"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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lunes, 12 de diciembre de 2011

Homilía misa por el bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos - 12 de diciembre de 2011 - Cardenal Jorge Mario Bergoglio


Homilía del cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires, con motivo de la misa por el bicentenario de la independencia de los países latinoamericanos (Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, 12 de diciembre de 2011)



María, apenas recibido el anuncio de su maternidad, dice el Evangelio que “partió y fue sin demora” a prestar un servicio, a encontrarse con su prima; me gusta esta imagen de la Virgen, de la Virgen que no pierde tiempo con tal de acercarse a sus hijos, de encontrarse con ellos. Y este es el primer encuentro de Jesús: encuentro de Jesús en el vientre de María, encuentro de María con su prima y el niño que salta de alegría por el encuentro; la Virgen apurada por salir al encuentro de quien necesita, la Virgen apurada por llevar su maternidad mas allá todavía, llevarla a otros. Apurada porque es Madre, apurada porque a ese hijo no lo toma para gloria suya sino para servicio de la humanidad y porque creyó, es feliz. Por eso la llamamos feliz.

Y así como fue apurada en aquel momento a prestar servicio, ese primer encuentro lo siguió repitiendo a lo largo de la historia y hoy conmemoramos su encuentro con América Latina. Mestiza quiso aparecer. Quiso mostrarse mestiza como nuestro pueblo; quiso mostrarse embarazada como se mostró a su prima santa Isabel; quiso mostrarse piadosa con esas manos juntas pero a la vez abiertas en forma de patena que recibe a todo pueblo; quiso mostrarse no a un docto, obispo cura o monja sino a un indio que iba para su trabajo, para dar de comer a su mujer y sus hijos. Y con sencillez quiso decirnos a todos nosotros, desde ese rostro mestizo y desde ese vientre que está gestando, con esas manos juntas y abiertas que están rezando, que ella está con nuestros pueblos de América. Y hoy te damos gracias: gracias Madre por este encuentro, gracias por venir apurada a esta América que nacía como mestiza, gracias por traernos a Jesús de la misma manera que lo llevaste a tu prima en tu vientre.

Juan Diego era sencillo. Sabía el catecismo y las oraciones. Nada más. Sabía lo que era importante: cuando al tercer día tenía que ir a buscar un cura para confesar a su tío que se estaba muriendo, dio la vuelta al cerro para no perder tiempo conversando con la “Señora”… Sabía que más que una aparición, más que un mensaje, lo importante era la salvación del alma de su tío: no negoció su fe por tener un signo extraordinario. Fue digno hijo de esta sencilla mestiza embarazada de manos juntas y abiertas a la vez en el cumplimiento de su deber. Y así es nuestro pueblo de América en sus raíces más fecundas: no se deja marear por alguna cosa que parezca extraordinaria aunque en el momento se desoriente o no sepa qué hacer. En sus raíces no se deja marear. El bautismo caló hondo en América; la Trinidad presente el corazón de cada bautizado está allí, no se mueve. Aún cuando sea despreciado, ignorado, vituperado o perseguido, nuestro pueblo americano tiene la impronta de Juan Diego.

Pidámosle hoy a la Madre que también lo visite así. Hoy que conmemoramos los 200 años de la independencia de tantos pueblos nuestros. Que lo visite con esa impronta de la fe que no se negocia y no con la ilusión de las novedades de los mensajes que son más propios de una oficina de correos que de la Madre de Dios. Hoy miramos a Guadalupe, a la Señora de Guadalupe, “mi niña” como decía Juan Diego, y la miramos con todas las preocupaciones que tenemos (personales, las de la Patria y las de toda América) y las miramos con todos nuestros miedos (porque todos tenemos miedos en nuestras vidas) y escuchemos su voz como aquel en 1531: “Que no se inquiete tu corazón, que no se turbe ¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”

Qué lindo, no? Se lo repetimos tres veces todos juntos para hacérselo recordar:

“¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”

“¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”

“¿acaso no estoy yo aquí que soy tu Madre?”



Card. Jorge Mario Bergoglio SJ, arzobispo de Buenos Aires
Buenos Aires, 12 de diciembre de 2011

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