Rogad
por la paz en Jerusalén (*)
I
– La elección de Jerusalén
No hay ciudad en el
mundo que sea centro de tantos litigios políticos y religiosos como Jerusalén.
En concreto, es el centro del conflicto israelí-palestino. De ahí que sea
oportuno recordar algunos elementos bíblicos que hacen de Jerusalén un lugar
teológico, más allá de reivindicaciones nacionalistas. Hablo desde el punto de
vista cristiano y me limito a citar textos del Antiguo Testamento, libro común
a cristianos y judíos.
Jerusalén conoce en su
historia tres etapas: la primera es su elección como ciudad santa, como centro
religioso y político del pueblo judío; la segunda es la subida a Jerusalén, o
sea, la peregrinación a la ciudad santa para adorar a Dios; la tercera, la
reconstrucción de Jerusalén después de su destrucción y abandono en la época
del exilio, fenómeno que se transformará en renovación de la humanidad entera.
Esta triple articulación bíblica será objeto del presente estudio. Comencemos
por el primero:
En el Antiguo
Testamento Jerusalén es mencionada con dos nombres: Jerushalaiim –más de 670 veces- y Siión –unas150 veces-, además de perífrasis como Ciudad de David (2
Samuel 5,9), Ciudad de Nuestro Dios (Salmo 48,2), Ciudad del Señor (Isaías
60,14), Ciudad Santa (Isaías 48,2) y otras más.
Todas estas
denominaciones suponen, por si solas, una elección divina que otorga a la
ciudad una santidad particular.
Es interesante notar
que Jerusalén no está mencionada en el Pentateuco, es decir, en la Torá hebrea.
Nos preguntamos el porqué, ya que si la ciudad constituye un fundamental tema
teológico. ¿Cómo explicar la ausencia de Jerusalén en el documento fundamental
de la alianza entre Dios e Israel?
En realidad la ausencia
de la ciudad en el Pentateuco es más aparente que real. La razón es que la
ciudad fue conquistada por David mucho tiempo después de la muerte de Moisés,
el último suceso narrado en los libros del Pentateuco.
Sin embargo, hay
referencias bastante directas a la ciudad futura. Por ejemplo Melquisedec es
llamado “rey de Salem” (Génesis 14,18) que es el antiguo nombre cananeo de
Jeru-shalem. Más aún, el Génesis (22,2) llama Moria al monte donde Abraham
quiso sacrificar a su hijo Isaac y este nombre, según la tradición hebrea, está
asociado al monte sobre el que después se construirá el templo de Salomón. Pero
es, sobre todo, en el Deuteronomio, el último libro del Pentateuco, donde se
habla repetidamente del “lugar que Dios se elegirá para establecer allí su
nombre”. Esta frase es más apropiada para indicar el estatuto teológico de
Jerusalén, todavía sin ser llamada por su nombre.
Jerusalén, y en
Jerusalén el Templo, es el lugar escogido por Dios para poner allí su morada.
Esta es la paradoja que se le presenta a Salomón en su oración dedicatoria del
Templo: “¿Acaso puede habitar Dios en la Tierra? Si el universo en toda su
inmensidad no le puede contener, cuánto menos este templo construido por mí”.
(1 Reyes 8,27).
Dios es infinito y
presente en todos los lugares ¿cómo pensar que habite, como dirían los rabinos,
“entre las varas del Arca”? Y sin embargo es así: para manifestar al mundo que
Dios vive en todos los lugares, escogió su morada en el Santo de los Santos de
Jerusalén, porque si no vive en un lugar particular no podríamos saber que él
vive en todo lugar. De ahí que podamos decir, paradójicamente, que en aquel
determinado lugar está Dios más presente que en otro, pero no nos está
permitido decir en que un determinado lugar Dios está menos presente que en
otro, porque es omnipresente.
Ahora bien, la elección
teológica de Jerusalén coincide con la realidad histórica, con una elección
política: la conquista de Jerusalén por el rey David. El episodio aparece en el
capítulo quito del 2 libro de Samuel.
Si leemos con atención
el relato bíblico observaremos que en él no se dice nada de las intenciones del
rey David al conquistar la ciudad. El texto dice escuetamente: “El rey t sus
hombres marcharon sobre Jerusalén”.
¿Por qué David se
apoderó de esta ciudad jebusea? La Biblia no lo dice claramente. Se pueden
hacer suposiciones; para eliminar un enclave territorial o para crear una
centralización política entre las tribus del norte con las del sur, etc.
Estas razones políticas
parece que no son convincentes, pues en el capítulo séptimo del mismo libro de
Samuel leemos que el sueño de David era construir una casa para el Señor, un
sueño que lo realizó su hijo Salomón.
El verdadero motivo de
la elección de Jerusalén sería, por consiguiente, un sueño. Esta idea la
encontramos en el salmo 132, 1-5: “Señor, tenle en cuenta a David todos sus
esfuerzos. El hizo al Señor este juramento, esta promesa al Fuerte de Jacob: No
entraré bajo el techo de mi casa, no subiré a mi lecho para descansar, no daré
sueño a mis ojos, ni reposo a mis parpados, mientras no encuentre un lugar para
el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob”.
No se puede comprender
la elección de Jerusalén sin tener en cuenta este sueño profético, que es un
sueño de paz. El sueño de David se trasformará en deseo divino, como se nos
indica más adelante en el mismo Salmo: “Pues el Señor ha elegido a Sión, ha
querido que sea su morada. Esta será mi morada para siempre, en ella quiero
residir” (Salmo 132, 13-14).
Hay que tener en cuenta
que David no fue el fundador de Jerusalén. David no hizo otra cosa que
conquistar la ciudad, ya construida y habitada por los jebuseos. Es probable
que Jerusalén era ya en esa época un importante centro religioso, como parecen
indicar las tradiciones bíblicas que conciernen Melquisedec, sacerdote del
Altísimo y aún otras tradiciones como la de la mítica inexpugnabilidad del
“Monte Santo”.
La obra de David no fue
otra que la de elegir una realidad ya existente y darle nueva orientación,
nuevo significado teológico, dedicándola al Señor Dios de Israel.
II
- La subida a la Ciudad Santa
La segunda etapa de
Jerusalén como ciudad santa, como centro de peregrinación de los israelitas, es
resultado de una elección divina. Leemos en el Éxodo: “Tres veces al año se
presentarán todos los varones ante el Señor tu Dios” (23,17). La obligación de
subir a Jerusalén incumbe, por lo tanto a los hombres. Las mujeres están
dispensadas de esta ley. Esto no significa que les esté prohibida la
peregrinación. Basta recordar el episodio evangélico de José y María que suben
al Templo de Jerusalén, llevando al Niño con ellos.
La peregrinación al
Templo tiene lugar tres veces al año: en las fiestas de Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos. Pero no todos los israelitas podían subir a Jerusalén tres veces
al año. Había quien vivía lejos.
Pensemos, sobre todo,
en los numerosos judíos que residían en la diáspora. El viaje de peregrinación
era una experiencia espiritual única, un encuentro con Dios.
Encontramos en el libro
de Los Salmos algunos expresamente dedicados para ser recitados en el curso de
la peregrinación. Son los llamados “Cantos de la subida” y son los que van del
Salmo 120 al 134. Estos Salmos, llamados también graduales presentan tres
particularidades: 1) Son breves y, por consiguiente, fácilmente memorizables;
2) reputen algunas palabras claves, como el nombre de Jerusalén o el término shalom, paz; 3) reanudan en los
versículos sucesivos con ciertas expresiones del versículo precedente,
resultando un ritmo gradual, es decir, a gradas. Se refiere a las gradas que
era preciso subir hasta llegar al recinto del Templo.
Los “Cantos de la
Subida” son una especie de himnario para uso de los peregrinos que suben a
Jerusalén. Podemos reconstruir el itinerario espiritual de este “santo viaje”,
teniendo como base el salterio.
El salmo 84, por
ejemplo, uno de los cantos de Sión, dice: “Dichoso el que encuentra en ti la
fuerza y peregrina hacia ti de buena gana” (84,6). El hombre que cree en Dios,
y que en él pone su fuerza, es uno de los que emprende viaje a Jerusalén. La
fuerza del peregrino se multiplica según va subiendo gradualmente a la Ciudad
Santa. Así lo dice el Salmo 87,8: “Caminan animosos para ver a Dios en Sión”.
Hay peregrinos que
emprenden camino desde lejos, de un pais enemigo de la paz: “Ay de mi que vivo
como emigrante en Mesec, desterrado en las tiendas de Cadar” (Salmo 120,5).
Pero a un cierto momento se ha sentido invitado a subir a Jerusalén: “Me alegré
cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor” (salmo 122,1)
¿Por qué Jerusalén
seduce al peregrino? El salmista lo expresa en los siguientes términos: “Jerusalén
está construida como ciudad bien conjuntada” (Salmo 122,3). De hecho Jerusalén
tiene una doble realidad. Su mismo nombre lo indica: Jerushalaim, que en lengua hebrea suena a dual. Jerusalén es doble,
tiene dos caras, pero unidas. Los rabinos y san Pablo hablan de la Jerusalén
terrestre y celeste, la de abajo y la de arriba. Pero estas dos Jerusalenes –me
sea lícito usar este plural- son indisolubles.
En términos más
modernos podríamos decir que Jerusalén tiene doble identidad: política y
religiosa. Es el centro político de las tribus de Israel. Nos lo dice el salmo
122,5: “Porque allí están los tribunales del palacio de David, los tribunales
donde se administra la justicia”. Pero en Jerusalén está también el Templo, lo
que le confiere carácter eminentemente religioso.
Estas dos caras de
Jerusalén son, tanto ayer como hoy, indisolubles y firmemente unidas.
El peregrino viene
oficialmente registrado como ciudadano de la ciudad Santa. Lo dice el salmo 87,
5-6: “Dirán de Sión: Todos han nacido de ella, él mismo, el Altísimo la ha
fundado. El Señor escribe en el registro de los pueblos; Éste nació allí”. La expresión
“este nació allí”, repetida tres veces en el salmo, parece ser una fórmula
jurídica y oficial con la cual se declaraba a un individuo nativo de una determinada
ciudad y, por consiguiente, dotado de todos los derechos municipales.
Es tan emotiva la
experiencia del peregrino que, a su vuelta a casa, cuenta todo lo que ha visto
y oído: murallas, muros y gentes. Esto es, en cierto modo, hablar de Dios y de
su experiencia espiritual: “Recorred Sión, dad la vuelta contando sus torres,
fijaos en sus murallas, observad sus palacios, para que podáis decir a las
edades venideras: Así es nuestro Dios para siempre” Salmo 48, 14-15).
III
La reconstrucción de Jerusalén
La tercera etapa en la
historia de Jerusalén como ciudad santa la encontramos en las profecías de la
reconstrucción de la ciudad en el período del exilio y post exilio, en
particular en las profecías de los así llamados Segundo y Tercer Isaías. Las
profecías del Segundo y del Tercer
Isaías son muy parecidas y emplean casi los mismos términos. Comúnmente se cree
que el autor de los capítulos 56-66 del libro de Isaías sea un discípulo del
autor en los capítulos 40-55.
No obstante hay una
diferencia entre los dos y es que uno vive todavía en el exilio, mientras que
el otro profetiza ya vuelto del exilio. Con otras palabras, cuando el Tercer
Isaías se dirige a Jerusalén su relato es unívoco: habla de los habitantes de
la ciudad que están reconstruyéndola, mientras que el Segundo Isaías “habla al
corazón de Jerusalén” (Isaías 40,2) como ciudad que se encuentra todavía en
ruinas o habitada por extranjeros.
Esto significa que para
el Segundo Isaías la ciudad de Jerusalén tenía un significado no solo histórico
o político sino espiritual. El Segundo Isaías se dirige, más bien, a los exiliados,
a los que están destinados a volver a
Jerusalén para participar en su reconstrucción.
El profeta usa el
término “Jerusalén” en acepción metafórica. Habla de una Jerusalén invisible
construida por sus habitantes dispersos en el exilio. Esta distinción entre la
Jerusalén visible y la invisible corresponde, al menos en parte, a la Jerusalén
terrestre y celestial.
La Jerusalén invisible
es la futura, la que hay que reconstruir. Leemos en Isaías 49,16-17: “Fíjate en
mis manos: te llevo tatuada en mis palmas, tengo siempre presente tus murallas.
Se dan prisa quienes te reconstruyen, ya se marchan los que te demolieron y
asolaron”. Hay que notar que los pronombres que se refieren a Jerusalénestán
siempre en femenino, porque Jerusalén es una madre para sus hijos, el mismo
tiempo Jerusalén es la esposa de su arquitecto (Cf. Isaías 62,5), quien, como
todo buen constructor, antes de construir traza el plano de la obra.
Dios ha trazado este plano
en la palma de su mano derecha, como tatuaje. Por eso Jerusalén es inolvidable
para Dios (Isaías 49,15) porque está escrita en su mano derecha. Si el Señor
olvidara Jerusalén sería (parafraseando el salmo 137) como si Dios se olvidara
de su mano derecha.
Y ahora nos preguntamos
¿Quiénes son los habitantes de Jerusalén? La respuesta nos la da el Segundo
Isaías: Son todos los que reconocen la singular presencia divina en la ciudad.
Y el Tercer Isaías va más allá en la
apertura universal: “Y a los extranjeros que deciden unirse y servir al Señor,
que se entregan a su amor y a su servicio, que observan el sábado sin
profanarlo y son fieles a mi alianza, los llevaré a mi monte santo y haré que
se alegren en mi casa de oración… pues mi casa será casa de oración para todos
los pueblos” (Isaías 56,6-7).
Conclusión:
Solo la oración puede traer la paz a Jerusalén.
(*) P.
Alberto Mello
Comunidad de Bose, Jerusalén.
Fuente:
Revista Tierra Santa Nº 755 páginas 68 a 70; Nº 756 páginas 116 a 117 y Nº 757
páginas 170 a 171
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