El Arca de Noe |
Anoticiado por Tata Dios, el
paisano don Noé había construido una gran jangada, sobre la que armó un enorme
galpón en el que guareció de cada especie de bicho una yunta. Además logro
salvar a su familia: su patrona y los tres hijos con sus esposas.
Cuando bajó la creciente,
aquello parecía un cementerio. Pero no era cuestión de echarse para atrás.
Enseguida se comenzó todo de vuelta. Noé entregó a cada uno de sus hijos los
animalitos salvados, asignándoles la zona de campo donde podrían criarlos. Como
él ya andaba medio viejo y con las tabas entumecidas de tanta humedad como
había soportado, decidió dedicarse a cultivar una pequeña chacrita vecina a las
casas.
Además de la verdura y
hortalizas para el consumo, le dio al viejo por probar con unas especies
nuevas, que parecían ser de buen porvenir. En una cosa de esas dio una plantita
medio rugosa, que daba una especie de racimos con frutita muy dulce. Pensó que
podía ser buena fruta para fabricar algún jugo virtuoso y reconfortante. Sin
darse cuenta, había descubierto la planta de vid.
Como era hombre de ingenio,
en cuanto la vio prosperar y crecer, enseguida le armó una parra para que se
fuera agarrando. A cosa de una cuadra de las casas quedaba el terrenito que le
dedicó. Todos los días iba a echarle una miradita, a la vez que aprovechaba
para carpir los yuyos que aparecían entre los surcos y almácigos. Si algún
gusano, de los salvados vaya a saber cómo de la inundación, se atrevía a
subirse al parral, lo bajaba de allí con el lomo del falcón, y lo aplastaba con
la bota sin miedo de acabar con su especie.
Una mañanita encontró algo
raro en su quinta. Vio pisadas que no eran de cristiano, pero tampoco parecían
de animal. Y para peor, parecía que el desconocido se las había agarrado con la
plantita de viña. Porque allí se arremolinaban las huellas, y hasta había
removido la tierra alrededor del tronco. Lo rastreó, pero la rastrillada se le
perdió entre los pajonales un par de cuadras más allá.
Como no era hombre de
dejarse madrugar por un cualquiera, Noé se decidió a esperarlo escondido entre
los matorrales, para ver qué intenciones traía. Al principio no tuvo suerte.
Una tardecita sintió que le bicho volvía. Digo bicho, porque le pareció que se trataba de eso cuando vio aparecer algo que podía parecerse a un mono.
Pero pronto se percató de que en realidad se trataba del mismísimo Mandinga (1) en persona. Traía de una soguita una mona, puro gruñido y morisquetas. Se arrimó a la plantita de parra, y sin más ceremonia, agarró a la mona por el pescuezo y la degolló allí mismo.
Con su sangre regó bien la tierra en derredor del tronco de la planta. Después agarró al animalito muerto, y revoleándolo de la cola, lo tiró entre los pajonales. Limpió el facón en los pastos, y sin siquiera saludar se hizo humo.
Una tardecita sintió que le bicho volvía. Digo bicho, porque le pareció que se trataba de eso cuando vio aparecer algo que podía parecerse a un mono.
Pero pronto se percató de que en realidad se trataba del mismísimo Mandinga (1) en persona. Traía de una soguita una mona, puro gruñido y morisquetas. Se arrimó a la plantita de parra, y sin más ceremonia, agarró a la mona por el pescuezo y la degolló allí mismo.
Con su sangre regó bien la tierra en derredor del tronco de la planta. Después agarró al animalito muerto, y revoleándolo de la cola, lo tiró entre los pajonales. Limpió el facón en los pastos, y sin siquiera saludar se hizo humo.
Don Noé no tuvo tiempo para
reaccionar. Cuando se quiso dar cuenta, Satanás ya se había ido sin dejar
rastros. Pensaba irse para su casa a comentar lo extraño del suceso pero volvió
a sentir ruido entre los pajonales. Esta vez la cosa parecía en serio, porque
eran bramidos.
Y no era para menos Mandinga apreció de nuevo, traía un puma a la cincha. Bravo andaba el bayo, tirando zarpazos y dentelladas por todos lados. Pero el diablo no era manco, y pisándole en las ancas lo inmoló allí mismo, repitiendo el extraño rito de regar con su sangre la plantita de viña.
Terminada la operación, tomó al puma por la cola y revoleándolo lo tiró entre los pajonales. Y a los saltos desapareció como si se fuera a buscar otro animal para repetir lo que andaba haciendo.
Y no era para menos Mandinga apreció de nuevo, traía un puma a la cincha. Bravo andaba el bayo, tirando zarpazos y dentelladas por todos lados. Pero el diablo no era manco, y pisándole en las ancas lo inmoló allí mismo, repitiendo el extraño rito de regar con su sangre la plantita de viña.
Terminada la operación, tomó al puma por la cola y revoleándolo lo tiró entre los pajonales. Y a los saltos desapareció como si se fuera a buscar otro animal para repetir lo que andaba haciendo.
Noé sospechó que volvería
esta vez decidió no dejarlo escapar. Se tanteó la cintura para cerciorarse de
que el facón estaba a mano. De su empuñadura colgaba el grueso rebenque cabo de
naranjo, y lonja de cuatro dedos de ancho.
Se agazapó sobre sus garrones, listo para el salto. No tuvo que esperar mucho. De nuevo se sintieron unos gruñidos y golpes. Mandinga traía de la cola y a los rodillazos un chanchito.
Aunque el animal se quería empacar, el diablo se dio maña y lo arrimó a la parra. Después de degollarlo, como entendido en el asunto, volvió a regar con su sangre el tronco y toda la tierra que lo rodeaba.
Ya se disponía a tomarlo de la cola para revolearlo, cuando Noé se le fue encima como un ventarrón. No le dio tiempo ni pa' encomendarse a Dios. De un talerazo en la nuca lo volteó panza abajo, y ya se le tiró encima apretándolo con las rodillas en la cintura, mientras le bajaba el rebenque sin asco por las asentaderas.
Se agazapó sobre sus garrones, listo para el salto. No tuvo que esperar mucho. De nuevo se sintieron unos gruñidos y golpes. Mandinga traía de la cola y a los rodillazos un chanchito.
Aunque el animal se quería empacar, el diablo se dio maña y lo arrimó a la parra. Después de degollarlo, como entendido en el asunto, volvió a regar con su sangre el tronco y toda la tierra que lo rodeaba.
Ya se disponía a tomarlo de la cola para revolearlo, cuando Noé se le fue encima como un ventarrón. No le dio tiempo ni pa' encomendarse a Dios. De un talerazo en la nuca lo volteó panza abajo, y ya se le tiró encima apretándolo con las rodillas en la cintura, mientras le bajaba el rebenque sin asco por las asentaderas.
Mientras le menudeaba los
azotes, Noé le gritaba furioso:
-¡Te agarré, maldito! De
aquí no vas a salir sin marca, hasta que no me hayas confesado todito lo que
andás haciendo, y por qué me has querido engualichar mi viña.
Bramaba el maldito por el
dolor, pero no podía sacárselo al paisano Noé de encima. La boca se le llenaba
de tierra, y ya medio ahogado le suplicó que no le siguiera pegando. Que le
contaría todo lo que había estado haciendo. Así, ya medio charqueado por la
lonja de la guacha que Noé no le mezquinaba, se decidió a confesar la picardía
que andaba realizando. Y apretando contra el suelo, al final dijo:
-Le estaba echando gualicho
a la raíz de la viña, para darle virtú al vino.
-¿Y de que virtú se trata? -
bramó Noé.
-Son tres espíritus
diferentes - respondió el apretaro -. Tres espíritus que se van despertando a
medida que le hombre se interna en el vino.
Al principio es el de la mona. Al que no sabe dominarse a tiempo, en cuanto se bandea un poco, le entra el espíritu de este bicho, y comienza a hacerse el gracioso para hacer reír a la gente. Y todos los que lo ven, lo cargan diciéndole que suelte la mona que se agarró.
Si continúa bebiendo, se le despierta el espíritu del puma. Se pone malo y peleador. Se atreve cobardemente con su mujer y con los chicos. Le da por buscar camorra y por provocar peleas. Es que le ha entrado en el cuerpo la sangre del puma.
Si continúa bebiendo, entonces es el cerdo el que se le despierta por dentro. Comienza a gruñir, se le cae el chiripá y termina por tirarse en las cunetas revolcándose en el barro igualito que un chancho.
Al principio es el de la mona. Al que no sabe dominarse a tiempo, en cuanto se bandea un poco, le entra el espíritu de este bicho, y comienza a hacerse el gracioso para hacer reír a la gente. Y todos los que lo ven, lo cargan diciéndole que suelte la mona que se agarró.
Si continúa bebiendo, se le despierta el espíritu del puma. Se pone malo y peleador. Se atreve cobardemente con su mujer y con los chicos. Le da por buscar camorra y por provocar peleas. Es que le ha entrado en el cuerpo la sangre del puma.
Si continúa bebiendo, entonces es el cerdo el que se le despierta por dentro. Comienza a gruñir, se le cae el chiripá y termina por tirarse en las cunetas revolcándose en el barro igualito que un chancho.
-¡Ahá, bicho desgracio! -
bramó Noé, al tiempo que le descargaba un tremendo rebencazo -. Yo te voy a
enseñar a andar haciendo picardías. Aquí mismo te voy a despenar para limpiar
el mundo de un sabandija como vos.
Pero al querer sacar el
facón, aflojó un poco las rodillas, y Mandinga se le fue de abajo como carozo
mal apretado. Noé quedó de rodillas y con el cuchillo en la mano, mientras
Mandinga salía echando humo por los pajonales con el trasero ardiéndole por los
rebencazos.
Noé se secó el sudor de la
cara con la punta del pañuelo que tenía al cuello. Después se arrimó con pena a
la planta de vid, dispuesto a cortarla de un solo hachazo. Ya había levantado
el facón, cuando el ángel del cielo le detuvo el brazo al tiempo que le pegaba
el grito:
-¡No amigo, no lo haga!
¡Respete los dones de Dios! Llegará un día en que el mismísimo Hijo de Dios
necesitará del vino, para convertirlo en su sangre, a fin de que todo aquel que
la beba tenga la vida eterna, lo que es la vida de Dios.
Ahora usted ya sabe los peligros que encierra. Tómelo con moderación y enséñele a sus hijos y nietos la verdad de esta historia.
Ahora usted ya sabe los peligros que encierra. Tómelo con moderación y enséñele a sus hijos y nietos la verdad de esta historia.
Pero Noé medio afligido le
dijo que aunque así lo hiciera, a lo mejor sus descendientes, empezando por sus
hijos, no le harían caso.
Entonces el ángel de Dios
agachándose levantó del suelo el rebenque y se lo alcanzó, mientras riendo le
decía:
-Tome amigo, y enséñeles
esto...¡pa' recuerdo!
por Mamerto Menapace,
publicado en Cuentos Rodados, página 59 a 64 Editorial Patria Grande
Nota:
(1) "Mandinga" es la forma de llamar al diablo, demonio, Satanás en la República Argentina. Principalmente en las zonas rurales. "es cosa de Mandinga"; es "cosa del Diablo" y no de cualquier diablo sino del jefe de todos ellos.
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