Diez pretendientes tuvo
Ruperta. Bueno, claro, no simultáneamente los diez. Pero siempre se dio el lujo
de decirles que no. Cuando alguno se ponía más insistente, y buscaba
oportunidad de entrar en su vida, decididamente cortaba con una negativa que lo
alejaba sin explicaciones.
Cuando dijo el primer no,
tenía clara conciencia de que aún le quedaban al menos nueve sí como posibles.
Y como era joven y bonita, la seducía la idea de vivir de los posibles. Por
ello el decir un no, la gratificaba asegurándola en su posición un tanto
romántica de estar disponible para no sé qué futuro.
Pero era evidente que con
decir simplemente que no, el futuro no se construía. Cada negativa la dejaba
exactamente donde estaba, y cada vez un poco más cerrada sobre sí misma. A
medida que crecía el número de sus no, se iban acortando proporcionalmente las
posibilidades de sus sí.
Y pasaron los años. Cuando
pegó la curva de los treinta y cinco, se dio cuenta de que su actitud conducía
a nada. Apagó sus humos, reflexionó sobre su vida, y se abrió a los demás. Y
aunque humanamente tuvo que renunciar a muchas de sus expectativas, por último
corajió una de las posibilidades y comenzó su primer noviazgo a fondo. Lo
defendió con uñas y dientes, sobre todo de sí misma y de sus ilusiones un tanto
adolescentes. Y finalmente se dio cuenta de que valía la pena decir un sí a la
vida y al amor.
La mañana que se casaron; porque se casaron de mañana; unas cuantas amigas la
acompañaron en su ceremonia. Todas se emocionaron felicitándola por el paso que
daba. Quizá las amigas no se daban cuenta que Ruperta al decir en esa mañana su
sí, englobaba en él todos los no a las futuras posibilidades que se le pudieran
presentar. Porque aquella aceptación incluía definitivamente la renuncia a
todos los otros hombres que pudiera presentársele en su vida. Pero eran
personas realistas. Por ello se alegraron sinceramente por su elección. Sabían
que sólo a través del sí, ella se ponía en marcha hacia el futuro, hacia la
vida. Nadie se preocupaba de las renuncias encerradas en aquella elección.
La sobrina de Ruperta tenía
diecisiete años. Llena de vida y con todo el futuro que le sonreía a través de
los sueños de sus viejos, y de las aspiraciones de sus amistades. Había
terminado quinto y tenía que decidir. Varias carreras eran posibles. Tenía
inteligencia ella, y dinero sus padres. Pero desde el retiro de setiembre, algo
le andaba bullendo dentro de su corazón de muchacha. Sentía que Cristo le pedía
un sí entero. Y a ella le entusiasmaba la idea de decirle que sí, aunque le
asustaba un poco lo que podría encerrar para el futuro.
Cuando se supo que entraba
al convento, se armó un bonito revuelo entre los parientes, sobre todo entre
los y las que ya habían doblado la curva de los treinta y cinco. No les entraba
en la cabeza que esta chica pudiera decir de golpe que no a tantas cosas que la
vida le ofrecía como posibles, sin siquiera haberlas probado. Los tenía
obsesionados la idea de que la chica al entrar al convento renunciaba a un
futuro profesional, a una pareja feliz, a los hijos. Renunciar a tanto ¿pero
qué necesidad había? ¿Quién le habría metido en al cabeza semejante idea? Se
hablaron barbaridades y se dijeron estupideces sobre las monjas a cuyo colegio
sus papis la habían mandado desde pequeña, porque era un colegio bien y daba
status. Se criticó al cura que les había dado el retiro de setiembre a las
chicas de quinto, y discretamente la andanada salpicó a los padres que
inconscientemente le habían dado el permiso para hacerlo.
En fin lo curioso fue que
muy poco realmente pensaron que lo que la muchacha estaba haciendo no era decir
que no a nada. Simplemente decía que sí a Alguien. Era ese sí el que encerraba
tantos no. No había ninguna necesidad de esperar a los treinta y cinco como
hizo la Ruperta, que se dedicó a decirlos en cómodas cuotas mensuales durante
veinte años, para aflojar recién a la fuerza un sí medio tibión empollado por una
nidada de no anteriores.
La conozco a esta joven, que
es hoy una gran religiosa. Conserva toda la frescura de un sí grandote dicho
desde el principio.
por Mamerto Menapace,
publicado en Cuentos Rodados, páginas 39 a 42 Editorial Patria Grande
No hay comentarios:
Publicar un comentario