"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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lunes, 13 de agosto de 2012

Los Pecados contra el Amor al Prójimo - II El Escándalo

 Lea la Introducción a Los Pecados contra el Amor al Prójimo

Seguimos con el segundo de los pecados que más directamente se oponen a lo que es privativo de la caridad cristiana, o sea, al cuidado por el bien espiritual del prójimo. Continuemos con "El Escándalo". 


1. Delimitación general del concepto de escándalo

La sagrada Escritura y la tradición incluyen también la seducción en el concepto de escándalo. En su acepción más general, escándalo designa un tropiezo, una trampa en la que viene uno a tropezar. 

En la seducción se tiende un lazo intencionalmente; en el escándalo propiamente dicho (scandalum indirectum) falta tal intención, pero sí se da una negligencia e imprudencia en algún modo consciente.

En la esfera del espíritu hay entre la seducción y el escándalo indirecto la misma diferencia que entre el asesinato y el homicidio en el campo material.
Escándalo es, pues, toda acción libre que puede tornarse para algunos en lazo de tropiezo en el camino de la salvación.

Al escándalo activo -escandalizar- corresponde el escándalo pasivo -escandalizarse-. El escandalizarse, el sucumbir ante el escándalo puede acaecer o porque se ha cedido al influjo de una acción culpable (scandalum datum et acceptum), o porque se tomó ocasión de escándalo de una acción buena, o por lo menos subjetivamente recta (scandalum mere acceptum) del prójimo.
(No estará por demás notar que en el lenguaje popular se emplea la palabra escándalo en un sentido muy diferente del que tiene en moral. Así, "armar un escándalo" puede ser una cosa muy inocente y muy diferente de "dar escándalo" ; lo primero es causar alboroto, lo segundo es dar un mal ejemplo que pueda arrastrar a otro al mal obrar.)

2. El escándalo según la Biblia. Conducta de Cristo y de los apóstoles
 
Con la palabra "escándalo" (skándalon) no se limita la sagrada Escritura -como hacen generalmente los moralistas- a designar las acciones atentatorias contra el bien espiritual del prójimo, a quien presentan culpablemente una ocasión de pecado.  

Para los escritores sagrados, escándalo es todo aquello que, por cualquier motivo, puede hacer caer al prójimo, aún más, es todo lo que provoca un decidirse al bien o al mal.
Cristo nuestro Señor es, conforme a la profecía de Simeón, el gran escándalo: 

"Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel" (Lc 2, 34). Él es el signo que provocará la contradicción, por la que se manifestarán los sentimientos de muchos (no sólo los de los buenos sino también los de los malos) (1. c.). Él es la "piedra de tropiezo, la piedra de escándalo" (Rom 9, 33; cf. Is 8, 14; 28, 16; 1 Petr 2, 6 s ; Mt 21, 44).
Entraba en el ser y en la misión de Cristo el ser "escándalo" para el mundo pecador, para los fariseos que a sí mismos se declaraban justos y, en fin, para todo su pueblo, que había colocado sus esperanzas mesiánicas en los bienes de la tierra.

Su obra y la misión del Espíritu santo debía poner de manifiesto que el pecado del mundo no era un simple "desorden", o una sencilla "equivocación", sino una verdadera "rebelión contra Dios" (Ioh 16, 8 s). Nuestro Señor procede muy a sabiendas al no evitar el escándalo (Mt 15, 12).

A la sencilla observación de sus discípulos que le dicen: "¿Sabes que los fariseos al oírte se han escandalizado?", responde: "Dejadlos; son guías ciegos" (1. c.).

Los fariseos tropezaron contra Cristo porque estaban ciegos. El fin, pues, que perseguía Cristo con su "escándalo" era abrirles los ojos, para ver si se hundían más o se convertían.
Después de la gran promesa de la eucaristía prefirió Cristo permitir el escándalo de los apóstoles a atenuar ni siquiera una palabra. Mucho menos quiso evitarles el escándalo de su cruz.

De todos modos, los preparó a él con suma paciencia y caridad. El anuncio de la pasión lo hizo relativamente tarde, aunque bastante a tiempo para que el viernes santo estuvieran en condición de no sucumbir. Pedro, del solo anuncio de la pasión, toma ocasión para un grave escándalo, hasta querer convertirse, a su turno, en "escándalo" y en "seductor" del Señor (Mt 16, 23).
Con su doctrina, su persona y su cruz quiere Cristo ofrecer un escándalo; mas no para inducir a la caída, sino para que el enérgico reactivo de su escándalo ponga en evidencia lo que en el hombre hay de falso y de corrupto, descubriendo los pensamientos y procederes hostiles a Dios y haciendo así posible el retorno completo a Él.

En esta perspectiva, las palabras de Cristo : "Dichoso el que no se escandalice en mí", puede acaso interpretarse del siguiente modo: ¡Dichoso el que se siente interiormente agitado por el saludable escándalo de mi venida, de mi doctrina y de mi pasión de manera que queden derrotados sus falsos ideales y se le abran los ojos a la acción libertadora de la verdad!
Donde más claramente ofreció Cristo el gran escándalo de la declaración de su divinidad fue ante el sumo sacerdote. Con tal claridad y precisión contestó a Caifás, que nada mejor podía éste haber deseado para provocar su condena. Cristo dio ese escándalo con el mayor énfasis, para quitar toda posibilidad de vacilación a quienes habían de sentenciarlo en el consejo supremo y en los demás tribunales, y en último término, para que la fe de todos los tiempos tuviese con ello un ejemplo que la vigorizara.
Tampoco los apóstoles, a ejemplo del Señor, minimizaron el escándalo del Evangelio, y menos aún el de la Cruz, ni siquiera frente a la gnosis. El punto capital de la predicación de san Pablo es inexorablemente el de la cruz de Cristo, "escándalo para los judíos, locura para los gentiles" (1 Cor 1, 17-25; 2, 2).

Sabía, en efecto, que el Crucificado era, "para los llamados, poder y sabiduría de Dios". Puesto que la muerte en cruz del verdadero Hijo de Dios es el punto básico de la doctrina evangélica, tenía el apóstol que presentar el "escándalo" sin paliativos, para que el hombre tomara su decisión a toda conciencia.
Una consecuencia se desprende de aquí para la predicación, aun la apologética, y es que nunca se puede suprimir la viva oposición que reina entre los pensamientos de Dios, sobre todo en lo que atañe a la cruz de su Hijo amadísimo, y la "sabiduría de este mundo". Hay que colocar al hombre ante una clara disyuntiva de "sí" o "no". Pretender hacer a todo trance "inofensivo" y "aceptable" el Evangelio, es desvirtuarlo.
Por otra parte, hemos de evitar, ya en la predicación, ya en todo nuestro sagrado ministerio, suscitar inútiles dificultades ante los fieles, o exigirles inoportunamente y a todo trance la aceptación de minucias secundarias; porque con ello podríamos hacernos culpables de sus traspiés. No se puede exigir todo a un mismo tiempo; preciso es esperar a que crezca el conocimiento.
En el mismo sentido nos instruye el ejemplo de san Pablo en la cuestión de la ley ritual:
El Apóstol hizo circuncidar a su discípulo Timoteo para no cerrar desde el principio toda entrada a los judíos. Y en su conducta personal se hace " judío con los judíos, gentil con los gentiles, flaco con los flacos; se hace todo para todos, a fin de salvarlos a todos" (1 Cor 9, 20 ss).

A los cristianos de Roma les advierte que no han de ofrecer ocasión de escándalo a los flacos en la fe por una actitud rígida respecto de los alimentos prohibidos en el Antiguo Testamento (Rom 14 y 15). Él mismo se cuenta entre los "fuertes", entre aquellos que no tienen por impuro ningún alimento (Rom 14, 14).

Pero lo decisivo no ha de ser este conocimiento de los fuertes, sino la amable atención al bien y salvación del débil, del prójimo. Nadie ha de complacerse a sí mismo; todos hemos de parar mientes en las flaquezas de los débiles (Rom 15, 1).

Hay que estar dispuesto a abstenerse de un manjar prohibido por la caduca ley ritual, antes que dar a un hermano ocasión de pecar. "Mirad sobre todo que no pongáis tropiezos o escándalo al hermano" (Rom 14, 13).
Igualmente advierte el Apóstol a los corintios que el saber que sus dioses son falsos no es razón para darse a tales prácticas que perturben las conciencias poco avisadas y provoquen caídas.

Es cierto que no hay tales dioses y que de por sí se podrían comer las carnes a ellos ofrecidas, dando gracias al verdadero Dios.

Pero todas estas consideraciones pasan a segundo plano ante la capital importancia que reviste esta otra, a saber : que, con mi proceder, no debo, sin necesidad, dar al prójimo ocasión de pecado.

Aquí queda magníficamente retratada el alma del Apóstol: "Si mi comida ha de escandalizar a mi hermano, no comeré carne jamás, por no escandalizar a mi hermano" (1 Cor 8, 13).
Por consiguiente, el cristiano ha de estar dispuesto a renunciar a muchos actos libres, acaso buenos en sí mismos, cuando entiende que han de ser ocasión de ruina espiritual para el prójimo.

En verdad, no hay acción realmente buena si no se tiene en cuenta el efecto que ha de producir sobre el prójimo. "Nadie busque su provecho. sino el de los otros" (1 Cor 10, 24).
El mismo san Pablo, en el incidente de Antioquía con san Pedro, propugnó una actitud uniforme respecto de la ley ritual, para que se mostrase claramente que ésta ya no era obligatoria, aunque por ello se encandalizasen gravemente los judaizantes (Gal 2, 11 ss).

San Pedro, queriendo evitar el escándalo de los judeocristianos -y sólo por eso, no por respeto humano, ni mucho menos por error teórico, y por una falsa apreciación del efecto que había de producir su conducta-, se abstenía de comer con los cristianos venidos del paganismo.

Los judaizantes querían erigir este ejemplo del jefe de los Apóstoles en principio inquebrantable. Con él se ponía en peligro la pureza del Evangelio y se provocaba una gravísima crisis para la misión entre los paganos.

Por eso san Pablo tuvo que exigir a san Pedro que se resolviera a dar el escándalo a los judeocristianos, quebrantando la ley mosaica, ya fenecida, a fin de preservar, tanto a ellos como a los venidos de la gentilidad, de un escándalo mucho más grave y peligroso, el de flaquear en los artículos esenciales del Evangelio.

3. Disposiciones interiores del escandaloso.
 
Diversas maneras de escandalizar 
El pecado de escándalo procede fundamentalmente de la poca importancia dada a la salvación del prójimo.
El escandaloso de la peor especie no para mientes en el desastroso efecto que sus acciones causan respecto de la salvación del prójimo, precisamente por ausencia de la caridad sobrenatural. Este caso es totalmente distinto del que escandaliza inocentemente; porque puede suceder que, a pesar de profesarse un verdadero amor al prójimo, no advierta uno el verdadero efecto de la propia conducta sobre éste, o no le atribuya la importancia que tiene. En este caso no hay pecado de escándalo; en el primero, por el contrario, cada acto escandaloso reviste la misma culpabilidad y malicia que la disposición de que procede. De ordinario, no estará el hombre tan embebido en sí mismo que no advierta si su proceder es o no perjudicial para el bien espiritual del prójimo. Y si, a pesar de todo, escandaliza, es por egoísmo, por no poner límites a su libertad de acción, o porque busca su comodidad a expensas ajenas.
El efecto probable que tendrán las acciones sobre el alma del prójimo es uno de los principales elementos de la situación moral. Muchas pueden ser las razones por las que una acción cualquiera influya perjudicial, o por lo menos peligrosamente, sobre el prójimo: o porque la acción posea perversidad intrínseca, o porque sea tomada en mala parte, o por debilidad, o incluso malos sentimientos del prójimo. Vamos a examinar estos aspectos.
a) El escándalo del mal ejemplo 
El escándalo más común y peligroso es el que se da con las malas acciones, con el mal ejemplo. Éste encierra un poder especial de seducción, cuando procede de una persona amada o investida de autoridad. Cuando el mal ejemplo se multiplica y se hace habitual en un sector humano, constituye una vigorosa potencia de. corrupción moral. Aun los que simplemente contemporizan con él, contribuyen a aumentar su eficacia y son, en cierto modo, causantes del escándalo. El escándalo es tanto más grave y pecaminoso cuanto mayor es el influjo que por su posición social ejerce quien lo da. El escándalo sólo se da cuando se comete la acción pecaminosa; aunque es cierto que los pecados puramente internos obran contra el prójimo, porque significan una disminución de caridad para con él y predisponen a cometer la acción escandalosa.
En confesión sólo hay que acusarse expresamente del escándalo del mal ejemplo, cuando éste poseía una especial peligrosidad; pues el peligro general queda ya implícito en la confesión del pecado.
b) El escándalo de los "débiles" (scandaium pusillorum)
Hay circunstancias en que puede darse escándalo grave aun por acciones que, consideradas en sí, independientemente de su eventual efecto sobre el prójimo, son buenas, o por lo menos indiferentes. Hay ocasiones, efectivamente, en que dichas acciones revisten un aspecto malo que puede descarriar una conciencia débil, o dar pie a una persona débil para entregarse a idénticos procederes, que en sí no serán malos, pero para ella serán por lo menos peligrosos. Dos causas obran en el que así se escandaliza, ambas ajenas al actuante: la debilidad y fragilidad moral del prójimo — por eso se llama scandalum pusillorum — y su incapacidad para discernir el deber en su situación. La culpabilidad del que provoca el escándalo proviene del poco cuidado y circunspección con los débiles. De éstos habla san Pablo en 1 Cor 8 s y Rom 14 s.
Hay obligación seria de prestar atención a la debilidad del prójimo cuando ello redunda en provecho espiritual suyo y es cosa factible. Pero por esta consideración no hay que proceder de manera que a la larga le sea más perjudicial aún (cf. Gal 2). Las consideraciones para con los débiles no han de ser tales que paralicen la actividad en pro del reino de Dios o disminuyan la alegría en su servicio. Tampoco suele haber obligación de perjudicarse a sí mismo por temor a la debilidad ajena, cuando no es seguro que el prójimo vaya a escandalizarse seriamente por nuestra manera de proceder.
Peca de simplista la opinión que afirma que es suficiente para obrar ante los débiles el explicarles claramente las razones que se tienen para ello, atribuyendo luego el escándalo a su propia malicia; ése no sería más que un escándalo farisaico, al que no debe prestarse atención. No es tan sencilla la solución de san Pablo. Tal opinión desconoce los límites psicológicos en la visibilidad de los valores insuficientes; atribuye, además, demasiado valor a las palabras exteriores frente a la fuerza de la situación y sobre todo frente a los prejuicios personales o sociales. Lo que sí se puede afirmar es que, cuando hay motivos poderosos para obrar, aun con escándalo de los débiles, es preciso procurar instruirlos mejor.
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Ejemplos:

Es a veces lícito y aun necesario pasar por encima de ciertas leyes exclusivamente positivas, por respeto al estado moral y a la sensibilidad religiosa del prójimo; pero no se puede ir tan lejos que parezca que se pone en tela de juicio la autoridad de la Iglesia, o la obligación de confesar claramente la fe, lo que sería un escándalo de los más graves.
De vez en cuando es preciso omitir las obras de mero consejo, cuando hay esperanza de poder practicarlas más tarde sin escándalo del prójimo. Aún habría que diferir la entrada en el estado religioso o sacerdotal para evitar algún escándalo grave de los débiles. Pero como será muy raro el caso de que sólo renunciando al estado sacerdotal se pueda evitar un escándalo grave y al mismo tiempo ganar a alguien para el cielo, será también contado el caso de que alguien pueda o aún deba renunciar definitivamente a una vocación tan trascendental para el servicio de Dios. Los sacerdotes tendrán muchas veces que renunciar a algún emolumento temporal, para no poner a los fieles en peligro de adoptar una actitud hostil contra la Iglesia o la fe. Porque han de tener presente que la sola apariencia de avaricia escandaliza a los débiles y pone en peligro de ineficacia todo el sagrado ministerio. La misma Iglesia debe estar pronta a renunciar a bienes temporales, aún de gran cuantía — aunque dentro de los límites de lo posible—, si con ello evita que se alejen grupos importantes. Claro está que siempre se ha de suponer que con tales renuncias se evita realmente algún grave escándalo.
Una joven o una mujer casada deberá abstenerse de diversiones, bailes y adornos innecesarios, y aun de ir a la iglesia, cuando se juzga útil o necesario para evitarle a otra persona graves tentaciones, o librarle de ellas.
Cuando una joven busca, sin motivo razonable e intencionalmente, el encuentro con un joven al que sabe que su vista causa graves tentaciones, comete pecado grave de escándalo, aunque ella pudiera excusarse diciendo que se viste y presenta decentemente y no se permite ninguna acción pecaminosa. No hay que olvidar que los meros pecados internos conducen las almas a la ruina.
No es lícito sin graves razones exigir a alguien una cosa que de suyo pudiera hacerse sin pecado, pero que, considerada su debilidad moral o su conciencia errónea, no es probable que pudiera cumplirla sin ofender a Dios. Así, ordinariamente no se puede pedir un juramento de quien se teme que ha. de cometer perjurio. Tampoco se pueden pedir los sacramentos sin motivo a un sacerdote que, según todas las probabilidades, no los puede administrar sin cometer un pecado.
Hay diferencia esencial entre dar ocasión de pecar a una persona que está ya en pecado mortal y darla a quien conserva aún la vida de la gracia, aunque sea débil en la virtud.
Tampoco es lo mismo causar positivamente un escándalo y permitir que se corneta un pecado que podría impedirse con sólo alejar la oportunidad u ocasión que uno no ha provocado. Se puede permitir el pecado del prójimo cuando es difícil alejar la ocasión, o cuando se tiene esperanza de que dejándolo caer en una falta se le puede librar del estado de pecado. Así los padres pueden dejar el dinero en caja sin cerradura, para sorprender al hijo que ya ha robado otras veces o que se sospecha que lo ha hecho, con el fin de conseguir la enmienda total. Igual cosa puede hacerse con otro ladrón cualquiera, aún con la finalidad principal de librarse definitivamente de sus fechorías. Lo que no es lícito es ponerlo en ocasiones y coyunturas que equivalgan a una directa seducción; porque de este modo se podría precipitar en el pecado a quien hasta entonces podía estar inocente.
Nunca es lícito inducir positivamente a alguien a cometer un pecado leve para hacerlo desistir o apartarlo de otro más grave. Pero no hay pecado de escándalo en dejar cometer un pecado menor o aun en dar a entender claramente que uno está dispuesto a permitir su comisión, pero solamente para estorbar otro mayor, suponiendo, claro está, que esto es lo único que se persigue y que no hay otro medio para estorbarlo. Éste y no otro es el sentido que se ha de dar a los autores que afirman ser lícito aconsejar un pecado menor. En tal caso, el verdadero objeto del consejo no es el pecado menor; lo que se hace no es sino amonestarlo del mejor modo posible a que se abstenga por lo menos del pecado mayor.
c) El escándalo de los mal intencionados 
Quien trabaja por la gloria de Dios y la salvación de las almas evitará en lo posible que sus acciones buenas, pero no obligatorias, den ocasión a los malos para cometer nuevos pecados. Esto ha de tenerse particularmente en cuenta cuando se puede sospechar que con la maldad se mezcla la debilidad, lo que sucede hoy día con harta frecuencia.
Pero el cristiano debe saber que, por el mero hecho de llevar una vida auténticamente cristiana, será necesariamente la "piedra de escándalo" para el mundo enemigo de Dios. Esto es precisamente lo que hizo Cristo, el Santo de los santos; fue precisamente su santidad la que desenmascaró la maldad y desencadenó su furia. Al dar ocasión a que el mundo se pronunciara contra Él, revelóse un abismo de maldad que no hubiera sido concebible sin su venida. "Si yo no hubiera venido no tendrían ningún pecado" (Ioh 15, 22 ss). Así también las buenas y santas obras de los discípulos de Cristo serán el blanco a que apuntarán los dardos encendidos del mundo, secuaz de Satanás. Ante esta especie de escándalo no hay por qué retroceder; por el contrario, hay que desafiarlo resueltamente (cf. Sap 2, 10-20).
d) El escándalo provechoso 
Además del escándalo pecaminoso y del inevitable de los perversos, hay el escándalo provechoso para los indecisos. De éste echa mano el celo para conmover las almas y salvarlas ; él provoca la crisis necesaria que trae la curación. A veces es el único remedio. Pero hay que esperar el momento oportuno y dar en el blanco. Las exigencias esenciales e irrenunciables del cristianismo obligan a salir de su letargo a los cristianos rutinarios, tibios y de medias tintas; pero esto no puede conseguirse sin provocar lo que para unos será un escándalo inicial, una crisis, y para otros la caída en un mayor abismo.
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4. El escándalo pasivo 
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a) Escándalo pasivo pecaminoso 
Por tal entienden los moralistas en sentido estricto el tomar voluntariamente ocasión para pecar de la conducta buena o mala del prójimo. Se entiende que la acción de éste, aunque pecaminosa, no ofrece más que una ocasión o un incentivo. La causa eficaz del escándalo pasivo pecaminoso y culpable es siempre el propio albedrío. No tiene, pues, excusa el escandalizado, aunque pretenda justificarse alegando la manera de obrar del prójimo, o diciendo que "así hacen todos".
Como ejemplo típico de esta suerte de escándalos tenemos hoy el "miedo al niño" y el abuso del matrimonio, a pesar de las claras advertencias de la Iglesia. Es cierto que la fuerza de la opinión pública (que se esparce en la fábrica, en el café, en la fonda, por el cine, y la prensa) puede obscurecer tanto el conocimiento moral, que no podríamos decir sin más que corneta pecado subjetivamente grave el que, conociendo la doctrina de la Iglesia en este particular, no resiste a este escándaloso.
La forma más culpable de escándalo pasivo es la del mundo, enemigo de Dios, que desencadena su odio contra los buenos, precisamente por serlo.
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b) Escándalo pasivo peligroso, pero inculpable 
A veces, sobre todo entre los niños, se juzga buena la torcida conducta de otras personas, cuyos ejemplos se imitan. No peca el que así procede, desorientado por esa conducta escandalosa; pero su formación religiosa y moral encontrará sin duda en esa peligrosa condición un estorbo gravísimo, cuya culpabilidad hay que achacar evidentemente al escandaloso.
Otras veces se entrelazan en una trama insoluble el escándalo pasivo no culpable y el propiamente culpable. En tales casos, sólo Dios puede juzgar en definitiva la verdadera culpabilidad. Lo cierto es que el Juez supremo ha pronunciado esta terrible palabra : "¡Ay de aquel por quien viniere el escándalo!" (Mt 18, 7).
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c) Escándalo pasivo saludable 
El sano dolor, llevado hasta una ardiente indignación, es la más adecuada respuesta a los pecados y a la malicia del prójimo. Cuando este disgusto moral es moralmente recto, provoca la aversión, no a la persona del culpable sino a su falta, y determina una enérgica lucha contra el mal.
Así, no sólo el escándalo saludable, sino aún el pecaminoso propiamente dicho, puede provocar un "escandalizarse" provechoso y fructífero. Ya se entiende que se trata aquí de dos maneras de escandalizarse. Dios permite el escándalo : "preciso es que vengan escándalos" (Mt 18, 7) : al hacerlo persigue la prueba y el afianzamiento de los buenos, su enérgica oposición al mal, la decisión de los tibios, aunque también el desenmascaramiento de los malos y corrompidos.
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5. Escándalos más comunes 
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a) La moda
1) ¡La moda, dentro de sus justos límites! En principio nada 'hay que oponer a la mujer que cultiva la belleza en una forma moderada. Fue Dios quien puso en ambos sexos la inclinación a agradar. Pero es sobre todo la mujer la que posee un sano instinto de agradar y el arte de conseguirlo. La observancia de un justo medio es, empero, una obligación moral.
Una mujer descuidada y desaseada puede también causar escándalo a los hombres.
No está, pues, prohibido a las mujeres velar por su hermosura, dentro de los justos límites que les impone su estado y condición y sin lujo exagerado. Pueden aún emplear medios artificiales (corno lápices labiales, coloretes, cabelleras postizas, etc.) si las usan las personas decentes. ¿ Pero no es más apreciable la hermosura natural que la postiza?
Para determinar los justos límites en esta materia, lo que más importa señalar es el motivo por el que la mujer se adorna. Porque una mujer puede engalanarse para agradar a su esposo, o a otra persona; por pura vanidad y despreocupado deseo de agradar, o para encontrar un buen partido, o por livianos galanteos.
Todo cuanto es exagerado, ostentativo, extravagante, fácilmente puede escandalizar y dar ocasión a la tentación propia y ajena. En ello habrá pecado grave o leve, conforme a.la intención y al escándalo que pueda tenerse. Es sobre todo lo desacostumbrado y nuevo lo que más excita. En caso de duda y si no se trata de algo indecente, sino sólo ostentoso y exagerado, ha de tenerse por falta leve.
2) La indecencia en los vestidos es, de por sí, pecado grave, a causa del escándalo que es de temer. También ha de tenerse en cuenta que con la indecencia en los vestidos la mujer pierde el pudor, a medida que va creciendo su debilidad para resistir a las tentaciones.
Es imposible, por otra parte, determinar en centímetros lo que haya de considerarse corno leve o gravemente indecente ; en este punto no puede fijarse tampoco una norma universal, valedera para todos los tiempos y lugares.
Ya dijimos que lo reciente y desacostumbrado puede más fácilmente tenerse por indecente y provocador; lo usual, por el contrario, aunque no sea siempre del todo conforme con un delicado sentimiento de pudor, parece menos peligroso.
El escote exagerado, la falda demasiado corta, el vestido transparente, el ligero traje de baño para uso público, son cosas que causan escándalo y excitan a muchos pecados internos y externos.
No hay que ser demasiado benignos para juzgar acerca del peligro en esta materia; pero tampoco se ha de precipitar uno a declarar pecado grave mientras no haya escándalo evidente. Cada caso ha de examinarse con detenimiento.
Otra particularidad conviene poner de relieve, y es que hay modas más o menos indiferentes o sólo levemente pecaminosas, que por su intención constituyen grave peligro para quienes las siguen.
No se ha de rehusar sin más la absolución únicamente por haber seguido una moda; pero cuando va acompañada de actos pecaminosos, habrá que sentenciar la moda con mayor severidad, en cuanto es causa de pecado.
Ha de procurarse sobre todo que las mujeres concurran ejemplarmente vestidas a la santa misa, a la recepción de los santos sacramentos y demás reuniones católicas. Pero si el escándalo no es evidente, incluso en la recepción de los sacramentos no será del caso formular críticas, ni mucho menos negárselos. El predicador no puede menos de hablar en contra de las modas indecentes, pero ha de ser prudente al señalar dónde está la indecencia.
También el vestido de niños y niñas ha de ser tal que no sólo no lesione el pudor sino que lo favorezca. Los padres de familia fácilmente pueden causar grave escándalo en este particular, no sólo porque fomentan la vanidad, sino también la sensualidad y exponen al peligro de seducción.
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b) El arte degenerado
El arte puede corromperse al presentar el pecado bajo los esplendores de la hermosura, haciéndolo doblemente seductor. El arte auténtico puede ofrecer la visión desnuda de un cuerpo hermoso, de tal manera que no suscite tentaciones a una persona normal. La manera de representar el cuerpo, ya vestido, ya desnudo, determina el que haya o no escándalo. El representar escenas amorosas íntimas denota, por lo común, una falta de respeto; y es difícil que un verdadero artista las presente sin ofrecer ocasión de escándalo a muchos espectadores.
Fabricar, exponer y vender cuadros indecentes puede ser pecado leve o grave, según las circunstancias.
Visitar exposiciones donde se ofrecen a la contemplación no sólo cuadros decentes sino también peligrosas desnudeces u obras francamente indecentes, constituye generalmente ocasión próxima de pecado y ofrece muchas veces escándalo a los demás. Quien tenga un motivo serio para tales visitas (como los artistas y los estudiosos de arte), han de emplear los medios a propósito para que la ocasión de pecado, de próxima, se convierta en remota; esos medios son: la oración, la rectitud de intención y la circunspección en las miradas.
El cine es, hoy por hoy, el medio de que más echa nano el arte degenerado para escandalizar al mundo. El escándalo es público; por lo mismo es preciso unirse para combatirlo, sobre todo presentando un cine moral. Y cuando se prevé la apertura de un salón de cine, hay que hacer cuanto sea posible para que sus dueños y directores sean personas de responsabilidad moral.
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c) Literatura pornográfica
Un verdadero diluvio de libros; periódicos y revistas ilustradas y tiendas inmorales asedia hoy no sólo a los hombres maduros, sino también a los adolescentes.
Esta literatura no es simplemente escandalosa para los débiles; aquí se trata de una obra calculada para corromper, en la que se juega a sangre fría con la propensión humana para todo lo indecente y provocador. La literatura pornográfica realiza pingües ganancias, pero la ruina espiritual, sobre todo entre la juventud, es incalculable. Todos debemos luchar contra esta peste del mejor modo que nos sea posible.
Al Estado corresponde defender la juventud: por eso debe intervenir con una legislación eficaz, que consulte al mismo tiempo sus propios intereses. Es cierto que el problema es difícil, porque, por una parte, es necesario amordazar la mala prensa, y por otra, dejarle a la buena la necesaria libertad; además, son muchos los obscuros y subterráneos caminos por donde aquélla trafica.
Para salir victoriosos en esta lucha es preciso que los particulares, uniéndose a la jerarquía eclesiástica, formen un frente único de defensa, bien organizado.
Éste es precisamente uno de los campos en que debe trabajar especialmente la Acción católica, a quien corresponde la lucha metódica contra la mala prensa, la educación del pueblo para esta misma campaña (por ejemplo, indicándole la manera de protestar ante redactores y editoriales), la presentación de proyectos de leyes y, sobre todo, el fomento de una prensa auténticamente buena, que no se limite a producir libros religiosos, sino que se imponga también a los espíritus indiferentes en materias de religión, la producción y difusión de revistas decorosas, la creación de buenas bibliotecas populares y, en fin, la utilización de los medios modernos para la propagación del buen libro.
A los libreros no les está permitido poner públicamente a la venta los libros malos — la misma ley debería prohibirlo —; además, sólo pueden venderlos a quienes saben que los solicitan legítimamente.
Los libros, periódicos o revistas malos que se han recibido prestados no hay que devolverlos a su dueño, si es mal intencionado, siempre que de ello no haya de seguirse perjuicio grave. Aquí no hay derechos de propiedad que hacer valer, porque, ante Dios, el otro no tiene derecho a poseerlos.
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6. Reparación del escándalo
Primer principio: El que se ha hecho culpable de escándalo debe esforzarse por impedir sus efectos y por reparar el daño espiritual que ha causado.
Segundo principio: Quien, con el escándalo, ha pecado no sólo contra la caridad sino también contra alguno de sus deberes cíe estado o contra la justicia, está obligado a reparar también estos perjuicios.
El deber de estado obliga especialmente a los padres de familia, a los educadores y a los pastores de almas a hacer cuanto esté a su alcance para anular el escándalo que hayan dado. Quien ha inducido a pecar a otro con astucia, engaño, temor o violencia, está obligado en justicia a reparar el daño.
Tercer principio: Quien ha escandalizado públicamente, ha de esforzarse por reparar también públicamente.
Cuarto principio: Cuando no es posible ofrecer una reparación completa, queda mayor obligación de dar buen ejemplo, de orar y de reparar por los pecados de los que fueron seducidos o escandalizados.
El seductor está de suyo obligado a hacer cuanto pueda por volver al buen camino a quienes sedujo. Pero sucederá con frecuencia que no sea prudente una intervención directa con ellos, por el próximo peligro que puede encontrar de volver a sus antiguos pecados y de hundir más todavía al prójimo. Lo que no puede omitirse en modo alguno, es la oración fervorosa y sobre todo la reparación. Casos habrá también en que pueda el escandaloso servirse de una tercera persona para reparar el mal.
Los escritores, políticos, artistas, actores, dueños de teatros y demás personas que ejercen parecida profesión y que en ella han dado escándalo, encuentran en la misma un terreno propicio para hacer el bien y así reparar auténticamente su conducta anterior. Pero es claro que para conseguirlo tienen que obrar primero la propia conversión, a la que deben llegar precisamente por razón de la obligación de reparar.


En entradas anteriores y posteriores vamos a tratar de los otros pecados que más directamente se oponen a lo que es privativo de la caridad cristiana, o sea, al cuidado por el bien espiritual del prójimo.

Estos son:
la seducción,
el escándalo y
la cooperación a los pecados ajenos

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