Homilía del cardenal Jorge Mario
Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires, en la Fiesta de San Ramón
Nonato (31 de agosto de 2012)
La primera Lectura comenzaba con un consejo de San Pablo: Vivan unidos,
compartan lo mejor de ustedes, sean hombres y mujeres de bendición.
Hemos heredado una bendición. Esa bendición la tenemos que buscar. Esa
es nuestra vocación más cristiana: ser instrumentos de la bendición de
Dios. Hombres y mujeres que “ben-dicen”, que lo dicen bien. Que lo dicen
en tono bueno. No queremos ser hombres y mujeres que mal dicen. Mal
dicen, dicen mal las cosas, distorsionan, dicen la mitad, hieren,
agreden. Y ha entrado la costumbre en la vida diaria de maldecirnos con
toda frescura. A veces escuchamos “¡Che!” y va un epíteto. Che y ¡Ta!.
“No, si este es un tal por cual”. Y ahí, en ese calificativo de
maldición entra él, la familia, la mamá, todos. ¿No es cierto? Un
desfile. Sembrar maldición. Cuando sembramos maldición vuelve sobre
nosotros, y el corazón se nos pone agrio. Hombres y mujeres con cara
larga, con corazón agrio. Nada que ver con la bendición de Dios, que nos
habla de los lirios del campo, de los pajaritos que no les falta nada.
Nada que ver con ese Dios que vuelca su oído bendiciendo. En todas
partes, en todas partes se impone siempre, está de moda en todo el mundo
la cultura del insulto, la cultura de la descalificación del otro. No
reconocerle nada bueno, ponerle una lápida. Y eso no es bendecir.
Hoy escuchamos en la primera lectura: “Quiéranse unos a otros, y si tienen que dar razón de algo, háganlo con mansedumbre. Y esta es la palabra de hoy. Frente a esta cultura del insulto y de la descalificación se nos pide mansedumbre. Que seamos mansos. Hay muchos chicos. Ustedes pueden pensar: los chicos que están acá, en casa ¿Qué es lo que más escuchan? ¿Gritos o conversaciones tranquilas y en paz? Cuando papá y mamá tienen que decirse algo ¿Se lo dicen tranquilos y en paz o a los gritos, a los portazos o a los cacerolazos?. Y van como mamando una cultura de la agresión, de insulto, de maldición. Mansedumbre. –“No, Padre, es que me insultó”. Bendecilo en tu corazón, si te insultó. A Jesús la noche del Jueves Santo le hicieron de todo, y ¿Jesús qué dijo? “ Perdónalos Padre, no saben lo que hacen.” Bendecí al que no te quiere, bendecí cuando hay un problema en tu corazón, y pedí al Señor que ayude a solucionarlo. Pero con los gritos y con la agresión, con el insulto, al contrario, no vas a llegar a ninguna parte. Vas a resquebrajar más la unidad de tu familia, la unidad de tu barrio, la unidad de tu lugar de trabajo, la unidad de tu pueblo. Mansedumbre. Lo cual no quiere decir que seamos carneros, que nos dejemos dominar por cualquiera. No. Pero que tengamos un corazón que bendice, que es manso. La persona que tenemos delante, la persona con la que convivimos, tratémosla bien. Hombres y mujeres de bendición. Todo sencillo. ¡Es tan fácil dominarse! Es tan fácil pedir esta gracia: “Señor, que sea como Vos, que en tu creación derramaste bendición.” Mirá los lirios del campo, dice Dios, ni Salomón en los mejores tiempos de su gloria se vistió como uno de ellos, y hoy son y mañana no son.
La persona que tiene un corazón agresivo, la persona que maldice, es como la persona que va caminando sobre las flores del campo y las va pisoteando. Pisotear la belleza de Dios, pisotear la belleza de un corazón, la belleza de mi marido, de mi mujer, de mis hijos, de mi familia. Pisotear la belleza que Dios nos dio. En cambio, el que tiene un corazón manso, el que tiene un corazón que bendice continuamente, que da lugar a que se expresen los demás, cuida de no hacer daño a nadie, de no herir, de no confrontar la belleza que puso Dios. El Evangelio es cosa de sencillo, Jesús nos dice: “Sean buenos como nuestro Padre celestial es bueno”. Bondad. Así que hoy pidamos esa gracia: Señor dame un corazón bueno, un corazón que no muerda a un amigo, un corazón que no necesite sacarle el cuero a otro para vivir, un corazón que no necesite atropellar para sentirse persona, un corazón que deje florecer a los demás, que deje vivir. Y si tiene que corregir algo, lo haga con mansedumbre. Señor, danos ternura. Que el Señor nos contagie su ternura, la que Él puso en la creación, la que nos dio a cada uno de nosotros. Aquí hay chicos. ¿Qué me dicen si yo le doy un sopapo a esta nena acá delante de todos? ¡Este cura está loco! Lo menos, de ahí para arriba. Sin embargo cuando maldecimos a otro, cuando destruimos la fama de otro, cuando gritamos, estamos haciendo lo mismo: sopapear al otro. Y si lo hacemos por detrás peor todavía. Maldecimos. Miremos estos chicos e imaginémosnos este sopapo. Eso es lo que hacemos cuando vamos por ese camino, de la maldición. En cambio, cuando uno acaricia a un chico siente que le viene una fuerza, que hay algo grande, que hay inocencia. Es la ternura que te contagia. Esa es la ternura de la bendición que pedimos para nosotros. Señor, que el haber crecido no nos haga malos, no nos quite la ternura. Y si nos quitó la ternura devolvémela. Fue esto nomás lo que yo les quiero decir: hombres y mujeres de bendición. Hombres y mujeres de mansedumbre. No insulten a nadie, no le saquen el cuero a nadie. Hombres y mujeres de ternura. Que Jesús nos contagie su ternura. Que así sea.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
Hoy escuchamos en la primera lectura: “Quiéranse unos a otros, y si tienen que dar razón de algo, háganlo con mansedumbre. Y esta es la palabra de hoy. Frente a esta cultura del insulto y de la descalificación se nos pide mansedumbre. Que seamos mansos. Hay muchos chicos. Ustedes pueden pensar: los chicos que están acá, en casa ¿Qué es lo que más escuchan? ¿Gritos o conversaciones tranquilas y en paz? Cuando papá y mamá tienen que decirse algo ¿Se lo dicen tranquilos y en paz o a los gritos, a los portazos o a los cacerolazos?. Y van como mamando una cultura de la agresión, de insulto, de maldición. Mansedumbre. –“No, Padre, es que me insultó”. Bendecilo en tu corazón, si te insultó. A Jesús la noche del Jueves Santo le hicieron de todo, y ¿Jesús qué dijo? “ Perdónalos Padre, no saben lo que hacen.” Bendecí al que no te quiere, bendecí cuando hay un problema en tu corazón, y pedí al Señor que ayude a solucionarlo. Pero con los gritos y con la agresión, con el insulto, al contrario, no vas a llegar a ninguna parte. Vas a resquebrajar más la unidad de tu familia, la unidad de tu barrio, la unidad de tu lugar de trabajo, la unidad de tu pueblo. Mansedumbre. Lo cual no quiere decir que seamos carneros, que nos dejemos dominar por cualquiera. No. Pero que tengamos un corazón que bendice, que es manso. La persona que tenemos delante, la persona con la que convivimos, tratémosla bien. Hombres y mujeres de bendición. Todo sencillo. ¡Es tan fácil dominarse! Es tan fácil pedir esta gracia: “Señor, que sea como Vos, que en tu creación derramaste bendición.” Mirá los lirios del campo, dice Dios, ni Salomón en los mejores tiempos de su gloria se vistió como uno de ellos, y hoy son y mañana no son.
La persona que tiene un corazón agresivo, la persona que maldice, es como la persona que va caminando sobre las flores del campo y las va pisoteando. Pisotear la belleza de Dios, pisotear la belleza de un corazón, la belleza de mi marido, de mi mujer, de mis hijos, de mi familia. Pisotear la belleza que Dios nos dio. En cambio, el que tiene un corazón manso, el que tiene un corazón que bendice continuamente, que da lugar a que se expresen los demás, cuida de no hacer daño a nadie, de no herir, de no confrontar la belleza que puso Dios. El Evangelio es cosa de sencillo, Jesús nos dice: “Sean buenos como nuestro Padre celestial es bueno”. Bondad. Así que hoy pidamos esa gracia: Señor dame un corazón bueno, un corazón que no muerda a un amigo, un corazón que no necesite sacarle el cuero a otro para vivir, un corazón que no necesite atropellar para sentirse persona, un corazón que deje florecer a los demás, que deje vivir. Y si tiene que corregir algo, lo haga con mansedumbre. Señor, danos ternura. Que el Señor nos contagie su ternura, la que Él puso en la creación, la que nos dio a cada uno de nosotros. Aquí hay chicos. ¿Qué me dicen si yo le doy un sopapo a esta nena acá delante de todos? ¡Este cura está loco! Lo menos, de ahí para arriba. Sin embargo cuando maldecimos a otro, cuando destruimos la fama de otro, cuando gritamos, estamos haciendo lo mismo: sopapear al otro. Y si lo hacemos por detrás peor todavía. Maldecimos. Miremos estos chicos e imaginémosnos este sopapo. Eso es lo que hacemos cuando vamos por ese camino, de la maldición. En cambio, cuando uno acaricia a un chico siente que le viene una fuerza, que hay algo grande, que hay inocencia. Es la ternura que te contagia. Esa es la ternura de la bendición que pedimos para nosotros. Señor, que el haber crecido no nos haga malos, no nos quite la ternura. Y si nos quitó la ternura devolvémela. Fue esto nomás lo que yo les quiero decir: hombres y mujeres de bendición. Hombres y mujeres de mansedumbre. No insulten a nadie, no le saquen el cuero a nadie. Hombres y mujeres de ternura. Que Jesús nos contagie su ternura. Que así sea.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
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