijo de Dios, tomó fisonomía humana. Se encarnó. Mostró el carácter temporal del mandamiento en cuestión y la utilidad de las representaciones sensibles para la catequesis y la oración.
Lo que impresionó a los contemporáneos de Jesucristo era que “lo hemos visto, lo hemos contemplado, lo hemos tocado”, como decía Juan (1Jn. 1,1)
Si bien hay que evitar la superstición y los errores en el empleo que de ellas hacemos, educándonos en la fe, conociendo lo que creemos; superando la etapa infantil tal como hemos contado pasó con el pueblo de Dios; nunca podemos basarnos en la Biblia para prohibir las representaciones sensibles, como erróneamente pretenden algunos cultos protestantes.
De todas formas hay una imagen que no podemos dejar de “fabricar”: La imagen de Cristo en nosotros.
Pablo, escribiendo a los romanos dijo que: Dios los eligió primero y los destinó a reproducir la imagen de Cristo en sus propias vidas” (8,29). No labrar esa imagen sería malograr nuestro destino.
Cada acción, cada obra que realizamos, cada contribución a la justicia, al bien común, a la solidaridad, a la formación en la fe, a la evangelización. Cada acción que atraiga a Cristo a aquellos que encontremos en las periferias existenciales, va cincelando radiante, exacta, precisa, la imagen de Jesucristo en nuestras vidas. Al final debe salirnos igual a Él. A su imagen. Jesús mismo lo había pedido: “Sean perfectos, como el Padre del Cielo es perfecto” (Mt. 5,48).


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