En el anuncio del ángel le da a los pastores la contraseña para
encontrar a este chico: “esto le servirá de señal, encontrarán a un
niño, recién nacido, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.” La
sencillez, lo simple, lo evidente por sí mismo, ésa es la señal, y todo
el relato de este pasaje del Evangelio tiene este ritmo de serenidad,
de sencillez, de pacificación, este ritmo de mansedumbre; qué cosa con
más mansedumbre que un chico recién nacido y recostado allí, en esa
cuna, estaba muy cómodo, con buen pastito, era un buen colchón, ahí
estaba, con serenidad y mansedumbre y llamando a esa actitud.
Es lo que vale y todos aquellos que son convocados, son convocados a esto: a participar de la paz que se entona en el cántico evangélico, a participar de la unidad y a participar de la mansedumbre, porque este chico después cuando se hizo hombre y predicaba le dirá a la gente: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”. Un mensaje que después de veinte siglos sigue teniendo vigencia ante la petulancia, la prepotencia, la suficiencia, la agresión, el insulto, la crispación, la guerra, la desinformación que desorienta, la difamación y la calumnia. La mansedumbre y la unidad... es todo una coherencia que nace desde aquí, desde este primer signo. “Esto les servirá de señal”, esa es la contraseña que se nos viene a enseñar.
Otra cosa que llama la atención es que los que son convocados son aquellos que están en cierta marginalidad de la existencia. Los pastores que eran una barra difícil de aquella época, casi se podría decir una mafia, y todo el mundo les tenía miedo, no dejaban las cosas a mano de ellos porque tenían mala fama; no son los pastorcitos de película con la ovejita, estos se las traían, y ellos son invitados a la mansedumbre, son invitados a la unidad.
También unos intelectuales de Oriente, honestos y coherentes, son invitados y caminan desde lejos, desde muy lejos hasta llegar. Este niño, un poco más adelante, cuando predique, va a decir: “Vengan a mí todos los que están agobiados y afligidos, Yo los voy a aliviar”.
Desde el principio de su predicación va a invitar a aquellos que se sienten marginados. Pero la gran trampa que nos hará la propia suficiencia será llevarnos a creer que somos algo por nosotros mismos, la trampa de no sentir la propia marginalidad. Si no nos sentimos marginados desde nosotros mismos no somos invitados.
Este chico, después cuando sea grande, va a contar un cuento que dice que aquellos que se la creyeron y se dieron el lujo de rechazar la invitación a las bodas fueron después ignorados y la fiesta fue colmada por hombres y mujeres buscados y encontrados en los cruces de los caminos.
Éste es el signo, ésta es la contraseña, ésta es la señal: un chico recién nacido acostado en un pesebre que convoca a todo aquel que está marginado. Y nadie puede decir que no está marginado. Abrí tu corazón, mirá adentro y preguntate: ¿en qué estoy marginado yo, en qué me automarginé del amor, de la concordia, de la colaboración mutua, de la solidaridad, de sentirme un ser social?
Él nos convoca a la mansedumbre, a la paz, a la solidaridad, a la armonía; por eso a esta noche se la llama la noche de la armonía, la noche de la paz, la noche del amor.
Junto al pesebre, hacé dos cosas: primero, sentite invitado a la belleza de la humildad, de la mansedumbre, de la sencillez; segundo, buscá en tu corazón en qué punto estás en out side, en qué estás marginado y dejá que Jesús te convoque desde esa carencia tuya, desde ese límite tuyo, desde ese egoísmo tuyo. Dejate acariciar por Dios, y vas a entender más lo que es la sencillez, la mansedumbre y la unidad.
Card. Jorge M. Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
24 de diciembre de 2011
Es lo que vale y todos aquellos que son convocados, son convocados a esto: a participar de la paz que se entona en el cántico evangélico, a participar de la unidad y a participar de la mansedumbre, porque este chico después cuando se hizo hombre y predicaba le dirá a la gente: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón”. Un mensaje que después de veinte siglos sigue teniendo vigencia ante la petulancia, la prepotencia, la suficiencia, la agresión, el insulto, la crispación, la guerra, la desinformación que desorienta, la difamación y la calumnia. La mansedumbre y la unidad... es todo una coherencia que nace desde aquí, desde este primer signo. “Esto les servirá de señal”, esa es la contraseña que se nos viene a enseñar.
Otra cosa que llama la atención es que los que son convocados son aquellos que están en cierta marginalidad de la existencia. Los pastores que eran una barra difícil de aquella época, casi se podría decir una mafia, y todo el mundo les tenía miedo, no dejaban las cosas a mano de ellos porque tenían mala fama; no son los pastorcitos de película con la ovejita, estos se las traían, y ellos son invitados a la mansedumbre, son invitados a la unidad.
También unos intelectuales de Oriente, honestos y coherentes, son invitados y caminan desde lejos, desde muy lejos hasta llegar. Este niño, un poco más adelante, cuando predique, va a decir: “Vengan a mí todos los que están agobiados y afligidos, Yo los voy a aliviar”.
Desde el principio de su predicación va a invitar a aquellos que se sienten marginados. Pero la gran trampa que nos hará la propia suficiencia será llevarnos a creer que somos algo por nosotros mismos, la trampa de no sentir la propia marginalidad. Si no nos sentimos marginados desde nosotros mismos no somos invitados.
Este chico, después cuando sea grande, va a contar un cuento que dice que aquellos que se la creyeron y se dieron el lujo de rechazar la invitación a las bodas fueron después ignorados y la fiesta fue colmada por hombres y mujeres buscados y encontrados en los cruces de los caminos.
Éste es el signo, ésta es la contraseña, ésta es la señal: un chico recién nacido acostado en un pesebre que convoca a todo aquel que está marginado. Y nadie puede decir que no está marginado. Abrí tu corazón, mirá adentro y preguntate: ¿en qué estoy marginado yo, en qué me automarginé del amor, de la concordia, de la colaboración mutua, de la solidaridad, de sentirme un ser social?
Él nos convoca a la mansedumbre, a la paz, a la solidaridad, a la armonía; por eso a esta noche se la llama la noche de la armonía, la noche de la paz, la noche del amor.
Junto al pesebre, hacé dos cosas: primero, sentite invitado a la belleza de la humildad, de la mansedumbre, de la sencillez; segundo, buscá en tu corazón en qué punto estás en out side, en qué estás marginado y dejá que Jesús te convoque desde esa carencia tuya, desde ese límite tuyo, desde ese egoísmo tuyo. Dejate acariciar por Dios, y vas a entender más lo que es la sencillez, la mansedumbre y la unidad.
Card. Jorge M. Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
24 de diciembre de 2011
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