"Nosotros no poseemos la verdad, es la Verdad quien nos posee a nosotros. Cristo, que es la Verdad, nos toma de la mano". Benedicto XVI
"Dejá que Jesús escriba tu historia. Dejate sorprender por Jesús." Francisco

"¡No tengan miedo!" Juan Pablo II
Ven Espiritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu para darnos nueva vida. Y renovarás el Universo. Dios, que iluminaste los corazones de tus fieles con las luces del Espíritu Santo, danos el valor de confesarte ante el mundo para que se cumpla tu plan divino. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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lunes, 3 de diciembre de 2012

Los Pesebres de Navidad en la Ciudad de Buenos Aires - Primera Parte





Por Horacio Jorge Recco (*)

Suenan los villancicos populares en nuestros oídos recordándonos en la dulzura de su letra:

“La Nochebuena se viene / la Nochebuena se va, / y nosotros nos iremos / y no volveremos más”; o la repetida versión de una música siempre fresca y cantarina: “Vamos pastorcillos / vamos a Belén, / que en Belén acaba / Jesús de nacer”.

Es el tiempo de la Natividad de Cristo, es el milagro que anunció el ángel con su mano indicadora y es una familia –como muchas otras- que espera un hijo. Es también un pesebre –humilde y simple- que recoge el primer llanto de una estrella que guía a los reyes por el camino de la búsqueda. La tradición retiene mentalmente la escena y jamás se ha borrado, es más, año tras año reaparece y se perfecciona. La familia cristiana levanta sus nacimientos, pesebres o belenes, con una grata devoción bíblica, si bien las circunstancias o el medio ambiente, dan siempre una proyección con nuevos cambios. Consideramos que sus elementos fundamentales se obtienen con la figura del Niño, con una pareja que lo adora en silenciosa contemplación, con los animales del pesebre, un buey, un asno, luego corderos. En el aire no puede sorprendernos que aparezcan los ángeles, ya que ellos vienen sosteniendo la ternura del ambiente, con sus alas pobladas del alba. Arrodillados, sumisos, alegres, enriquecidos, contempladores, con un amor dentro de ellos que enciende la llama de la plegaria. Niñitos con una razón hecha música, toda plenitud que siembra en las tinieblas y con un canto que fue renovando el azul de los cielos.

En la ciudad de Buenos Aires, estos pesebres han sido motivo permanente de la celebración y no suena extraño encontrar que algunos cronistas los recuerdan alumbrados con velas de sebo, que otros hacia 1780 comentaban que esta fecha de Navidad, requería la suspensión de las coloridas faenas en la plaza de toros; que las figuras de los pesebres fueron introducidas desde Nápoles o desde Barcelona, entroncándose con mejor fantasía popular y con sus rústicos santeros. Al niño Jesús que recibió en América una vestimenta especial, recargada por las manos femeninas, un enjoyado o fue recubierto por las pelucas cuzqueñas, llegando finalmente al encierro en grandes fanales de cristal, donde la multiplicidad de aditamentos han ocultado su rostro, formando brillantes caparazones de objetos, collares, medallas, cintas, perlas, etc. Los nacimientos fueron ofertando a la imaginería una renovada oportunidad de lucimiento, ya que las figuras tradicionales podían ser transformadas, haciendo a veces más simples sus ropajes, borrando los tonos bajos de sus pátinas, separando los excesivos detalles diferenciales de su génesis local. Era una lucha por mostrar el deseo principalísimo de un acercamiento lugareño –flores en el suelo, arena o pasto, grutas de piedras musgosas armadas cerca del Belén, esta ciudad por otra parte, ya dibujada, ya proyectada con riqueza expresiva, los ángeles o los pastores dando voces; músicos, mujeres y pueblo en profusión-, y por ello, los corderos fueron perdiendo su timidez y llegaron hasta la cuna, los reyes de pesados mantos y relucientes coronas, empezaron a detener sus comitivas y ofrecieron sus regalos, no ocultando su alegría tras los rostros extraños, ni sorprendiendo al Niño que sonreía encontrarse con briosos corceles, con opacos camellos, hasta el desconocido elefante.

Y en la reconstrucción de nuestros pesebres se vislumbra un mundo de magia y amor. De lejos, nunca podría precisarse exactamente, el deseo de contemplación fue llamando a los hombres, que detenían sus labores, abandonaban sus útiles, sus redes y sus peces, la tierra roturada, la fruta desprendida, y con una fuerza imperiosa formaban legión.

El gallo que estuvo cortando los primeros rayos del sol, despertó la mañana. El aire era liviano y con gracia, la sonrisa había cubierto los rostros, mientras las docilidades del asno y el mugiente buey daban un anuncio de vegetación, echados sobre el barro del establo, contemplando soñolientos esa cortina de ojos que llegaba al pesebre.

Y el nacimiento fue detenido en la escenografía del hombre, con una perpetuidad de estampa, con una constante evocación de gracia.

Nada podía sorprendernos cuando se escuchan los villancicos populares el comprobar que sus coplas dibujan las circunstancias, los elementos, la celebración, la alegría definida de su pobreza.

“El niño de María
no tiene cuna;
su padre es carpintero
y le hará una”

Así se visten las palabras del amor al niño, ya entre nosotros, como en todo el mundo.




(*) Fuente: La Navidad y los Pesebres en la Tradición Argentina. Dirigido por Rafael Juena Sánchez. Hermandad del Santo Pesebre - Buenos Aires - 1963 - Páginas 69 y 70. 

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