Ana Schäffer, misionera desde la cama
A los  cuatro años se quedó 
huérfana de padre, y aunque en la escuela era una de las  mejores 
alumnas, a los 13 empezó a trabajar como empleada doméstica.  
Silenciosa, humilde y piadosa, su verdadera vocación, no obstante, era 
la de  ser religiosa. 
De hecho, albergaba la esperanza de que parte del 
dinero que  ganaba le permitiera comprar el ajuar para poder profesar. 
Su sueño, sin  embargo, se vio truncado de golpe el 4 de febrero de 
1901. Se hallaba  trabajando en la casa en la que servía, cuando el 
cañón de la estufa, situado  encima de una olla donde hervían la ropa, 
se soltó de la pared. 
Ella intentó  volver a colocarlo en su sitio, con 
tan mala fortuna que resbaló y cayó en el  agua hirviendo. Se le 
quemaron las dos piernas hasta la altura de las rodillas.  Pronto se vio
 que las heridas, además de dolorosas, eran muy graves. De hecho, los  
médicos de varios hospitales no fueron capaces de curarla y, con apenas 
19  años, la muchacha quedó inválida y postrada en una cama.
Aunque
  inicialmente se rebeló contra ese destino, pronto se dio cuenta de que
 incluso  en el lecho podía ser de utilidad en la evangelización. Al fin
 y al cabo, aún  podía escribir, y coser, y sobre todo, rezar, rezar por
 todos aquellos que se  lo pidieran. Pronto empezó a recibir cartas de 
gente necesitada de amor y de  consuelo. 
Le llegaban, no solo de su 
país, sino también de Austria, de Suiza,  de América... Así vivió el 
resto de su vida, en medio de atroces sufrimientos,  hasta su muerte el 5
 de octubre de 1925. Pasó, en total, 24 años encerrada en  una 
habitación, a la que bautizó como “el taller del dolor”, y con las “tres
 llaves”  que Dios le había concedido para “abrir las puertas del 
Cielo”: “mis  sufrimientos, la aguja y la pluma”. Ana Schaeffer, la hija
 del carpintero de  Mildestetten, fue misionera desde la cama. Juan 
Pablo II la beatificó el 7 de  marzo de 1999. 
El 21 de octubre de 2012 fue canonizada por Benedicto XVI
 

 
 


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