A
unos ochenta kilómetros al este del Mediterráneo se encuentra una masa de agua
relativamente pequeña, que los antiguos hebreos llamaron Mar de la Muerte. Este
nombre expresaba con singular exactitud el carácter de este lago. Porque
ciertamente, con unas aguas tan saladas que
en ellas sólo pueden sobrevivir unos pocos tipos de microorganismos,
bien se lo puede llamar Mar Muerto, que es el nombre que ha prevalecido.
El Mar Muerto presenta un
conjunto de curiosas características, algunas de ellas francamente
excepcionales. Por estar su cuenca situada a trescientos noventa y cinco metros
bajo el nivel del mar, resulta ser la zona más hundida de la superficie de la
Tierra.
Sus aguas son seis veces más
saladas que las de cualquier océano, siendo además el lago salado de mayor
extensión del mundo.
El Mar Muerto, situado en
una profunda depresión natural, no tiene salida para las aguas que le llegan
procedentes del río Jordán.
No obstante, el nivel del
lago pertenece bastante estable gracias al alto grado de evaporación que aquí
impera a consecuencia del clima cálido y seco.
Mar Muerto |
Y estas aguas son
intensamente saladas porque las sales
trasportadas por los ríos se quedan retenidas, y no se evaporan.
Los únicos seres vivos que
moran en ese mar son microorganismos halófilos (adaptados a la sal). Y casi
igual de hostil que el agua para toda manifestación de vida es también la
tierra que rodea al Mar Muerto, una tierra uniformemente seca y asimismo
salina; la única flora que asoma en los alrededores del lago son arbustos
espinosos, acacias y algunos manojos de hierbas.
La única excepción notable
en la aridez del Mar Muerto es Ein Gedi, una reserva natural protegida por el
gobierno, que se encuentra en el centro de la orilla occidental. Desde tiempos
bíblicos ese lugar ha sido un fértil Oasis.
En la orilla norte del Mar
Muerto se encuentra tan solo unos pocos restos de asentamientos humanos. En
cambio, en la costa sur la presencia del hombre ha sido evidente desde siempre,
sabiéndose que las gentes que allí vivían en épocas antiguas se dedicaban a
extraer los ricos minerales que se hallaban en las partes menos profundas de
las aguas de este mar.
Mar Muerto: Pilares de sales formados en baja mar |
Hoy día, cerca de la ciudad
de Sedom, los israelitas han construido un complejo sistema de canales, cuencas
de evaporación y fábricas para la obtención de potasio, magnesio, cloruro
cálcico, cloruro sódico y otros compuestos químicos que se pueden extraer de
las sales del Mar Muerto.
La moderna ciudad de Sedom,
en el extremo meridional del lago, está cerca de las sumergidas ciudades de
Sodoma y Gomorra, a las que se refiere el Génesis.
Según se lee en la Biblia,
Sodoma y Gomorra fueron destruidas por el fuego y el azufre.
Algunos científicos
sostienen que probablemente la causa científica
para que estas ciudades desaparecieron fue que durante algún terremoto,
que hizo que las lámparas se cayeran y prendieran fuego a los depósitos locales
de asfalto, substancia muy abundante en la zona.
El Génesis narra también
como la mujer de Lot, sobrino del Patriarca Abraham, se convirtió en estatua de
sal al desobedecer las instrucciones de los ángeles, que le habían avisado de
la inminente destrucción de las citadas ciudades.
El Mar Muerto |
Los estudiosos de la Biblia
establecen un paralelismo entre esta historia y la presencia de grandes bloques
de sal, dispersos a lo largo de las orillas del lago, y muy a menudo presentan
formas que tienen un extraño y sorprendente parecido con figuras humanas.
Entre los lugares de interés
histórico de la zona se destacan la fortaleza de Maqueronte, donde según el historiador
judío Flavio Josefo, fue decapitado San Juan Bautista.
A lo largo de la orilla
sudoeste se yerguen aún las torres de una antigua fortaleza que se convirtió en
el símbolo del heroísmo nacionalista judío: Masada.
En este lugar un grupo de
hombres, mujeres y niños, que en conjunto no llegaban al millar, durante la
revuelta judía del año 70, y que hizo
frente al asedio de las fuerzas romanas formado por unos quince mil legionarios
romanos durante casi dos años en defensa del último bastión del dominio judío
en Tierra Santa, cuando finalmente los romanos abatieron los muros de la
fortaleza y se vio claro que Masada iba a ser tomada por el enemigo, todos los
judíos prefirieron suicidarse antes que rendirse. Solo unos pocos se salvaron y
contaron la historia.
La localización de la
fortaleza de Masada fue, durante mucho tiempo, la gran preocupación de muchos
arqueólogos, que entre los años 1950 y 1960 tuvieron la satisfacción de ver sus
esfuerzos ampliamente recompensados: Se sacaron a la luz almacenes, palacios y
obras de defensa, así como la sinagoga y el baño ritual más antiguo de todos
los que se conocen en Israel.
Para muchos la sola mención
del nombre del Mar Muerto trae a la memoria una serie de notables
descubrimientos arqueológicos que tuvieron lugar en la zona noroeste del lago
en 1947.
En la primera de dicho año,
un joven beduino pastor de cabras, llamado Mohammad, estaba buscando uno de sus
animales que se le había perdido cerca de las ruinas del asentamiento religioso
de los esenios en Qumrán, cuando vio, en las escarpadas rocas de la ladera de
la colina, una cueva que no le era familiar.
Despreocupadamente tiró una
piedra dentro de ella, y con gran sorpresa oyó el ruido de algo que se rompía.
El joven se alejó corriendo asustado.
Pero más tarde volvió con un
amigo, con la intensión de aclarar lo que tanto le había sorprendido. Los dos
entraron en la cueva, y en su interior encontraron varias jarras grandes y
tapadas, una de ellas rota por la piedra que había tirado.
Cuando los muchachos
levantaron las tapas, un intenso y nauseabundo olor invadió la cueva. El olor
procedía de lo que había dentro de las jarras: unos atados envueltos en tela y
recubiertos de una substancia negra, pareciuda al asfalto.
Los muchachos tomaron con
cuidado los atados, y los abrieron. Y lo que encontraron en ellos fueron unos
rollos de pergaminos profusamente escritos, no sabían con exactitud qué era
aquello, pero enseguida presintieron que se trataba de algo de valor. Llevaron
algunos rollos l mercado beduino, cerca de Belén, y los vendieron a un
anticuario.
Meses más tarde, el
anticuario enseño los pergaminos al profesor Eliazar Sukenik, un arqueólogo de
la Universidad de Jerusalén, Sukenik fue el primero en reconocer la antigüedad
de los pergaminos, y en apreciar su importancia y su valor. Poco después, en
mayo de 1948, una publicación especializada anunció al mundo el descubrimiento
de lo que, desde entonces, se llamarían los royos del Mar Muerto.
Fragmento de uno de los manuscritos |
Hasta el año 1956 los
arqueólogos fueron recuperando de las cuevas próximas a Qumrán cientos de
rollos de pergaminos, cuyos escritos se fechan entre el 300 a.C. y el 100 d.C.
Los eruditos determinaron
que los propietarios de estos manuscritos debieron ser los esenios, miembros de
una secta judía que se formó precisamente en Qumrán.
Sin duda aquellos esenios
esconderían todos sus documentos en las cuevas poco antes de que Qumrán fuera
arrasada por los soldados romanos en el año 68, después de la sublevación judía
contra Roma que termina con la destrucción del Templo y los hechos de Masada
entre otros tras la victoria de Tito.
Entre los manuscritos
encontrados había documentos de incalculable valor histórico sobre un período,
temprano y oscuro del judaísmo, así como también algunas versiones sobre varios
libros del Antiguo Testamento.
Pero lo más preciado entre
toda esa colección de manuscritos, son los que reproducen el texto hebreo del
profeta Isaías, el primero de esos manuscritos consiste en un rollo de unos
veinticincos centímetros de altura (formado por diversos trozos cocidos entre
sí), que formaban una tira que pasa de los siete metros de longitud. El otro se
halló en bastante mal estado de conservación, y tuvo que ser sometido a un
minucioso trabajo de restauración.
En general, todos esos
textos proféticos encontrados en Qumrán revelan la gran importancia que tuvo la
existencia de los profetas en la sociedad de su tiempo; su labor ayudó en gran
medida a modernizar la vida de aquel pueblo pequeño y laborioso.
Yigael Yadin estudia los Papiros del Qumrán |
No cabe duda de que fue
gracias a los profetas enviados por Dios, sus ideas religiosas y sociales, que
el pueblo de Israel logró sobrevivir mientras otros más fuertes y poderosos,
grandes imperios inclusive, se hundieron para siempre.
Los esenios pusieron mucho
cuidado en proteger los escritos de Qumrán para conservarlos a las generaciones
futuras, cuando las circunstancias se hicieron difíciles y peligrosas, y esa fue
la razón por las que estuvieran tan bien guardados en las cuevas ignoradas de
Qumrán.
En ese mar, que tanto
significó en el pasado, en cuyas orillas vivía y se movía mucha gente, conoció
luego siglos de silencio y de soledad. Pero hace poco tiempo, nuevas
actividades han empezado a surgir a su alrededor.
Y podría darse incluso la
paradoja de que ese mar, desde siempre sin vida en sus aguas, en su entorno
asimismo pobre e infecundo, tuviera el extraño poder vital de renacer, de salir
(como anunciaron los profetas), de su larga quietud se siglos.
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