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San Gerardo Mayela |
Gerardo quiere decir: "Valiente para la defensa" (Del alemán: Ger: defensa, ard: valiente)
Uno de los santos más populares de Italia meridional.
Pío IX calificó a San Gerardo de "perfecto modelo de los hermanos
legos", y León XIII dijo que había sido "uno de los jóvenes más
angelicales que Dios haya dado a los hombres por modelo". En sus
veintinueve años de vida, el santo llegó a ser el más famoso taumaturgo
del siglo XVIII.
Nació en Muro, a setenta kilómetros de Nápoles. Su madre, después de
la muerte de Gerardo, dio este testimonio: "Mi hijo sólo era feliz
cuando se hallaba arrodillado en la iglesia, ante el Santísimo
Sacramento. Con frecuencia entraba a orar y olvidaba hasta la hora de
comer. En casa oraba todo el tiempo. Verdaderamente, había nacido para
el cielo".
Cuando Gerardo tenía diez años, su confesor le dió permiso de
comulgar cada tercer día; como era una época en la que la influencia del
jansenismo todavía se dejaba sentir, ello demuestra que el confesor de
Gerardo le consideraba como un niño excepcionalmente dotado para la
piedad. A la muerte de su padre, Gerardo debió abandonar la escuela y
entró a trabajar como aprendiz de sastre en el taller de Martín Pannuto,
hombre muy bueno, que le comprendía y apreciaba. En cambio, uno de los
empleados era un hombre muy brusco que solía maltratar a Gerardo y más
se enfurecía por la paciencia con que soportaba sus majaderías.
Una vez aprendido su oficio a la perfección, Gerardo pidió ser
admitido en el convento de los capuchinos de Muro, donde su tío era
fraile; pero fue rechazado a causa de su juventud y de su condición
delicada. Entonces entró a trabajar como criado en la casa del obispo de
Lacedogna.
Humanamente hablando, fue una mala elección, ya que el prelado era
un hombre de carácter irascible, que trató al joven con gran rudeza. A
pesar de ello, Gerardo le sirvió fielmente y sin una queja, hasta que
murió el obispo en 1745.
Entonces, Gerardo volvió a Muro y abrió una sastrería por su cuenta.
Vivía con su madre y sus tres hermanas. Solía dar a su madre una
tercera parte de lo que ganaba; el otro tercio lo repartía entre los
pobres y el resto lo empleaba en pagar misas por las almas del
purgatorio. Pasaba muchas horas de la noche orando en la catedral y se
disciplinaba severamente.
Cuando tenía ventitrés años, los padres de la congregación del
Santísimo Redentor, recientemente fundada, predicaron una misión en
Muro. El joven les rogó que le admitiesen como hermano lego, pero su
aspecto enfermizo no le ayudaba, y su madre y sus hermanas no tenían
ningún deseo de verle partir. Sin embargo,Gerardo insistió y,
finalmente, el P. Cafaro le envió a la casa de Deliceto, donde él era
superior, con un mensaje que decía: "Os envío a este hermanito inútil".
Pero, cuando el P. Cafaro volvió a su casa, cayó inmediatamente en la
cuenta de su error y le concedió el hábito. Los hermanos de Gerardo, al
verle trabajar con gran ardor, puntualidad y humildad en la sacristía y
en el huerto, solían decir: "O es un loco o es un santo". El fundador de
la congregación, San Alfonso de Ligorio, comprendió que era un santo y
le acortó el periodo de noviciado. El hermano Gerardo hizo la profesión
en 1752. A los votos acostumbrados añadió el de hacer siempre lo que
fuese, a su juicio, más agradable a Dios. El P. Tannoia, autor de las
biografías de San Alfonso y de San Gerardo, que había sido curado por la
intercesión de este último cuenta que un día, cuando el santo era
novicio, le vio orando ante el tabernáculo; súbitamente Gerardo gritó:
"Señor, dejame que me vaya, te ruego, pues tengo mucho que hacer". Sin
duda a ésta una de las anécdotas más conmovedoras de toda la hagiología.
Durante los tres años que vivió después de hacer la profesión, el
santo trabajó como sastre y enfermero de la comunidad; solía también
pedir limosna de puerta en puerta, y los padres gustaban de llevarle
consigo a sus misiones y retiros, porque poseía el don de leer en las
almas. Se cuentan más de veinte ejemplos de casos en los que el santo
convirtió a los pecadores, poniéndoles de manifiesto su oculta maldad.
Los fenómenos sobrenaturales abundaban en la vida del hermanito. Se
cuenta que en una ocasión fue arrebatado en el aire y recorrió así más
de medio kilómetro; se menciona también el fenómeno de "bilocación" y se
dice que poseía los dones de profecía, de ciencia infusa y de dominio
sobre los animales. La única voz que conseguía arrancarle de sus éxtasis
era la de la obediencia. Hallándose en Nápoles, presenció el asesinato
del arcipreste de Muro en el preciso momento en que tenía lugar a
setenta kilómetros de distancia. Por otra parte, en más de una ocasión
leyó el pensamiento de personas ausentes.
Tan profundamente supo leer el pensamiento del secretario del
arzobispo de Conza, que éste cambió de vida y se reconcilió con su
esposa, de suerte que toda Roma habló del milagro. Pero los hechos más
extraordinarios en la vida de San Gerardo están relacionados con la
bilocación. Se cuenta que asistió a un enfermo en una cabaña de Caposele
y que, al mismo tiempo, estuvo charlando con un amigo en el monasterio
de la misma población. Una vez, su superior fue a buscarle en su celda y
no le encontró ahí. Entonces se dirigió a la capilla, donde le halló en
oración: "¿Dónde estabais hace un instante?", le preguntó. "En mi
celda", replicó el hermanito. "Imposible, pues yo mismo fui dos veces a
buscaros". Entonces Gerardo se vio obligado a confesar que, como estaba
en retiro, había pedido a Dios que le hiciese invisible para que le
dejasen orar en paz. El superior le dijo: "Bien, por esta vez os
perdono, pero no volváis a pedir eso a Dios".
Sin embargo, Gerardo no fue canonizado por sus milagros, ya que
éstos eran simplemente un efecto de su santidad, y Dios podía haber
dispuesto que el santo no hiciese milagro alguno sin que ello modificase
en un ápice la bondad, caridad y devoción que alabaron en el joven Pío
IX y León XIII. Uno de los resultados más sorprendente de su fama de
santidad fue el de que sus superiores le permitieron encargarse de la
dirección de varias comunidades de religiosas, lo que no acostumbran
hacer los hermanos legos. San Gerardo hablaba en particular con cada
religiosa y solía darles conferencias a través de la reja del recibidor.
Además, aconsejaba por carta a varios sacerdotes, religiosos y
superiores. Se conservan todavía algunas de sus cartas. No hay en ellas
nada de extraordinario: en una expone simplemente el deber de todo
cristiano de servir a Dios según su propia vocación; en otras, incita a
la bondad a una superiora, exhorta a la vigilancia a una novicia,
tranquiliza a un párroco y predica a todos la conformidad con la
voluntad divina. En 1753, los estudiantes de teología de Deliceto
hicieron una peregrinación al santuario de San Miguel, en Monte Gárgano.
Aunque no tenía más que unas cuantas monedas para cubrir los gastos del
viaje, se sentían seguros, porque el hermano Gerardo iba con ellos. Y,
en efecto, el santo se las arregló para que no les faltase nada en los
nueve días que duró la peregrinación, que fue una verdadera sucesión de
milagros. Exactamente un año más tarde, San Gerardo sufrió una de las
pruebas más terribles de su vida. Una joven de vida licenciosa, llamda
Neria Caggiano, a quien el santo había ayudado, le acusó de haberla
solicitado. San Alfonso mandó llamar inmediatamente al hermano a Nocera.
Pensando que su voto de perfección le obligaba a no defenderse, Gerardo
guardó silencio; con eso no hizo sino meter en aprietos a su superior,
quien no podía creerle culpable. San Alfonso le prohibió durante algunas
semanas recibir comunión y hablar con los extraños. San Gerardo
respondió tranquilamente: "Dios, que está en el cielo, no dejará de
defenderme". Al cabo de unas cuantas semanas, Neria y su cómplice
confesaron que habían calumniado al hermanito. San Alfonso preguntó a su
súbdito por qué no se había defendido y éste replicó: "Padre, ¿acaso no
tenemos una regla que nos prohibe disculparnos?" (Naturalmente la regla
no estaba hecha para aplicarse a esos casos). Poco después, el santo
acompañó al P. Mangotta a Nápoles, donde el pueblo asedió, día y noche,
la casa de los redentoristas para ver al famoso taumaturgo. Finalmente,
al cabo de cuatro meses, los superiores se vieron obligados a enviar al
hermano Gerardo a la casa de Caposele, donde fue nombrado portero.
Era ese un oficio que agradaba especialmente al joven. El P. Tannoia
escribió: "En esa época, nuestra casa estuvo asediada por los mendigos.
El hermano Gerardo veía por ellos como lo hubiese hecho una madre.
Tenía el arte de contentar a todos, y la necedad y malicia de algunos de
los pedigueños jamás le hicieron perder la paciencia. "Durante el crudo
invierno de aquel año, doscientoas personas, entre hombres, mujeres y
niños, acudieron diariamente a la casa de los redentoristas, y el santo
portero les proveyó de comida, ropa y combustible, sin que nadie supiese
de dónde los sacaba.
Según el libro de Sálesman, mientras ejercía como portero, un día el
padre ecónomo lo regañó porque había repartido entre los mendigos todo
lo que los religiosos tenían para comer en la despensa. Pero al llegar
el padre ecónomo a la despensa la encontró otra vez llena.
En la primavera del año siguiente fue nuevamente a Nápoles. A su
paso por Calitri, de donde el P. Mangotta era originario, el pueblo le
atribuyó varios milagros. Cuando volvió a Caposele, los superiores le
encargaron de la supervisión de los edificios que se estaban
construyendo. Cierto viernes, cuando no había en la casa un sólo céntimo
para pagar a los trabajadores, las oraciónes del santo hermanito
movieron a un bienhechor inesperado a regalar lo suficiente para salir
del apuro. San Gerardo pasó el verano pidiendo limosna para la
construcción. Pero el calor del sur de Italia acabó con su salud y, en
los meses de julio y agosto, el santo se debilitó rápidamente. Tuvo que
pasar una semana en cama en Ovieto, donde curó a otro hermano lego que
había ido a asistirle y había caído enfermo. Llegó a Caposele casi a
rastras. En septiembre, pudo abandonar el lecho unos cuentos días, pero
volvió a caer. Sus últimas semanas fueron una mezcla de sufrimientos
físicos y éxtasis, cuando sus dones de profecía y ciencia infusa
alcanzaron un grado extraordinario. Murió en la fecha y hora que había
predicho, poco antes de la media noche del 15 de octubre de 1755. Fue
canonizado en 1904.
A comienzos de 1800, casi cincuenta años después de su muerte, un
médico de Grassano declaraba: "Desde hace muchos años no ejerzo la
profesión de médico. La ejerce por mí Fray Gerardo": este médico tomaba
tan en serio el patrocinio de Gerardo, proclamado beato sólo en 1893,
quien en vez de recetar medicinas prefería dejar a sus pacientes una
medalla del buen religioso. Y el biógrafo Tannoia, en la Vida escrita
hacia 1806, declaraba: "Fray Gerardo es protector especial de las
parturientas y en Foggia no hay ninguna mujer que vaya a dar a luz que
no tenga la imagen del Santo y no invoque su patrocinio". Singular
"revancha del Santo" por los sufrimientos que le causaron las calumnias
de una mujer, una ex-monja, a quien le creyeron fácilmente los
superiores de Gerardo.
En realidad san Gerardo, que en el lecho de su muerte pudo confesar
que no sabía lo que era una tentación impura, tenía de la mujer un
concepto muy elevado: veía, efectivamente, en toda mujer una imagen de
María, "alabanza perenne de la Santísima Trinidad". Eran los impulsos
místicos de un alma sencilla, pero llena de ardor espiritual. Exclamaba
con frecuencia: "Mi querido Dios; mi Espíritu Santo", pues sentía en su
intimidad la bondad y el amor infinito de Dios.