proclamada patrona principal de América en 1670
por el Papa Clemente X
2° Corintios 10,17-11,2
Salmo 148, 1-2. 11-14
Aleluya Jn 15, 9b-5b
Evangelio: Mt 13, 44-46
Todos los años, la Liturgia nos
permite acercarnos a la ermita de Rosita para conocer algo más de su amistad
con Dios, porque ella no se ha recomendado a sí misma, sino que es el Señor
quien la ha recomendado y la sigue poniendo de ejemplo para que conozcamos el camino
que ella recorrió, agradando a su Creador. Que nadie se acerque a su refugio si
no es en punta de pie, porque el ruido nos haría perder la profundidad de su
santuario, no podríamos apreciar el reducido espacio de su tebaida que invita
al recogimiento, ni con-templar la suspensión del tiempo cuando ella entra en
el eterno pre-sente de la oración que eleva a los humildes a los más altos
grados de unión divina que puede experimentar la criatura. Esa es nuestra
Santa, la que la divina providencia nos ha legado como Patrona y guía
misionera, para que nuestra Iglesia, de su mano, transite los caminos de La
Pampa, con un renovado espíritu eucarístico, mariano, servidor y misionero.
Como San Pablo le escribía a los Corintios, Rosa nos dice: ¡Ojalá quisieran Ustedes tolerar un poco de locura de mi parte! Algo de esto pasó cuando después de escuchar al Salvador del mundo dice: me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza, para gritar a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado o condición que fuesen: hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma. Sí, se trata de la santa locura de los amigos de Dios, que atraídos por el amor sin límites del Buen Pastor que llama, dejan de lado la cordura tibia y vacía de este mundo para dejarse seducir por la Palabra que ilumina, consuela y salva.
Alguna vez llegó a su vida la sentencia de su Esposo: Busquen primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura (Mt 6,33). Las parábolas del Reino que hoy llegaron a nuestros oídos nos invitan a preguntarnos cuáles fueron el tesoro y la perla fina que descubrió la virgen limeña, por los cuales tuvo como despreciable toda riqueza. Ella podía decir con el profeta: Se presentaban tus pala-bras, y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de mi co-razón (Jer 15,16). Ella que tantas veces tuvo la gracia de encon-trarse con Cristo, se apropió las palabras de San Juan: Yo le conozco, y guardo su Palabra (8,55). Y no faltó la alegría desbordante en la personalidad de Rosita para contagiar a todos los que la visitaban, invitándolos a gritar: ¡Alaben el nombre del Señor, jóvenes! (Ant. del Salmo 148). En el cofre de su tesoro interior, su mejor perla eran los pobres indios, mulatos y negros enfermos, a los que atendía con caridad exquisita.
Durante la Novena hemos venerado la imagen que preside esta Catedral y un cuadro de Santa Rosa de Lima. Es un auténtico retrato pintado por un conocido pintor romano que estaba en Lima por esos años (Angelino de Medoro). Es la faz de la virgen pocos años antes de su pascua. Su rostro tiene un reverbero de la gracia, porque los santos traducen la dulzura y ternura de la presencia divina en el alma y en el cuerpo, desprendiendo un algo cálido y amable, un halo de bondad y virtud, una mirada que invita y persuade a recorrer el camino interior de la gracia: Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia.
El rostro de Rosa debió trascender con su belleza exterior lo que de hermoso y sublime había en su corazón, será por esa razón que en este día volvemos a decir de nuestra Patrona que sigue mani-festando el buen olor de Cristo entre los que se salvan (2° Cor 2,14 s.). Ante su mirada quedamos deslumbrados por la hondura de su ser, envuelta por la luz de Jesucristo y seducida por el fuego del amor divino que procede de él. Son los reflejos de una palpitante intimidad con Jesucristo crucificado. Y al causarnos a través de su belleza una impresión de la bondad, si quiera sea por unos instantes, nos infunde alegría y esperanza de compartir su suerte. No desdeñó ninguna aflicción, por más dolorosa que fuese, pensando acaso que llevándola con paciencia pudiese acercarla a la pasión de su divino Esposo. Y al mirarla nos sigue enseñando: Nadie se quejaría de la Cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conociera la balanza donde se pesan para repartirlas entre los hombres.
Pero hay algo más que hacer en esta tarde: desde la eucaristía la llevaremos por las calles de su ciudad, y mientras caminamos junto a ella tenemos que renovar el pacto misionero que nos une a su vocación más profunda: anunciar a su paciente Jesús y su Evangelio de vida. La virgen limeña es misionera por excelencia y liberada de los lazos de la corporalidad, recorre ahora con audacia todos los caminos de América del Sur, diciendo: Escuchen los pue-blos, escuchen las naciones, en el nombre de Jesucristo yo los exhorto... Ella conoce muy bien la diócesis que lleva su nombre, y sabe cuánta falta hace que visitemos casa por casa, para anunciar el kerigma que libera, consuela y salva. Rosa está siempre dispuesta a acompañarnos por los senderos de La Pampa, animándonos a asumir nuestra condición de discípulos y misioneros...
Queridos pampeanos bautizados, les pregunto: ¿quieren renovar el pacto misionero para anunciar a Jesucristo a sus hermanos?...
Mons. Mario Aurelio Poli, obispo de Santa Rosa
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