La Esperanza |
El desanimado ha perdido el sentido de la lucha. Tal vez peor: la fuerza para luchar. Es entonces cuando es necesario hacerlo crecer hasta la desesperación, suscitándole la bronca. La bronca sembrada sobre el desánimo hace nacer la desesperación.
Y la desesperación superada, eso es la esperanza.
Por eso me parece imposible suscitar la esperanza en un desanimado a través de la compasión. Un desanimado no necesita de la lástima. La lástima es el reponso sobre el desanimado. Al desanimado hay que llevarlo a la bronca, a fin de que sacudido en su vergüenza asuma la desesperación y la supere. Allí, reconquistado el valor fundamental de su vida, emprenderá la lucha. Lucha que no pondrá sus garantías en las fuerzas personales, ni en las dotes de su naturaleza. Porque de ellas se tiene la experiencia de su fragilidad. Hasta cierto punto, sobre ellas el desánimo ha hecho la amputación de su capacidad de ser garantías.
La garantía se pone sobre algo mucho más profundo y más inagarrable. Sobre algo mucho más nuestro, en definitiva. Sobre el misterio de nuestra propia vida. Mi vida tiene un sentido. El vivirlo es lo que me permitirá ser. Esa convicción profunda es un acto profundo de fe en sí mismo. O mejor: es algo que llevamos por dentro y que nos puso en camino. Creer que mi vida tiene un misterio que puede ser cumplido. Saber que eso existe y que aunque no lo veo es lo único que da apoyo real a mi vida y a mis opciones, es algo que me hace superar la desesperación.
Pero insisto. Sólo la bronca puede llegar a hacernos crecer hasta la desesperación. Esa actitud profundamente humana, que no nos deja admitir que nuestra carezca de sentido. Y es la fuerza que el desanimado necesita para no dejarse estar. La desesperación no es la desesperanza. La desesperanza es carecer de esperanza, es la situación de no tener ya esperanza. Mientras que la desesperación es la situación de no tener aún esperanza y por lo tanto la urgencia tenaz por conquistarla.
En la práctica, pienso que hay situaciones en las que sólo nos queda una actitud humana razonable: sembrar con fe en el surco del amor para que poco a poco vaya creciendo la esperanza.
por Mamerto Menapace, publicado en La sal de la tierra, Editorial Patria Grande
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