Homilía del cardinal Jorge. M.
Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires en el Encuentro Arquidiocesano de
Catequesis (10 de marzo de 2012)
Evangelio: el Padre misericordioso
San Lucas 15,1-3.11-32.
El lema de este día “De manos de María, acompañamos la vida” acompañar la vida para que crezca, contener la vida para protegerla, recibir la vida como lo hizo Jesús. Uno no puede tomar una actitud selectiva frente a la vida que se nos acerca, como la tenían estos publicanos y pecadores que murmuraban contra Jesús. Los criticones… “porque come con los pecadores, recibe a los pecadores”. Jesús recibía la vida cómo venía, no con envase de lujo.
La vida es esta y yo la recibo, decía Jesús. Como en el futbol: los penales tenés que atajarlos donde te los tiran, no podés elegir dónde te los van a patear. La vida viene así y la tenés que recibir así aunque no te guste.
Este padre que había dado vida a ese hijo, ese padre que lo había visto crecer, que había amasado una gran fortuna para dejarles, un día frente a un capricho, a un desvío de este hijo no quiere protagonizar, deja que el hijo protagonice. Ya le había dado los consejos, no le hizo caso y destruye sus posesiones para dividirlas y dársela a este hijo. Él sabía que la iba a malgastar pero la vida vino así. Seguramente le habló y lo aconsejó pero dejó. Y el hijo se fue.
Y el padre, dice el Evangelio, lo vió venir de lejos. Lo vio venir de lejos porque subía a cada rato a la terraza, lo estaba esperando. Al hijo sinvergüenza, ladrón, que le costó bien caro y que moralmente estaba arrastrado por el barro. El protagonismo del padre fue esperar la vida como viniera… derrotada, sucia, pecadora, destruida… como viniera. Él tenía que esperar esa vida y acogerla en ese abrazo.
A veces nos defendemos poniendo distancias de exquisitez como los escribas y los fariseos: “hasta que no esté purificada la vida no la recibo” Y se lavaban mil veces antes de comer las manos y abluciones… pero Jesús se los echa en cara porque su corazón estaba lejos de lo que Dios quería. Ese Dios que manda a su hijo que se mezcle con nosotros, con lo peorcito de nosotros.
Esos eran los amigos de Jesús: lo peorcito. Pero la vida la tomaba como venía. Dejaba que cada hombre y cada mujer protagonizara su vida y Él la acompañaba con cariño, con ternura, con doctrina, con consejos. No la imponía.
La vida no se impone, la vida se siembra y se riega, no se impone. Cada uno es protagonista de la suya. Y eso Dios lo respeta. Acompañemos la vida como Dios lo hace.
Y ese padre que lo vio venir y se conmovió profundamente; que tiene capacidad de conmoverse frente a ese despojo humano que era su hijo: un linyera existencial hecho jirones el alma y el cuerpo, con hambre. En el fondo se podía preguntar “este atorrante que se fue con toda la plata, que la malgastó y ahora viene porque tiene hambre viene?... no que lo atienda el mayordomo, que haga penitencia y después veré si le doy audiencia” … podría haber hecho eso. El padre no acompaña la vida así sino que se conmueve y sale corriendo a abrazarlo. Y cuando el hijo le quiere pedir perdón le tapa la boca con su abrazo.
Acompañar la vida con corazón de padre y de hermano. “No sé lo que hiciste, no sé cómo remataste tu vida pero sé que sos mi hermano y te tengo que dar el mensaje de Jesús”.
El otro hijo reedita la postura de estos criticones, los escribas y fariseos, “yo soy puro, yo estuve siempre en la Iglesia, soy de la Acción Católica, de Caritas o de catequesis…te doy gracias, Señor, porque no soy como toda esta gente, no soy como esta gentuza” Y el hijo cierra su corazón y prefiere protagonizar un purismo hipócrita a dejarse conmover por la ternura que le enseñó su Padre. No sabe acompañar la vida. Probablemente este hombre lo más que pueda dar es una vida biológica pero nunca una vida desde el corazón.
Y se armó la fiesta. La vida y el encuentro es fiesta. Acompañar la vida es animarme a encontrar al otro como está, como viene o como lo voy a buscar. Es encuentro y ese encuentro es festivo. Ya lo dijo Jesús: “va a haber mucha fiesta por cada uno de estos que ustedes dejan de lado y se acerca y vuelve a la casa”… encontrarse.
Yo pregunto, entre ustedes catequistas, ¿hay fiesta, hay encuentro; o está el gesto adusto del dedito con un no adelante como la maestra en tiempos de Yrigoyen. ¿Hay eso o hay fiesta, hay encuentro? ¿saben lo que es fiesta o son una momia? Catequistas-momias, una momia anclada solo en verdades, en preceptos; sin ternura, sin capacidad de encuentro.
Yo quisiera que entre ustedes no haya lugar para momias apostólicas, ¡por favor no!, vayan a un museo que van a lucir mejor. Sino que haya corazones que se conmueven con la vida desde donde se la pateen, que saben abrazar la vida y decirle a esa vida quién es Jesús.
Y para que no se equivoquen y momifiquen sus entrañas…”de la mano de María” la Madre de la ternura… acompañemos la vida de la mano de María.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
San Lucas 15,1-3.11-32.
El lema de este día “De manos de María, acompañamos la vida” acompañar la vida para que crezca, contener la vida para protegerla, recibir la vida como lo hizo Jesús. Uno no puede tomar una actitud selectiva frente a la vida que se nos acerca, como la tenían estos publicanos y pecadores que murmuraban contra Jesús. Los criticones… “porque come con los pecadores, recibe a los pecadores”. Jesús recibía la vida cómo venía, no con envase de lujo.
La vida es esta y yo la recibo, decía Jesús. Como en el futbol: los penales tenés que atajarlos donde te los tiran, no podés elegir dónde te los van a patear. La vida viene así y la tenés que recibir así aunque no te guste.
Este padre que había dado vida a ese hijo, ese padre que lo había visto crecer, que había amasado una gran fortuna para dejarles, un día frente a un capricho, a un desvío de este hijo no quiere protagonizar, deja que el hijo protagonice. Ya le había dado los consejos, no le hizo caso y destruye sus posesiones para dividirlas y dársela a este hijo. Él sabía que la iba a malgastar pero la vida vino así. Seguramente le habló y lo aconsejó pero dejó. Y el hijo se fue.
Y el padre, dice el Evangelio, lo vió venir de lejos. Lo vio venir de lejos porque subía a cada rato a la terraza, lo estaba esperando. Al hijo sinvergüenza, ladrón, que le costó bien caro y que moralmente estaba arrastrado por el barro. El protagonismo del padre fue esperar la vida como viniera… derrotada, sucia, pecadora, destruida… como viniera. Él tenía que esperar esa vida y acogerla en ese abrazo.
A veces nos defendemos poniendo distancias de exquisitez como los escribas y los fariseos: “hasta que no esté purificada la vida no la recibo” Y se lavaban mil veces antes de comer las manos y abluciones… pero Jesús se los echa en cara porque su corazón estaba lejos de lo que Dios quería. Ese Dios que manda a su hijo que se mezcle con nosotros, con lo peorcito de nosotros.
Esos eran los amigos de Jesús: lo peorcito. Pero la vida la tomaba como venía. Dejaba que cada hombre y cada mujer protagonizara su vida y Él la acompañaba con cariño, con ternura, con doctrina, con consejos. No la imponía.
La vida no se impone, la vida se siembra y se riega, no se impone. Cada uno es protagonista de la suya. Y eso Dios lo respeta. Acompañemos la vida como Dios lo hace.
Y ese padre que lo vio venir y se conmovió profundamente; que tiene capacidad de conmoverse frente a ese despojo humano que era su hijo: un linyera existencial hecho jirones el alma y el cuerpo, con hambre. En el fondo se podía preguntar “este atorrante que se fue con toda la plata, que la malgastó y ahora viene porque tiene hambre viene?... no que lo atienda el mayordomo, que haga penitencia y después veré si le doy audiencia” … podría haber hecho eso. El padre no acompaña la vida así sino que se conmueve y sale corriendo a abrazarlo. Y cuando el hijo le quiere pedir perdón le tapa la boca con su abrazo.
Acompañar la vida con corazón de padre y de hermano. “No sé lo que hiciste, no sé cómo remataste tu vida pero sé que sos mi hermano y te tengo que dar el mensaje de Jesús”.
El otro hijo reedita la postura de estos criticones, los escribas y fariseos, “yo soy puro, yo estuve siempre en la Iglesia, soy de la Acción Católica, de Caritas o de catequesis…te doy gracias, Señor, porque no soy como toda esta gente, no soy como esta gentuza” Y el hijo cierra su corazón y prefiere protagonizar un purismo hipócrita a dejarse conmover por la ternura que le enseñó su Padre. No sabe acompañar la vida. Probablemente este hombre lo más que pueda dar es una vida biológica pero nunca una vida desde el corazón.
Y se armó la fiesta. La vida y el encuentro es fiesta. Acompañar la vida es animarme a encontrar al otro como está, como viene o como lo voy a buscar. Es encuentro y ese encuentro es festivo. Ya lo dijo Jesús: “va a haber mucha fiesta por cada uno de estos que ustedes dejan de lado y se acerca y vuelve a la casa”… encontrarse.
Yo pregunto, entre ustedes catequistas, ¿hay fiesta, hay encuentro; o está el gesto adusto del dedito con un no adelante como la maestra en tiempos de Yrigoyen. ¿Hay eso o hay fiesta, hay encuentro? ¿saben lo que es fiesta o son una momia? Catequistas-momias, una momia anclada solo en verdades, en preceptos; sin ternura, sin capacidad de encuentro.
Yo quisiera que entre ustedes no haya lugar para momias apostólicas, ¡por favor no!, vayan a un museo que van a lucir mejor. Sino que haya corazones que se conmueven con la vida desde donde se la pateen, que saben abrazar la vida y decirle a esa vida quién es Jesús.
Y para que no se equivoquen y momifiquen sus entrañas…”de la mano de María” la Madre de la ternura… acompañemos la vida de la mano de María.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires
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